El Karma de Ravelia capítulo 3 "Ravelia y La Gitana"



Luego de uno esos encuentros, Ravelia iba de regreso a su departamento, cuando se cruzó con una gitana, que con acento andaluz le dijo:
- ¿Quieres que te lea la buena fortuna, niña?
Ravelia no contestó nada con palabras, pero se paró ante la gitana y extendió su mano. La gitana comenzó a observar las líneas de la mano de la muchacha. El rostro de la gitana comenzó a mostrar signos de preocupación.
- ¿Ocurre algo? – dijo Ravelia.
- Nada, niña – contestó la gitana como tratando de no darle importancia al asunto, aunque la cara de preocupación no desapareció - ¿A ti te llaman “Quesona”?.
- Sí, hay una persona que me dice de ese modo.
- Y esa persona se llama Carlos, ¿Verdad?
- Sí, es eso cierto.
- Pues mucho cuidado deberás tener – dijo la gitana – es un hombre muy peligroso.
- ¿Por qué dice eso?
- Solo digo que alguien que se llama Carlos quiere asesinarte. Y no digo más nada. Es un asesino serial...



Ravelia quedó muy intrigada ante esa afirmación de la gitana, que se fue rapidamente del lugar. Ravelia continuo caminando por la calle, hacia el norte, mientras la gitana iba hacia el sur. Bruscamente, Ravelia, sin mirar hacia atrás, escuchó un ruido, como si un camión se hubiera llevado algo por adelante...
Ravelia se dio vuelta y observó que efectivamente un camión se llevó por delante a una persona, mucha gente se reunió alrededor, y la chica fue hacia allí.
- ¿Qué paso? – preguntó Ravelia.
- Una desgracia horrible – le contestó una mujer de unos ochenta años que andaba por allí – una pobre señora, de la comunidad gitana, que pasaba por aca, fue aplastada por este camión...
Ravelia no salió de su asombro, era la gitana que le había predicho la ¿buena? fortuna... 
Ravelia trató de no darle importancia al asunto, pensando que era una desgracia de la que le tocó ser testigo y anda más, pero la gitana había dicho cosas muy graves, pero no podía borrárselo de la cabeza... 




Al día siguiente, mientras iba de camino a la empresa constructora de Carlos Queson, otra persona muy extraña se cruzó en su camino. Esta vez era un hombre, muy viejo, de baja estatura, con bigotes, que con un acento español muy particular le dijo:
- ¿Tu trabajas allí, en la empresa de Carlos Quesón?
- Sí, ¿Porqué?
- Solo os digo una cosilla, niña, y recuerda estos nombres, averigua que fue de Silvina Larrazabal, de Tamara Ocampo y de Luciana Pereyra.
- ¿Quién es usted?
- No importa quien soy yo, solo recuerda esos nombres, toma, aquí te los doy anotados, porque seguro te los vas a olvidar, niña.
El español le dio el papel anotado con los tres nombres. Ravelia se quedó mirando el papel sin saber que hacer. Cuando se dio vuelta para preguntar algo, el español había desaparecido...



Ravelia llegó a la empresa constructora. Allí le dieron una noticia que no esperaba...
- El ingeniero Quesón estará ausente algunas semanas. Ha tenido que viajar de urgencia al Oriente – le comunicó la Señorita O’ Connor – para participar de unas obras civiles que nuestra empresa se ha adjudicado en India, Malasia e Indonesia.
Ravelia tenía tiempo para investigar entonces, movida por un extraño impulso comenzó a buscar en Google los tres nombres que el español le había dado en aquel papel...
Mayúscula fue su sorpresa al comprobar que chicas llamadas de esa manera, Silvina Larrazabal, Tamara Ocampo y Luciana Pereyra, habían muerto, todas asesinadas, con un cuchillo grabado con sus nombres y sobre sus cadáveres siempre apareció un enorme Queso, un Queso Gruyere o un Emmental, esos que tienen muchos agujeros. 
Pero la sorpresa fue aún mayor cuando buscando en los archivos de la empresa, Ravelia verificó que las tres habían sido empleadas de la Constructora de Carlos Quesón... pero Ravelia se paralizó al ver una vieja foto de la Compañía donde estaba el español que había visto aquella mañana por la calle.
- ¿Qué está viendo, señorita Ravelia? – le dijo la señorita O’Connor al encontrar a Ravelia husmeando los legajos de la Compañía.
- Nada, señorita O’ Connor, yo...
- Haremos de cuenta que nada paso, el ingeniero Queson está hoy en Hong Kong y no se enterará de esto. Que no vuelva a a ocurrir.
- ¿Puedo preguntarle algo, señorita O’ Connor?
- Dígame.
- Este señor, ¿Quién era? – Ravelia le mostró la foto donde estaba el español.
- Era el encargado de limpieza de nuestra empresa, ¿Porqué me lo pregunta?
- ¿Está jubilado, verdad? Es que lo hoy lo ví en la calle y...
- ¿Está loca, señorita Ravelia?. El señor Oriol Puyol, catalán él, falleció hace más de cinco años...



Ravelia sintió un estrecimiento en el estomago. Muy angustiada permaneció Ravelia ante esta situación y esa misma tarde no dudó en acercarse a la comunidad de gitanos que había cerca de allí. No podía quitarse de la cabeza ni el encuentro con la gitana ni el encuentro con el español.
Al llegar al barrio de los gitanos, una gitana de unos cincuenta años le salió al cruce, y de mala manera, le preguntó...
- ¿Qué quieres, niña?
- Señora... yo... el otro día... una señora... gitana como usted... me leyó las manos.
- ¿Quién?
- ¡Esa! – dijo Ravelia a la vez que señaló una foto de una mujer que estaba detrás de la gitana, colgando de una pared.
- ¿Esa? ¡No puede ser niña! Esa era mi abuela, que murió hace más de veinte años...
Ravelia se dio vuelta asustada y aterrorizada, y huyó despavorida del lugar...

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