El Asesino de Lola Ponce
Despues de quesonear a Maru Sandes, y de enviar a sus hijos a los mas prestigiosos colegios internados de Europa, con becas de la Fundación Dumitrescu, Carlos Matías Sandes se radicó definitivamente en su querida Mendoza, su provincia natal, la tierra del sol y del buen vino.
“Y yo la haré la tierra del buen QUESO” dijo Sandes, mientras ya próximo al retiro de la actividad, con sus 2,02 metros de altura y su calzado número cincuenta y dos, además de jugar ahora también entrenaba a los juveniles de Anzorena, la tierra del basquet de Mendoza desde 1938.
Carlos Matías Sandes se enteró que Lola Ponce iba a visitar la Provincia de Mendoza y tras decir “QUESO” en voz alta, se dio cuenta que integrar su lista de víctimas.
Para más datos, Lola Ponce (Paola Fabiana Ponce) es una cantante, actriz, modelo y presentadora argentina-italiana, nacida el 25 de junio de 1979 en Capitán Bermúdez, Santa Fe. Comenzó cantando folclore a los 8 años y saltó a la fama con su álbum Inalcanzable (2001). Triunfó en Italia con Notre Dame de Paris (2002) y ganó el Festival de San Remo (2008). Actuó en cine y TV, como Colpo di fulmine (2010). Casada con Aarón Díaz, tiene dos hijos y vive en Miami, destacando como "ópera pop singer".
Era una noche estrellada en Mendoza, con un aire que olía a malbec y aventura. Lola Ponce, la diva argentino-italiana, aterrizó en el Aeropuerto Internacional El Plumerillo con su melena al viento y un brillo en los ojos que gritaba "¡Soy una ópera pop singer!". Había llegado a la Provincia para un motivo tan excéntrico como su carrera: inaugurar el primer viñedo temático inspirado en su álbum Inalcanzable (2001), con un vino llamado "Esmeralda" en honor a su icónica interpretación en Notre Dame de Paris (2002). La bodega, ubicada en Maipú, prometía ser un hit tan grande como su victoria en el Festival de San Remo de 2008 junto a Gio Di Tonno.
En la salida del aeropuerto, Lola, con sus tacos altísimos y un vestido que parecía sacado de un videoclip de los 2000, buscó su auto, proveído por la Agencia de Autos Dumitrescu.
De repente, un Fiat Panda destartalado se detuvo frente a ella, con un conductor que apenas cabía en el asiento. Era Carlos Matías Sandes, el basquetbolista mendocino de 2,02 metros, cuyos pies talla 52 desprendían un olor a Queso que podría derribar a un toro. Sandes, con movimientos rocosos y torpes, bajó la ventanilla y, con una sonrisa que mezclaba picardía y torpeza, dijo:
"¿Lola Ponce? ¡Soy tu Uber, subite, reina! Me llamo... eh, Carlitos, chofer de lujo." (No le dijo Mati, o Matías, como solía hacer antes, ahora directamente se presento como “Carlitos”, algo había cambiado en Sandes)
Lola, distraída revisando su Instagram donde se autoproclamaba "ópera pop singer", no notó que el auto olía a vestuario post-partido ni que Sandes tenía que encorvarse como Quasimodo para no golpear el techo.
"¡Ay, qué divino, Carlitos! Llevame a la bodega en Maipú, que tengo que probar mi vino Esmeralda antes del show", exclamó, evocando su papel en Colpo di fulmine (2010).
Sandes asintió, simulando desempeñar con torpeza elrol de conductor de Uber, mientras recordaba sus asesinatos, como los de Wanda Nara, Vicky Xipolitakis, Alina Moine, Natalia Oreiro o Luisana Lopilato, por citar solo un puñado, eran tantos, que de algunos ya se había olvidado…
Mientras conducía, Sandes pisó el acelerador con uno de sus enormes y sudorosos pies, que parecía tener vida propia. El auto dio un tumbo, y Lola, aferrada a su bolso, gritó: "¡Cuidado, Carlitos, que tengo que cantar Amor Inalcanzable mañana!"
Sandes, con un movimiento torpe, giró el volante y murmuró: "Tranquila, diva, te llevo por un atajo... muy... especial." Sus manos, grandes como raquetas, y con guantes negros, casi arrancaron el volante, y su risa sonó como un rebote de pelota en una cancha vacía.
El "atajo" resultó ser un camino polvoriento hacia una bodega abandonada en las afueras de Maipú, con un cartel oxidado que decía "Bodega Dumitrescu".
Lola, empezando a sospechar, frunció el ceño. "¿Esto es mi viñedo? No veo luces ni fans... ni copas de vino ¿Dumitrescu? ¿Cómo la agencia de autos, que raro?."
Sandes, con un brillo maligno en los ojos, estacionó el Fiat con un chirrido. "Bajá, Lola, que te muestro el verdadero Malbec."
Abrió la puerta, y el olor de sus pies talla 52 inundó el aire, haciendo que un búho cercano cayera desmayado de un árbol.
Lola, valiente como cuando enfrentó al público italiano en San Remo, lo encaró: "¡Oye, grandote, qué pasa aquí? ¡Soy la reina de Notre Dame! No me vengas con trucos."
Pero Sandes, con un movimiento rocoso, tropezó con una piedra y cayó sobre un barril, rompiéndolo y salpicando vino tinto por todos lados.
"¡Maldita torpeza!", rugió, mientras se levantaba, con su camiseta de basquet empapada. "¡Esto es por mi triple decisivo contra Peñarol en 2018... y por la sommelier que no quiso probar mi cosecha especial!" y cambiando el tono agregó "Lola, reina, ¿pa’ qué pelear? Dejemos la sangre pa’ otro día. ¿Qué te parece una velada de Vino y Queso? Yo pongo el Malbec, vos ponés el glamour de San Remo."
Lola, con el corazón latiendo como cuando cantó en Notre Dame de Paris (2002), entrecerró los ojos. "Bueno, Carlitos, pero nada de trucos. Y traé un Vino digno de mi Esmeralda", respondió, ajustándose el cabello con la elegancia de una diva que conquistó Italia.
Sandes, con un tropezón que casi derriba un tonel, sacó una mesa improvisada de entre las sombras, cubierta con un mantel roído que olía a vestuario post-partido. Encendió una vela (que se apagó por el olor de sus pies) y dispuso una bandeja con Quesos y varias botellas de diversas variedades de vino.
"¡Esto es pa’ celebrar mi doble-doble contra Gimnasia en 2016!", exclamó, mientras servía el Vino con tanta torpeza que salpicó el vestido de Lola. Ella, lejos de enojarse, tomó la copa y bebió como si estuviera en un afterparty del Festival de San Remo (2008). Una copa, dos, tres... el Malbec le soltó la lengua y la cordura. Los Quesos, sin embargo, los ignoró. "¡Yo no como Queso, Carlitos! ¡Mi voz de ópera pop necesita libertad!", proclamó, levantando la copa como si fuera un Oscar.
El ambiente se tornó surrealista. Sandes, intentando ser romántico, se sentó frente a ella, pero su altura hacía que la mesa pareciera de juguete. Sus pies, libres de las zapatillas, descansaban como dos bestias sudorosas sobre un barril. El olor era tan potente que las ratas de la bodega huyeron despavoridas. Lola, ya mareada por el Vino, lo miró con ojos vidriosos y, en un momento de delirio etílico, soltó:
"Carlitos... quiero oler tus pies. Quiero oler tus Quesos. ¡Son como el alma de Mendoza, fuertes y... salvajes!"
El aire en la bodega estaba cargado de una mezcla embriagadora: el dulzor fermentado del Malbec, el eco húmedo de los toneles de roble y, dominándolo todo, el aroma inconfundible a Queso de los pies talla 52 de Sandes. Aquellos monstruos sudorosos, que parecían haber absorbido el espíritu rancio de un Queso olvidado en una cueva, eran un desafío olfativo que habría hecho retroceder a cualquiera. Pero Lola, perdida en su éxtasis etílico, no era cualquiera. Sus ojos vidriosos brillaban con una mezcla de locura y fascinación, como si hubiera descubierto una obra maestra en medio de un basural.
Lola, con la gracia tambaleante de una diva que acaba de bajar de un escenario, se inclinó aún más cerca de los pies de Sandes. El olor la envolvió como una nube densa, un perfume primitivo que combinaba notas de Queso curado, cuero gastado y algo que solo podía describirse como "vestuario después de un partido en tiempo extra". Ella inhaló profundamente, y en su mente nublada por el vino, aquello no era un hedor, sino una sinfonía olfativa, tan compleja como el solo de Gio Di Tonno en su dueto de 2008. "¡Esto es arte puro, Sandes!", exclamó, su voz quebrándose entre la risa y la reverencia.
Con una lentitud teatral, Lola rozó con la punta de los dedos el arco colosal de uno de los pies de Sandes. Él, paralizado entre la vergüenza y una risa nerviosa, balbuceó: "¿Qué hacés, Lola? ¡Eso no es pa’ tocar, es un arma biológica!" Pero ella no escuchaba. Sus labios, todavía manchados de Malbec, se acercaron a la piel áspera del dedo gordo, y con una mezcla de curiosidad y delirio, dio un beso suave, como si estuviera probando un manjar exótico. El sabor era salado, terroso, con un regusto que recordaba a un Queso rancio dejado al sol. Lola, en su trance, soltó un gemido dramático: "¡Más intenso que mi escena en Colpo di fulmine!" Sandes, rojo hasta las orejas, no sabía si huir o rendirse al absurdo.
Chupo, lamió, besó y olió los pies de Sandes, una y otra vez, una y otra vez.
Lo que siguió fue un torbellino de caos pasional, tan salvaje como un partido de básquet en los playoffs y tan desquiciado como una telenovela en su clímax. Lola, poseída por el frenesí del vino y el magnetismo extraño de aquellos pies monstruosos, se lanzó sobre Sandes con la ferocidad de una alpinista conquistando el Aconcagua. Él, torpe pero atrapado en el huracán que era Lola, intentó seguirle el ritmo. Sus movimientos eran un desastre coordinado: Sandes, con sus brazos largos como postes, derribó otra pila de barriles, que rodaron con un estruendo que hizo temblar la bodega. Lola, riendo como una villana de melodrama, le arrancó lo que quedaba de su camiseta de básquet, dejando a la vista un pecho sudoroso que parecía esculpido para encestar volcadas.
La danza entre ellos era una mezcla de lucha libre y pasión desbocada. Lola, trepando por Sandes como si fuera una montaña humana, lo empujó contra un tonel, que crujió bajo su peso. "¡Sos más peligroso que mi volcada contra Obras en el ’19!", gritó él, mientras ella, con una risa gutural, respondía: "¡Y vos más adictivo que el Malbec de Mendoza!" Sus cuerpos chocaban con una intensidad que parecía desafiar las leyes de la física, cada movimiento amplificado por el eco de la bodega y el aroma omnipresente de aquellos pies talla 52, que seguían siendo el centro gravitacional de la escena, mientras cogían con furia y salvajismo.
En un momento de puro delirio sexual, Lola, todavía aferrada a Sandes, rozó uno de sus pies con la mano, y el contacto pareció encender una chispa final. La bodega, testigo mudo de aquella locura, parecía vibrar con ellos. Los toneles, si pudieran sonrojarse, lo habrían hecho. El clímax de este encuentro sexual fue tan explosivo como un triple en el último segundo de un partido, dejando a ambos jadeando, riendo y cubiertos de una mezcla de sudor, vino y el eco persistente del Queso.
Cuando todo terminó, Sandes, desplomado contra un barril, miró a Lola, que yacía a su lado con una sonrisa satisfecha. "¿Qué fue eso, Lola?", murmuró, todavía procesando el huracán. Ella, con un guiño, respondió: "Eso, mi gigante, fue una obra maestra. Como mis duetos... pero con más Queso."
El caos de la bodega se calmó por un instante, con Lola y Sandes jadeando entre sacos y Vino derramado. La diva, aún bajo los efectos del Malbec, se levantó tambaleante, con el vestido hecho jirones pero con la chispa de una estrella. "¡Carlitos, esto merece un show!", exclamó, y comenzó a cantar Amor Inalcanzable, su hit de 2001, con una voz que resonaba como si estuviera en el Teatro Colón. Los toneles vibraban, las arañas aplaudían (o huían), y hasta los pies olorosos de Sandes parecían seguir el ritmo. Luego pasó a Esmeralda de Notre Dame de Paris, evocando su gloria italiana, y cerró con el dueto de San Remo 2008, como si Gio Di Tonno estuviera allí.
Pero Sandes, con su mente torcida de basquetbolista y asesino serial, no estaba para aplausos. Mientras Lola cantaba, él, con movimientos rocosos, se puso unos guantes negros que sacó de quién sabe dónde (probablemente los usaba para cortar Queso). En un rincón, sus ojos brillaron al ver una horma de Gruyere, enorme, con múltiples y voluminosos agujeros, como un arma sacada de un cartoon gore. "¡Esto es por mi triple contra Peñarol!", murmuró, y con un movimiento torpe pero preciso, lanzó el Queso como si fuera una pelota de básquet.
El Gruyere voló por el aire, girando como un OVNI oloroso, y golpeó a Lola en pleno pecho. La diva, en medio de un agudo digno de ópera, cayó al suelo con un ¡plaf! teatral, su vestido ahora decorado con el Queso. "¡Carlitos, qué...!", balbuceó, pero no tuvo tiempo de terminar. Sandes, con la agilidad de quien bloqueó a Quinteros en 2017, sacó un machete largo y filoso, brillando bajo la luz tenue de la bodega. "¡Lola, sos una estrella, pero esto necesita un final, y aca yo soy el Quesón y vos la Quesoneada!", rugió.
Lo que siguió fue un frenesí sangriento. Sandes, con sus 2,02 metros y movimientos torpes, producto del vino, blandió el machete como si cortara un Queso gigante. La primera herida fue un tajo en el brazo de Lola, que intentó defenderse gritando: "¡Soy la reina de Colpo di fulmine!". Pero el gigante no se detuvo. Un segundo corte le atravesó el torso, salpicando Vino y sangre sobre los toneles. Lola, con la fuerza de una diva, pateó uno de los pies talla 52 de Sandes, pero el olor la debilitó. Un tercer tajo, profundo, le cruzó el abdomen, y un cuarto, brutal, le abrió el pecho. La bodega se llenó de un rojo que competía con el Malbec, mientras Lola, con un último suspiro, murmuró: "Mi... Inalcanzable..."
Sandes, sudando y con el machete goteando, miró el cuerpo de la diva. Sus pies olorosos dejaron huellas en el charco de sangre. Entonces, con una risa grave, levantó la horma de Gruyere del suelo, la sostuvo como si fuera un trofeo de la Liga Nacional, y la arrojó sobre el cadáver de Lola.
"¡QUESO!", gritó, con una voz que retumbó como un rebote en la cancha. Acto seguido, arrastró el cuerpo de Lola, con el Queso encima, hacia un tonel vacío. Con torpeza, lo metió dentro, asegurándose de que el Gruyere quedara bien encajado. Selló el tonel con un martillo y un clavo, dejando el crimen oculto en un baño de Vino y Queso.
Semanas después, la bodega abandonada había sido transformada. Don Nicolás, un enólogo ancianito con un aire a Benny Hill, pero con un porte siniestro, estaba frente a una multitud de críticos, influencers y amantes del Vino. Don Nicolás, con su bastón y una risa chillona, era una figura peculiar: bajito, con bigote desaliñado y una peluca que parecía robada de un plató de los 80. No era otro que era el hermano de Lady Dumitrescu, ahora dedicado a la industria vitivinícola, en Mendoza, tierra del sol y del buen vino, donde además tenía una banda musical de tonadas cuyanas.
Nadie lo cuestionaba, porque su Malbec era legendario, y su bodega, ahora llamada "Dumitrescu Vinos", prometía revolucionar Maipú.
Don Nicolás, con un movimiento teatral, subió a un escenario decorado con toneles y Quesos gigantes. "¡Amigos, bienvenidos al lanzamiento de los Vinos DUMITRESCU!", anunció, mientras su bastón golpeaba el suelo como un metrónomo. La multitud aplaudió, aunque algunos notaron un olor extraño, como a pies y... ¿Gruyere? "Hoy presentamos nuestra primera obra maestra: ¡LOLA PONCE!", gritó, señalando un tonel sellado, el mismo donde Sandes había escondido el cadáver.
El público, confundido, susurró. "¿Lola Ponce? ¿La de San Remo?" Don Nicolás, con una risa que sonaba a Benny Hill acelerado, aclaró: "¡Un homenaje a la diva, quesoneada por la pasión de Mendoza! Este Vino tiene su... esencia." Mientras hablaba, un crítico probó una copa del "Lola Ponce" y frunció el ceño. "Huele a... ¿Queso y algo metálico?", dijo. Don Nicolás, guiñando un ojo, respondió: "¡Eso es el toque Dumitrescu, amigo! ¡Sangre, Queso y un poquito de ópera pop!"
Detrás de escena, Sandes, observaba con sus guantes negros y sus pies talla 52 ocultos bajo gigantes zapatillas.
"Carlos, tu quesoneada a Lola fue arte puro", le había dicho el enólogo, mientras planeaban más Vinos: "Halloween Sangriento", "Wanda Nara" y hasta un "Malbec Matías" en honor a los triples y a los asesinatos de Sandes.
“Digale a su hermana que se venga pa Mendoza, hace mucho que no la veo, fuimos muy intimos en una época” dijo Sandes.
“Ja, ja, ja, lo sé, Carlos, ja, ja, lo se, ya lo sé, ya vendrá, ja, ja”
El evento terminó con Don Nicolás bailando una versión bizarra del tema de Benny Hill, invitando al público a degustar los vinos. Sandes, desde las sombras, sonrió, pensando en su próximo crimen. El Vino "Lola Ponce" se agotó en horas, y los críticos, sin saberlo, brindaron por una diva cuyo último acto fue un grito ahogado en Queso y Malbec.
los domingos, día de publicación "oficial" de "quesos", que siga así
ResponderBorrarSandes quesoneo a la jermu, ya no hay dudas, pero se lo ve muy contento, disfrutando de Mendoza, del vino y del queso, y no se olvida de que es un quesón, la plenitud de un asesino que ya alcanzó su cenit
ResponderBorrarbuena quesoneada que merecía un gran quesón, y Sandes siempre lo es, la familia Dumitrescu ya tiene toda clase de actividades, habrá siempre armonía entre los Quesones y el clan Dumitrescu? por ahora parece no haber problema, buen cuento, en la sintonía de los de esta temporada
ResponderBorrarvamos por Sandes, muy buena la víctima, estaba propuesta desde hacía tiempo o no? no se que haría en Mendoza, pero bueno, siendo argentina puede ser, y no le vamos a pedir coherencia a los Relatos Quesones, Sandes simula ser un conductor de Uber, un detalle muy curioso, y ¿el vino es la sangre y los restos de la quesoneada?
ResponderBorraruna quesoneada importante esta mina, Sandes esta impecable y es acorde a un queso así, pero no hubiera estado mal un quesón mas internacional como Charles Leclerc o Carlos Sainz Vazquez de Castro (les esta yendo como el culo separados en la Formula 1), pero muy buen cuento
ResponderBorrarlo trata mucho de "Carlitos" a Sandes, sabiendo que es un Carlos renegado, y le gusta que le digan Matías, pero en esta versión de "viudo quesón" que exhibe parece que le gusta
ResponderBorrardado que el autor del blog suele llevar la acción de estos relatos a Europa, no estaba mal que esta mina lo hubieran quesoneado en Italia, donde es muy famosa, pero Mendoza no esta mal, Sandes juega de local, y hay cierta tendencia “federal” del autor en los últimos relatos, con Rosario en el de Quintana o Córdoba con el de Baute
ResponderBorrarLola Ponce, quesoneada, y enbarrilada o avitinicolanada podríamos decir
ResponderBorrary merecía un quesazo esta Ponce y Sandes se lo dio, y ahora que ya no tiene a Maru, bueno, en fin…
ResponderBorrarel secreto de un buen vino depende de una quesoneada siempre
ResponderBorrareste Sandes en la vida real es quesón: esos pies huelen mal, muy mal
ResponderBorrar"¡Eso es el toque Dumitrescu, amigo! ¡Sangre, Queso y un poquito de ópera pop!"
ResponderBorrarel toque Dumitrescu
Protesto contra que Maru Sandes haya sido quesoneada, siendo amiga de Lady Dumitrescu. Y sobre todo habiendo ganado la Mención de Honor, que se supone da cierta protección.
ResponderBorrarY funcionaba bien como una cómplice de los quesones, como en El asesino de Analía Francin. Sugiero que sea revivida, aunque sea como vampira.
En cambio, no tengo objeciones con El asesino de Lola Ponce. Que fue tratada como una estrella, aunque sea en un lugar marginal. Curioso que ella se arrojó sobre Sandes, casi que fue una mujer violadora. Y detalle curioso, no se entregó sino que dio una buena pelea.
son los quesones otra causa de la baja natalidad? matan a minas y a minas que estan buenas, para pensar
ResponderBorrarPero qué buen queso
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