Quesones Extraños en un Tren



Carlos Bossio, un muchacho de unos treinta y pico de años, subió al tren expreso que al mediodía partía de la estación central hacia la Costa. Ingresó en uno de los vagones de la Clase Ejecutiva, con asientos muy grandes, ideales para un hombre como él, que era muy alto y patón, pues medía 1,95 metros y calzaba cincuenta. Estaba muy bien vestido, con un traje gris oscuro, y a juzgar por su apariencia y sus maletas, todo indicaba que Carlos era un hombre de negocios.

Llegó al asiento 37, ventanilla, que era el que tenía asignado. En el de al lado, el 36, ya estaba sentado su ocupante. Era también un hombre de unos treinta y pico de años, tan alto y patón como Carlos, vestido con un estilo similar.
-         Buenas tardes – dijo Carlos.
-         Buenas tardes – contestó el otro muchacho y mientras Carlos acomodaba su maleta en el lugar que le correspondía agregó - ¿Quiere que corra mi maleta para acomodar mejor la suya?
-         No, gracias, ya está todo bien acomodado, con este lugar me alcanza.
-         Perfecto, cualquier cosa me avisa.
Carlos se sentó en su asiento y le preguntó a su ocasional compañero de viaje:
-         ¿Le molesta si dejó la ventanilla abierta o prefiere que corra la cortina?
-         No hay problema, dejela abierta, no me molesta.
-         Perfecto, gracias.




El tren no tardó en arrancar, Carlos observaba el paisaje de los barrios suburbanos por los que pasaba el tren, pero al correr su vista, observó los zapatos de su compañero de viaje. Espontáneo como era, Carlos, le preguntó:
-         Disculpeme, ¿Puedo preguntarle algo?
-         Por supuesto, dígame.
-         ¿Dónde consiguió esos zapatos? Le preguntó porque calzó cincuenta, tengo pies muy grandes, y no me es nada fácil conseguir zapatos. ¿Son de alguna zapatería?
-         Sí, claro, usted es tan alto como yo, somos dos gigantes que viajan uno al lado del otro. Yo calzo un poco menos que usted, un cuarenta y ocho, para ser exactos. Estos zapatos los adquirí en Charles Shoes, está en el 3300 de la Quinta Avenida, entre la 45 y la 46.
-         No lo conozco. Lo voy a anotar – Carlos sacó un anotador y una lapicera y comenzó a anotar – Me dijo, la Quinta...
-         Entre la 45 y la 46, Charles Shoes.
-         Bueno, de Charles Shoes no creo que me olvide, es mi nombre, me llamo Carlos.
-         Yo también me llamo Carlos – dijo el otro muchacho – con razón había tanta afinidad entre los dos.
-         Ya lo creo, para un Carlos no hay nada mejor que otro Carlos. Es uno de mis lemas preferidos.
-         Ja, ja, buen lema, me gusta...
En ese momento, pasó el guarda del tren y comenzó a pedir los boletos de los pasajeros.
-         Fernández Lobbe, Carlos Ignacio, muy bien, gracias, y usted?
-         Bossio, Carlos Gustavo, aca tiene mi boleto.
-         Perfecto, muchas gracias.
El guardia se fue, y los dos Carlos quedaron otra vez solos. Bossio le dijo a Fernández Lobbe:
-         ¿Vos no jugabas al rugby?
-         Sí, jugué varios años en las ligas superiores, hoy soy entrenador – Lobbe iba a seguir hablando pero de repente sonó el teléfono celular, el rugbier se levantó y le dijo a Bossio – Disculpame, voy a atender esta llamada, ahora vuelvo.




Fernández Lobbe tardó un buen rato, hasta que regresó. Bossio notó a su tocayo mucho más preocupado que antes. Lobbe le dijo:
-         Disculpame Carlos, pero tengo un problema personal muy serio, y tuve que atender el llamado.
-         Si puedo ayudarte en algo, Carlos, a veces la voz de un desconocido puede servir de aliento.
-         Precisamente Carlos, por ser vos un desconocido, te lo voy a contar. Se trata de mi esposa, me engaña con otro hombre, con un ex jugador de rugby, un ex compañero mío, los dos piensan que yo no se nada, pero los descubrí. Me siento traicionado por todos lados. Estoy muy mal.
-         La verdad que no se que decirte, Carlos, es muy duro lo que me contas.
-         Tan duro que pense lo peor.
-         ¿Lo peor?
-         Sí, pensé en asesinar a mi esposa – Confesó en forma dramática Carlos Ignacio Fernández Lobbe - La otra noche, cuando regresé de una reunión en el club, fui a la cocina, y agarré el cuchillo más grande que ví, lo toqué por un buen rato, pensé en entrar al dormitorio y apuñalarla. Así de simple. No pude creer tener ese impulso asesino. No se que se pasó por la cabeza, pero me frené, y deposité el cuchillo sobre la mesa.
-         Hubiera sido una gran torpeza cometer un crimen así – dijo Carlos Bossio – te hubieran descubierto muy fácil. Ahora estarías preso. Puedo ayudarte a cometer ese crimen y te aseguro que nadie va a sospechar de vos.
-         ¿Me estás hablando en serio? – expresó Carlos Ignacio Fernández Lobbe con una sorpresa más que evidente.
-         Por supuesto – acotó Bossio – el crimen perfecto es aquel donde no existe conexión alguna entre el asesino y su víctima. La policía no tiene forma de investigar. No hay móvil.
-         ¿Pero que sentido tiene cometer un asesinato si el asesino no conoce a su víctima? No hay razón alguna, es matar por matar, como un asesino serial.
-         No siempre es así. El crimen puede tener un motivo, pero la policía no lo descubre. Siempre pensé que si dos asesinos se intercambian sus víctimas, bueno, ese sería el crimen perfecto.
-         ¿A dónde querés llegar, Carlos?
-         Es simple. Voy a ir directamente al Queso, como me gusta decir a mí. Porque un Queso es más sabroso que un grano, ja, ja. Bueno, bromas aparte, el plan es el siguiente, yo asesinó a tu esposa, vos asesinas a la mía.
-         ¿Me estás hablando en serio?
-         Por supuesto Carlos, jamás hablé más en serio. Yo también tengo problemas con mi esposa. No me quiero divorciar, no es negocio, hay que repartir bienes, no es lo aconsejable.
-         ¿Me estás proponiendo que asesiné a tu esposa?
-         Sí, pero a cambio yo asesinó a la tuya. Hasta hoy, Carlos Ignacio Fernández Lobbe y Carlos Bossio no se conocían, y quizás nunca más vuelvan a verse en el futuro. ¿Quién podría sospechar entonces que Carlos Ignacio Fernández Lobbe asesiné a la esposa de Carlos Bossio, y viceversa? No tiene lógica. En el momento del crimen, cada esposo tiene una coartada perfecta, que no puede fallar, con testigos que acrediten que no pudo haber cometido el hecho. Es el crimen perfecto.
-         Me asombra tu frialdad al hablar de esto – manifestó Carlos Ignacio Fernández Lobbe – como si tuvieras experiencia en estas cosas.
-         Bueno, mi actual esposa es mi tercera esposa, he sido viudo en dos ocasiones.
-         ¿Asesinaste a tus dos esposas anteriores?
-         Eso no importa. No es lo que importa ahora – dijo Carlos Bossio – pude haberlas asesinado yo mismo, pude haber recurrido a un asesino a sueldo, pude haber intercambiado víctimas como podemos hacerlo nosotros.
-         La verdad, Carlos, no se que pensar.
-         Mirá Carlos, esto es simple. El tren ya está llegando a nuestro destino. Si aceptas el plan, llamame a este número – Bossio le dio a Lobbe un número de teléfono – si no estás de acuerdo, rompés ese papelito y nosotros no nos vemos nunca más. Como si este dialogo jamás hubiera existido.


Lobbe lo guardó en su bolsillo, Bossio siguió hablando.
-         Es sencillo, si aceptas, yo asesinó a tu esposa, vos a la mía, primero yo cometo el crimen dado que tengo experiencia, dejamos pasar dos o tres semanas y tenés que cumplir tu parte del pacto. A la policía la desconcertamos por partida doble. Sobre el cadáver de tu esposa yo tiró un Queso.
-         ¿Un Queso?
-         Sí, un Queso, ayer leí un artículo en la revista Muy Interesante. En tiempos antiguos, los pueblos bárbaros ejecutaban mujeres con un extraño ritual. Se trataba de mujeres infieles, traidoras o delincuentes. Las ataban a una piedra, y la mujer, antes de ser asesinada, debía oler los pies de su asesino, finalmente el asesino la mataba usando una espada o un hacha. Cuando terminaba de asesinarla, el asesino tomaba un Queso y lo tiraba sobre la mujer a la que acababa de asesinar.
-         Alguna vez escuche una historia parecida. Creía que se trataba de una leyenda.
-         Durante mucho tiempo se pensó que era una leyenda. Pero investigaciones muy recientes, con hallazgos en muchos lugares de Europa y Asia, permitieron descubrir que el ritual era real, y lo practicaban los antiguos escitas. Y hay algo muy curioso, ideal para nosotros, los que cometían esos crímenes rituales eran muchachos altos, previamente elegidos, que según una tradición, se llamaban Carlos como nosotros.
-         Eso no te lo creo. No existía el nombre Carlos en esa epoca.
-         Bueno, no exactamente Carlos. Sino Karl, como es nuestro nombre en alemán. Es el plan perfecto, la policía creería que estos crímenes los comete algún loco o depravado que se identifica con estos rituales macabros y sangrientos.
Bossio remarcó con énfasis lo de “macabros” y “sangrientos”. Carlos Ignacio Fernández Lobbe quedó muy pensativo. En ese momento, el tren empezó a entrar a la estación. Bossio acotó:
-         Bueno, Carlos, ya te lo dije, si estás de acuerdo con el plan, ahí tenés mi telefono. Si no, no nos vemos nunca más y este dialogo jamás existió.
Carlos Bossio y Carlos Fernández Lobbe se separaron y cada uno continuo su camino...



Al día siguiente, Carlos Bossio se encontraba bastante despreocupado, creía que la propuesta que le había hecho a Carlos Fernández Lobbe no pasaría a mayores, que era solo un plan, cuando recibió una llamada. Era Fernández Lobbe.

-         Hola Carlos, soy Carlos Ignacio Fernández Lobbe ¿Estás todavía en la ciudad?

-         Sí, claro, hasta mañana, que vuelvo a la Big Apple.

-         Te espero en el Bar de la Paix, en media hora, en el cruce de la calles de la Romareda y Mestaya, ¿Podrías ir?

-         Estoy cerca de ahí, Carlos, en unos minutos puedo llegar.

-         Perfecto Carlos, en media hora nos vemos.



Carlos Bossio llegó al Bar de la Paix, y lo vió a Lobbe sentado en una de las mesas. Bossio se sentó, pidieron unos cafés, y Lobbe le dijo:

-         Bueno Carlos, aceptó el plan que me propusiste.

Bossio se sorprendió, había pensado que Lobbe no se decidiría por un plan tan audaz, pero envalentonado, no dudó en aceptar.

-         Perfecto. Entonces debemos proceder con gran cautela. No hay que dejar ningún detalle librado al azar.

-         Lo único Carlos, que hoy mismo deberás asesinar a mi esposa. Tengo una reunión en el Club, y es la ocasión perfecta. El amante de mi mujer, Gonzalo Longo, estará también en ese meeting de esta noche.

-         Esta noche asesinaré a tu esposa y le tiraré un Queso. Cuando haya cumplido con la parte de mi plan, te voy a mandar un mensaje de texto muy simple. Solo dirá una palabra “Queso” significa que tu mujer ha sido asesinada.

-         Muy bien Carlos, te prometo que en un par de semanas, yo cumpliré con mi parte del plan. Asesinaré a tu esposa, y le tiraré un Queso.

-         Muy bien, Carlos, y ya sabés...

-         ... para un Carlos no hay nada mejor que otro Carlos.

Esa noche, Carlos Ignacio Fernández Lobbe participó de una intensa reunión en el Club de Rugby. Eran las once de la noche cuando sonó su telefono celular. Lo atendió en forma fría y tratando de mostrar una gran despreocupación. El remitente era “Bossio, Carlos”, y el mensaje era tan sencillo, como directo y preciso.

“Queso” decía. Ninguna otra palabra más, solo “Queso”.

Finalizada la reunión, Lobbe invitó a tres rugbiers a su departamento a tomar unos whiskys. Entre los asistentes estaba Gonzalo Longo, el amante de la esposa de Lobbe. Cuando entraron al departamento, Lobbe empezó a convidar a sus compañeros con los whiskys. Longo preguntó:

-         ¿Y tu mujer?

-         Debe estar acostada en su habitación.

Lobbe empezó a charlar con los rugbiers. Longo simuló ir al baño pero en realidad fue a saludar a su amante en el dormitorio. Abrió la puerta del mismo, prendió la luz, y para su sorpresa, observó con horror una escena espantosa. La cama estaba deshecha, la mujer estaba acostada, muerta con los ojos abiertos, totalmente ensangrentada, con un enorme cuchillo clavado sobre el pecho, y encima del cadáver un enorme Queso Gruyere. Longo gritó con horror. Los demás rugbiers se acercaron y descubrieron lo que había pasado.

La policía no tardó en llegar. El crimen no tenía sospechosos. El veterano Inspector Pufrock manifestó que era todo obra de un maniático y un psicopata, basado en antiguas leyendas barbaras.



Quince días después, en la Big Apple, Carlos Bossio recibió un llamado a su celular, lo atendió.

-         Hola Carlos, soy tu tocayo y amigo, Carlos Ignacio Fernández Lobbe.

-         ¡Carlos!

-         Vengo a cumplir mi parte del plan.

-         Primero nos juntamos para no dejar ningún detalle al azar.

Los dos Carlos se encontraron en un bar. Fieles a su genio, el encuentro fue en el Charlie’s Pub. Mientras tomaban unas copas, los dos Carlos estaban comiendo un Queso. Bossio le pasó la información que Lobbe necesitaba.

Esa noche, la esposa de Carlos Bossio regresó a su casa como todas las noches. Vivían en un lujoso departamento, en el piso veinticinco, cerca del Central Park. Era un largo viaje en ascensor. La mujer por fin llegó al piso, cuando empezó a abrirse el ascensor. La puerta se abrió, pero frente a ella, la mujer vio a un hombre muy alto, vestido de rugbier, con sus manos cubiertas de guantes negros, sosteniendo un enorme cuchillo. Era Carlos Ignacio Fernández Lobbe. La mujer se horrorizó, pero Carlos Ignacio interceptó los botones del elevador, y en forma tan rapida como precisa, se abalanzó sobre la mujer, clavándole el cuchillo en el estomago. Le dio un corte de punta a punta. Luego, la siguió apuñalándola una y otra vez. Cuando terminó, Lobbe dejó el cuchillo clavado en su víctima, cuyo cadáver permaneció sobre el espejo, y tomó un Queso, lo tiró sobre el cadáver, y dijo en voz alta:

-         Queso.

Al rato Carlos Bossio recibió un mensaje en su celular. Solo contenía una palabra, directa y precisa. “Queso” y el remitente era Carlos Ignacio Fernández Lobbe.

El pacto entre los Carlos y los Quesos estaba sellado. ¿Habría nuevos crímenes en el futuro?


Comentarios

  1. el queson vuelve a atacar..

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  2. Por favor, que Carlos Bossio y Carlos Fernandez Lobbe vean cual de los dos asesina a Agustina Kampfer y le tira un Queso, esa mina se lo merece

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  3. no recordaba esta maravilla de Hitchcock adaptada a los Carlos y a los Quesones, excelente

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