El Asesino de Carla Peterson (versión 2025)
Carla Peterson abrió los
ojos de golpe, el corazón latiéndole como un tambor desbocado. La habitación
estaba envuelta en penumbras, con un olor a moho y madera vieja que se le
pegaba a la garganta. Intentó moverse, pero sus muñecas estaban atadas con una
cuerda áspera que le raspaba la piel. Estaba sentada en una silla, en el centro
de una sala desconocida. Las paredes, agrietadas y desnudas, parecían
observarla, y el único sonido era el crujir lejano de la madera, como si la
casa respirara.
"¿Dónde estoy?" murmuró, su voz temblorosa rompiendo el silencio. Intentó recordar. La última imagen en su mente era Carlos el Bebe Contepomi, apuntando hacia ella con una Winchester M1887 y diciéndole “Ja, ja, lo siento mucho, Carla Peterson, te voy a tirar muchos balazos, te voy a llenar de agujeros como si fueras este Queso Gruyere” y luego los balazos, y el Queso, un vacío negro, y el Queso…
¿Estaba viva? ¿O esto era alguna especie de limbo? ¿Estaba muerta? ¿En el infierno, en el limbo, en el purgatorio? Se obligó a calmarse y miró a su alrededor. La sala estaba vacía, salvo por un viejo sillón destartalado en una esquina y una mesa cubierta de polvo. Pero lo que llamó su atención fue la ventana.
Se arrastró con la silla, las patas chirriando contra el suelo, hasta que pudo ver el exterior. Afuera, una nevada furiosa lo cubría todo. Copos gruesos caían sin parar, amontonándose en un paisaje blanco e infinito. No había árboles, ni caminos, ni señales de vida. Solo nieve. Y, por un segundo, le pareció ver algo en la tormenta: una figura alta, envuelta en un traje extraño, inmóvil bajo la ventisca.
"¿El Eternauta?" susurró, el nombre escapándosele sin querer. Había leído el cómic de niña, esa historia de un viajero atrapado en una Buenos Aires sepultada por la nieve mortal. Pero esto no podía ser real. ¿O sí? La figura en la tormenta no se movía, pero Carla sintió que la miraba. Sus ojos, aunque invisibles, perforaban el vidrio y se clavaban en ella.
La nevada, la nevada mortal, que mataba a todos los que tocaba, personas, animales, plantas, la invasión alienígena, Juan Salvo, los cascarudos, la Batalla de River Plate, los gurbos, los manos, Favalli, Pablo, el chico que rescataron en un almacén, Franco, el tornero, una partida de truco…
Los recuerdos la cruzaban una y otra vez, pero ¿Quién era ella? ¿Carla Peterson? ¿Elena, la mujer de Juan Salvo, en El Eternauta? ¿Lola Padilla, de Lalola? ¿Laura Conti, de Cien Días para enamorarse? ¿La viuda de Martín Lousteau, el político patón que fue asesinado de un certero balazo por la Quesona Asesina, y al que le tiraron un Queso? ¿Carla Peterson, asesinada por Carlos el Bebe Contepomi, y a la que le tiraron un Queso? ¿Sofía de Son Amores? ¿Constanza de Sos mi vida? ¿Valeria de Naranja y Media? Confusa, la mente le daba vueltas una y otra vez como si estuviese en una Montaña Rusa, y precisamente en esa novela había sido María…
El Asesinato de Martín Lousteau, recreado por la IA Grok (1)
Desesperada, gritó “¿Quién
soy? ¿Dónde estoy?” y empezó a repetir esto una y otra vez, dando alaridos.
Intentó soltarse,
forcejeando con las cuerdas, pero solo logró cortarse la piel. El dolor la hizo
jadear. Entonces, desde algún lugar de la casa, llegó un sonido. Un golpe seco,
seguido de pasos lentos, pesados. Alguien —o algo— estaba ahí. Los pasos se detuvieron
frente a la puerta de la sala. El pomo giró con un chirrido.
Carla contuvo el aliento,
sus ojos fijos en la puerta. Estaba a punto de descubrir si estaba viva,
muerta... o atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar.
Mientras escuchaba los pasos, se quedó pensando en la posibilidad de haber sido asesinada por Carlos el Bebe Contepomi "¡Por Dios, qué indigno!" pensó, casi riendo de puro nervio. "Si voy a ser asesinada en una historia de terror, al menos que sea a manos de un Quesón de los Quesones Top, un Carlos con clase, no... un Bebé Contepomi! ¡Qué horror!"
“Ya sé, es como el
Eternauta, estoy en un continuum, viajando por el tiempo, y por el espacio,
debo haber caído en algún hueco del espacio temporal”.
Pero la puerta se abrió y
Carla Peterson no podía creer la figura que entró a la habitación, una mujer
rubia, con aspecto de ser cruel y vengativa, ¡una oficial nazi de las SS, de la
época de la Segunda Guerra Mundial!
“Oh, no” gritó Peterson
“soy prisionera de los nazis, y me van a asesinar en un campo de exterminio!
¡Me mandaran a las duchas!”
La oficial nazi, con total
cinismo, lanzó una carcajada sarcástica, y dijo: “Ja, ja, ja, soy Astrid
Breitner, ja, ja, y estas prisionera en la Unidad Penal Charlotte Corday, ja,
ja, ja”
“Nooooooooooooooo” grito
Peterson “Nooooooooooo”
El Asesinato de Martín Lousteau, recreado por la IA Grok (2)
“Pudiste ser una gran
asesina, con ese nombre y ese apellido, que rima con Quesón, ja, ja, una
Quesona perfecta, como esa que quesoneo al patón de Martín Lousteau, ja, ja”
“Noooooooo” comenzó a gritar Peterson “No soy una asesina, como esa Quesona que asesinó a Lousteau, yo estoy muerta, asesinada por Carlos el Bebe Contepomi, no puedo estar aca, nooooooooooooo”
“Ja, ja, ja,” continuó
Astrid, su risa cortante como el filo de un cuchillo, resonando en la sala
mohosa. “¿Muerta? ¿Asesinada por un tal Bebé Contepomi? ¡Qué imaginación, Carla
Peterson! O debería decir… ¿Elena? ¿Laura? ¿Lola? ¿O tal vez la viuda de ese
político patón? ¡Ja! No sabes ni quién eres, ¿verdad? Estás perdida en tu
propia cabeza, como una rata en un laberinto, como una rata que busca el Queso.”
Carla, con los ojos desorbitados, forcejeó contra las cuerdas, ignorando el dolor que le quemaba las muñecas. “¡No estoy loca! ¡Esto no es real! ¡Es un sueño, un delirio! ¡O estoy en el Eternauta, atrapada en la nevada mortal, o… o me drogaron! ¡Suéltame, loca nazi!”
Astrid cruzó los brazos, su
uniforme negro impecable contrastando con las paredes ruinosas. Sus botas
resonaron al acercarse, cada paso un martillo contra el suelo de madera. Se
inclinó hasta quedar a centímetros del rostro de Carla, sus ojos azules como
hielo perforándola. “¿Loca? No, no, querida. La loca eres tú, gritando nombres
de telenovelas como si fueran tu vida. ¿Cien días para enamorarse? ¿Lalola?
¿Son amores? ¡Ja! Patético. Estás atrapada en un continuum, como tú misma
dijiste, pero no es el del Eternauta. Esto es mucho peor. Esto es tu infierno
personal, Carla. Una prisión donde todas tus versiones chocan… y ninguna
escapa.”
Carla jadeó, su mente un torbellino. Las imágenes de sus personajes —Laura Conti planeando su separación, Lola Padilla enfrentando su nueva vida como mujer, Sofía riendo en un bar— se mezclaban con recuerdos imposibles: el olor a queso gruyere, los disparos de Carlos el Bebé Contepomi, la nieve mortal del Eternauta, el rostro de Martín Lousteau asesinado de un balazo y con un Queso encima.
“¡No! ¡Yo soy Carla
Peterson! ¡La actriz! ¡No soy una asesina, ni una prisionera, ni… ni Elena!
¡Esto es una pesadilla!”
Astrid se enderezó,
sonriendo con desprecio. “¿Actriz? Aquí no hay cámaras, querida. No hay guión.
La Unidad Penal Charlotte Corday no es un set de Telefe. Es un lugar donde las
almas como tú, fragmentadas, confundidas, terminan. ¿Sabes por qué estás aquí?
Porque no puedes decidir quién eres. ¿La heroína romántica? ¿La villana? ¿La
víctima de un tal Bebé Contepomi? ¿O tal vez una Quesona como la que asesinó a
Lousteau y le tiró un Queso? ¡Ja, ja, ja! Eres todas y ninguna, y por eso estás
atada ¿Quién carajo sos, ja, ja?.”
Carla negó con la cabeza, las lágrimas corriendo por sus mejillas. “¡No lo sé! ¡No recuerdo! ¡Solo quiero salir de aquí! ¡Por favor!”
Astrid arrojó el queso al
suelo y se acercó a la ventana, observando la nevada furiosa. “Salir… Ja. Nadie
sale de Charlotte Corday. Mira afuera. ¿Ves esa figura? No es el Eternauta. No
es Juan Salvo. Es tú, Carla. La parte de ti que sabe la verdad, pero no quieres
enfrentar. La nevada no es mortal porque mate el cuerpo. Mata la mente. Te
entierra en tus propias contradicciones hasta que te rompes.”
“¡No!” gritó Carla, cerrando los ojos. “¡No soy yo! ¡No soy una asesina! ¡Soy Laura, soy Lola, soy…!” dijo Carla y agregó tras sentir un escalofrío. “¡No asesiné a nadie! ¡Y menos con un Queso! ¡Suéltame, te digo! ¡Quiero despertar!”
“Y despertarás, querida
niña, y despertarás, tengo el placer de presentarte a Carlos Ignacio Fernández
Lobbe, el asesino de Viviana Canosa, el asesino de Andrea Frigerio, el asesino
de Daniela Cardone, el asesino de Soledad Solaro, el asesino de Mariana Arias,
el asesino de Pamela David, el asesino de Dolores Barreiro, el asesino de María
Vázquez, el asesino de Carolina Peleritti, y una lista que podría enumerar de
aquí a la eternidad, estimada Carla, ja, ja, ja, ja” río con sarcasmo y
crueldad Astrid Breitner.
En ese momento a la habitación entro un hombre muy alto, robusto y patón, ya no tan joven, más bien maduro, medía 1,94, calzaba 49, sus gigantescos pies emanaban un fuerte olor a Queso…
Carlos Ignacio Fernández
Lobbe. El rugbier asesino. Carla lo reconoció al instante, no porque lo
conociera en la vida real, sino porque su nombre y su leyenda ya eran
inmortales…
El terror la paralizó.
Lobbe avanzó, cada paso haciendo temblar el suelo. Astrid rió suavemente y
retrocedió, como si cediera el escenario a un depredador mayor.
"Él es mi invitado especial", dijo Astrid, su voz cargada de deleite. "¿No es perfecto para vos? Un Quesón digno, un Quesón top, un Quesón que merece quesonearte, no como el boludazo ese de Contepomi, ya escuchastes a todas las minas que asesinó, ja, ja".
Carlos Ignacio Fernández Lobbe
era una presencia abrumadora, su sombra engulléndola. Astrid miró al rugbier y
le dijo: “¿Puedo?”
El rugbier no pronunció palabras pero asintió con la cabeza. Astrid entonces se acercó a Carla, y empezó a manosearla, prácticamente fue una auténtica violación lésbica, con gran placer, le chupó las tetas, le puso la mano en el culo, le beso el culo, le chupo la vagina, pero no le hizo nada en los pies, como si quisiera respetar eso, Carla, atada, intentó resistir pero nada pudo hacer, y se sintió vejada y humillada por Astrid, y mientras todo esto ocurría, Carla daba alaridos de dolor y sufrimiento, mientras el rugbier, muy tranquilo, se comía un Queso Gruyere, contemplando la escena con cierta satisfacción y relajo.
“Gracias Carlos Ignacio”
dijo Astrid al terminar. El rugbier permaneció en silencio, mientras Carla
seguía gritando, desesperada.
Sus pies, calzando botas enormes, se plantaron a centímetros de su rostro, como una sentencia.
"¿Querés ser una
asesina?" dijo él, agachándose hasta que su aliento cálido y apestoso le
rozó la cara. "Primero tenés que sobrevivir, ja, ja, ja". Sacó un
cuchillo gigante de su cinturón, la hoja tan larga que parecía más una espada,
y lo apoyó contra el suelo, a modo de advertencia.
“Seras mi nueva Cybersix,
yo asesiné a Carolina Peleritti, ja, ja, o queres sufrir torturas como Soledad
Solaro, o desfilar como Andrea Frigerio, ja, ja, ja, ja” río Fernández Lobbe.
El rugbier puso sus botas
encima de Peterson, el olor era apestante y cruel, pero Carla empezó a olerlas,
lamerlas, besarlas y chuparlas, Carlos se sacó las botas y quedó en medias,
ahora Carla repitió el ritual, las olió, lamió, besó y chupó, sentía satisfacción
y placer, ahora daba alaridos pero de gozo y felicidad, luego, hizo sintió lo
mismo, ya con los pies descalzos…
“No creo que Contepomi te
haya disfrutar tanto” dijo Carlos.
“No, solo me disparo con la
Winchester” dijo Carla “Esto es el placer, la felicidad total, el extasis”.
“Y esto es aún más” dijo
Carlos Ignacio, con una ferocidad que solo puede tener una bestia salvaje, como
un oso de las cavernas en celo, la penetró, por adelante y por atrás, una
escena realmente muy violenta, pero Carla quedo repleta de gozo, no lo podía
creer. Cuando terminaron, Carla estaba exhausta, pero quería más…
“Ahora lo tengo claro,
estoy muerta, pero esto no es el infierno, es el paraíso, la gloria eterna, la
felicidad y el gozo en su plenitud, gracias Bebe Contepomi por mandarme al
cielo”
“¡Ja, ja, ja! ¿Y el
Quesoneado ese de tu marido también te cogía así, perra?” dijo Fernández Lobbe.
“No, y no me decía perra” dijo Carla Peterson “por eso lo quesonearon, ja, ja, debí hacerlo yo, un balazo, con silenciador, ¡bang! Y Queso, ¡Queso!”
“¡Queso!” dijo entonces
Carlos Ignacio Fernández Lobbe, y con sus guantes negros, agarró el cuchillo,
un cuchillo de caza de 60 cm, afilado y dentado, con una risa de hiena y sus
ojos brillando como brasas, su hoja dentada reluciendo bajo un rayo de luz que
se colaba por la ventana cubierta de nieve. El cuchillo parecía vivo,
hambriento, como si hubiera sido forjado en un infierno donde los Quesos y las
pesadillas se fundían en uno.
“¡Queso!” rugió Carlos Ignacio, levantando el arma con un gesto teatral, como un director de orquesta a punto de iniciar una sinfonía macabra. “¡Esto es por el Queso, Carla! ¡Por los Quesoneados como Martín Lousteau, por los Quesones como Carlos el Bebé Contepomi, por todo el maldito continuum!”
Carla, perdida entre sus
identidades —Laura, Lola, Elena, la Quesona Asesina—, soltó una risa histérica.
“¡Hacelo, Carlos! ¡Quesoneame! ¡Si asesinada debo ser, que sea con estilo! ¡Que
sea un Quesón Top!”
El primer golpe fue
preciso, un arco descendente que cortó el aire con un silbido. La hoja se
hundió en el hombro de Carla, y ella gritó, no de dolor, sino de una euforia
demencial, como si cada puñalada la liberara de una de sus máscaras. Carlos
Ignacio no se detuvo. Apuñaló una y otra vez, sesenta veces, cada golpe
acompañado por un alarido suyo: “¡Queso! ¡Queso! ¡QUESO!”
La sangre salpicaba las paredes agrietadas, formando patrones que parecían letras: L-O-L-A, L-A-U-R-A, Q-U-E-S-O-N-A, C-A-R-L-A.
Al terminar, Carlos Ignacio
retrocedió, jadeando, su rostro salpicado de sangre y sudor. Con un movimiento
ceremonial, sacó de una bolsa un Queso Gruyere gigante, del tamaño de una rueda
de carreta, sus agujeros como ojos que acusaban al mundo. Tan igual de grande
como el que le tiro a Soledad Solaro.
Lo levantó sobre su cabeza y, con un bramido final, lo arrojó sobre el cuerpo inmóvil de Carla. El Queso aterrizó con un golpe sordo, cubriendo el cadáver como una lápida absurda. “¡QUESO!” gritó el asesino, su voz resonando en la casa como un trueno.
Desde detrás de una cortina
raída, Astrid Breitner, la oficial nazi, observaba con una sonrisa torcida. Sus
manos enguantadas aplaudieron lentamente, un sonido seco que cortó el silencio.
“Ja, ja, ja,” dijo, emergiendo de las sombras, su uniforme impecable
contrastando con la carnicería. “Ahora sí, Carla Peterson. Te quesoneó un
Quesón Top. ¡El mejor Queso del continuum! Ni Lousteau, ni Contepomi, ni el
Eternauta pudieron con esto. ¡Ja, ja, ja!”
Carlos Ignacio, sin
mirarla, se limpió el cuchillo en su camisa y salió de la sala, sus botas
dejando huellas rojas en el suelo. “¡QUESO!” gritó una última vez,
desapareciendo en la tormenta de nieve que rugía afuera.
Astrid se acercó al cuerpo de Carla, inclinándose para inspeccionar el desastre. El Queso Gruyere, absurdamente grande, parecía palpitar, como si estuviera vivo. “Pudiste ser la Quesona perfecta,” murmuró Astrid, casi con nostalgia. “Pero el Queso siempre gana.”
Entonces, la escena dio un
giro aún más bizarro. El Queso comenzó a temblar, y de sus agujeros emergieron
pequeñas figuras, no más grandes que ratones, vestidas como personajes de las
telenovelas de Carla. Una minúscula Laura Conti, con su maletín de abogada,
gritaba: “¡Esto no estaba en el contrato!” Una diminuta Lola Padilla,
ajustándose un vestido, sollozaba: “¡No soy hombre para esto!”, Elena de El
Eternauta gritando “El Quesonauta, El Quesonauta” Y una Sofía de Son amores,
con una bandeja de empanadas, exclamaba: “¡El Queso no es para compartir!”
Las figuras treparon por el cuerpo de Carla, danzando y cantando una melodía dissonante: “¡Queso, Queso, somos el Queso! ¡Carla, Carla, no hay regreso!” Astrid, fascinada, aplaudió con más fuerza. “¡Ja, ja, ja! ¡El continuum se quiebra! ¡Queso! ¡El Queso nos une! ¡Carla, sos todas y ninguna! ¡El continuum es nuestro!”
Y en el centro de todo, el
Queso Gruyere gigante abrió un agujero final, un portal al vacío. Astrid,
asombrada, vio como las figuras desaparecieron, a la nada misma, transportada
al continuum, mientras el cadáver quesoneada de Peterson se quedo ahí, con su
sangre…
“Para mezclarla con la de
Carolina Peleritti, y hacer una Cybersix Quesona, como quería el Doctor Von
Reichter” dijo Astrid, riendo, de satisfacción, prometiendo más terror, sangre
y QUESO.
buen cuento, rodeado de una atmosfera extraña, donde se mezcla del presente, el futuro y el pasado y no sabemos donde esta la víctima, y si ya fue asesinada anteriormente, excelente pieza donde se combina el relato quesón clásico, el terror y la ciencia ficción
ResponderBorrarno es lo que pedía el Fauno, se ve que el autor no la quiere a Peterson como quesona (porque?) pero el cuento esta bueno, me gusta, es delirante y quesón, y abre la chance de que en realidad Peterson pudo haber sido quesoneada dos veces, tanto por Fernández Lobbe como por Contepomi
ResponderBorrarno esta mal, tiene lo suyo, lo interesante es el ambiente de claustrofobia a la que es sometida la quesoneada
ResponderBorraruna condenada al queso, a la que se le niega ser quesona, pero es quesoneada una y otra vez
ResponderBorrarCarla Peterson, nombre y apellido de quesona (por el "son" como "queson") pero como es que su destino es otro, quizas por ser viuda de un quesoneado, eso explica todo
ResponderBorrares mejor que te quesonee Fernández Lobbe en lugar de Contepomi? porque el queso te lo tiran lo mismo
ResponderBorrarRescato el tono delirante de esta fanfiction, con Astrid como efectiva entregadora, carcelera.
ResponderBorrarY que Fernández Lobbe se haya mostrado brutal con Carla Peterson, no tan lírico como los quesones de otros relatos de esta tanda.
Como comentaron, no es lo que pedía yo. Pero hay oportunidad de que Astrid haga uno de sus expeerimentos extraños, para que Carla Peterson resurja como una quesona, una asesina ideal, perfecta. Con un apellido que rima con quesón.
Fernández Lobbe, un quesón relacionada con la ciencia ficción: ya quesoneo a Carolina Peleritti, de Cybersix, ahora vuelve en este ambiente a asesinar a Peterson, podría ser una nueva beta de este personaje
ResponderBorraresta muy bueno el cuento, siempre los relatos quesones son buenos para leer
ResponderBorrarel cuento está bien, tiene mucho delirio y ciencia ficción, pero un poco de acción no estaba mal
ResponderBorrarel olor a Queso de todos los Carlos siempre es un tema apasionante
ResponderBorrarEL BEBE CONTEPOMI SE VA A ENOJAR CUANDO SE ENTERE QUE VOLVIERON A QUESONEAR A LA PETERSON COMO SI LO DEL NO HUBIERA VALIDO NADA
ResponderBorrarya estas para el Premio Nobel, es hora que el mundo te reconozca como mereces
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