La asesina de Patricio Garino #QUESO (y la saga de los Basquetbolistas Estrangulados)
Ocurrió en Mar del Plata, la ciudad natal del basquetbolista Patricio Garino, el talentoso alero argentino conocido como "Pato". Nacido el 17 de mayo de 1993, midiendo 1,98 metros y con un físico imponente forjado en las canchas locales antes de emigrar a Estados Unidos, acababa de firmar en septiembre de 2017 su primer contrato grande con el Baskonia de España. Se encontraba de paso por allí solo por unos pocos días, aunque nunca dejó de entrenar ni de mantener su impecable estado físico.
Acababa de salir de un gimnasio improvisado cuando, al dirigirse a su Minivan, una mujer se plantó frente a él. Era joven, bellísima, con una melena rubia platino que caía como cascada sobre sus hombros. Su rostro, su cuerpo, su sonrisa: era Valeria Mazza versión 1992, pero viva, radiante y peligrosamente seductora.
—¡Valeria Mazza! ¡No puede ser! —exclamó Garino, atónito—. ¡Si fue asesinada por Carlos Delfino!
—Todos dicen que soy idéntica a esa pobre chica —respondió ella con voz melosa—. La decapitaron y le arrojaron un Queso encima. ¿Te gusto, Patito? Me llaman la Quesona.
—Sos hermosa —balbuceó él, hipnotizado—. Hermosa, Quesona.
—Entonces vamos a compartir una tarde inolvidable —susurró ella, rozándole el pecho con la punta de los dedos—. Hagámoslo aquí mismo, en la Minivan.
Patricio no pudo resistirse. Subieron al asiento trasero y la Quesona se abalanzó sobre él como una fiera. Le arrancó la camiseta con urgencia, lamió su torso sudoroso y bajó hasta desabrocharle el pantalón. Lo tomó con mano experta, lo acarició hasta endurecerlo por completo y luego se montó sobre él, guiándolo dentro de sí con un gemido profundo. Cabalgó con furia, sus caderas girando en círculos perfectos, apretándolo con contracciones internas que lo volvían loco.
Garino la sujetaba por las nalgas firmes, empujando hacia arriba mientras ella le clavaba las uñas en el pecho. El vehículo se mecía violentamente; los vidrios se empañaban con sus jadeos. La Quesona lo ordeñaba sin piedad: lo llevaba al borde una y otra vez, deteniéndose justo antes del clímax para prolongar la tortura deliciosa. Finalmente, cuando Patricio ya no podía más, ella aceleró hasta que él explotó dentro de ella con un grito ahogado. Lo exprimió hasta la última gota, dejándolo temblando, exhausto, convertido en una piltrafa. Garino se derrumbó, dormido profundamente por el cansancio extremo.
Cuando despertó, estaba sentado en una silla metálica, encadenado de pies y manos, completamente inmovilizado. A su lado, sobre una mesa, reposaba un enorme Queso Emmenthal, con sus característicos agujeros grandes y voluptuosos brillando bajo la luz tenue. El pánico lo invadió. Intentó gritar, forcejear, pero las cadenas eran implacables.
—Buenas tardes, Patito —susurró una voz femenina detrás de él.
—¡Quesona! ¡Qué mierda querés! ¡Socorro! ¡Me secuestraste!
—No soy una loca, estimado Patito —rió ella, acercándose—. Soy la Quesona Asesina. Te dejé bien exprimido con el sexo, ¿verdad? Ahora vas a ser mi nuevo quesoneado.
—¡Soltame, hija de puta!
—Grita cuanto quieras —dijo mientras se quitaba lentamente las medias—. Nadie te va a oír.
La Quesona colocó sus pies tamaño 42, suaves pero con un leve aroma a sudor femenino, directamente sobre el rostro de Garino. Los dedos largos y pintados de rojo se deslizaron por sus labios.
—Espero que te gusten los pies de mujer, Patito. Chupamelos, lamelos, besalos… todos.
Sin alternativa, Garino obedeció. Besó cada dedo, lamió las plantas, succionó el talón mientras ella gemía de placer, frotando los pies contra su cara, metiéndole los dedos en la boca hasta casi ahogarlo. Cuando quedó satisfecha, sacó una pluma larga y comenzó a hacerle cosquillas en las plantas de los pies expuestos. Garino estalló en carcajadas involuntarias que pronto se convirtieron en súplicas desesperadas.
—¡Basta! ¡Por favor, basta de esta tortura!
La Quesona arrojó la pluma al suelo y tomó una soga gruesa, áspera, de cáñamo. La pasó lentamente alrededor del cuello delbasquetbolista, ajustándola con precisión sádica hasta que la fibra mordió la piel.
—Lo siento, Patricio, pero ha llegado la hora de quesonearte.
Garino forcejeó con todas sus fuerzas; sus 1,98 metros de altura y su musculatura de atleta profesional hicieron que la tarea no fuera sencilla. La Quesona tuvo que treparse sobre sus rodillas, tirar con todo su peso hacia atrás, usando las cadenas como polea improvisada.
Primero se oyó el gorgoteo desesperado de Garino buscando aire, luego el crujido de la tráquea comprimiéndose, los vasos sanguíneos estallando bajo la presión. Su rostro se hinchó rápidamente, las venas del cuello se marcaron como cables, los ojos se le inyectaron en sangre hasta salirse de las órbitas. Pataleó con violencia, sus pies enormes golpeando el suelo con estruendos sordos que hacían vibrar la silla.
La lengua asomó hinchada y morada, un hilo espeso de baba mezclada con sangre le cayó por la comisura mientras emitía sonidos roncos, ahogados, cada vez más débiles. La soga se hundía más y más en la carne, dejando un surco profundo que sangraba. Tardó largos y agonizantes minutos: los espasmos finales sacudieron su cuerpo como convulsiones eléctricas, las piernas se estiraron rígidas, los dedos se abrieron en garra.
Finalmente, con un último tirón brutal que requirió toda la fuerza de la Quesona, el cuello se quebró con un chasquido seco y definitivo. El cadáver quedó sentado, la cabeza caída hacia un lado, la soga profundamente incrustada en la carne morada y amoratada, los ojos vidriosos abiertos en una expresión de horror eterno.
La Quesona tomó el pesado Queso Emmenthal y lo estrelló con fuerza sobre el torso inerte de su víctima.
El Queso se partió parcialmente, dejando trozos adheridos al sudor, la sangre y la piel lacerada.
—Patricio Garino —pronunció con solemnidad—. #Queso.
Antes de desaparecer tan misteriosamente como había aparecido, se agachó y le quitó las enormes zapatillas deportivas como trofeo.
Horas después, en su vitrina secreta, lucían junto a los demás pares de zapatos y zapatillas de sus Quesoneados anteriores, con un nuevo cartel impecable: "Patricio Garino".
La Quesona Asesina ya buscaba su próximo objetivo: otro basquetbolista.





























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creatividad
ResponderBorrarSe confundió de pastillitas y se mandó la colorada sin la verde y la azul juntas ...después escribió
ResponderBorrarChapita mal ...
El sexo con las quesonas puede ser tan agotador como peligroso. Que tan fácil quedan indefensos ante Ravelia la rubia.
ResponderBorraraca empezo todo con los quesoneados del basquet entonces
ResponderBorrara este lo quesonearon en serio: parece que termino vendiendo empanadas o algo así
ResponderBorrarera un relato simple este, ahora quedo mucho mejor, habrá otras actualizaciones?
ResponderBorrarya nadie va a querer ser deportista, para no ser víctima de "la Quesona"
ResponderBorrara falta de quesos nuevos, bienvenidos los de siempre
ResponderBorrarestuve viendo y este relato está situado en 2017, hasta ahí Patricio Garino era una figura del básquet, después se lesionó y hoy juega en un equipito de la B de España, o sea que en 2017/18, lo quesonearon en serio, no es joda amigos
ResponderBorrartan encantadora como siniestra la quesona
ResponderBorrarLa sexualidad como artilugio para atrapar a una víctima.
ResponderBorrarRavelia lo dejó hecho una piltrafa, como los Carlos con las famosas.