esta historia viene del capítulo 1
Pasaron algunos días, el señor Quesón se acercó a Ravelia y le dijo:
Pasaron algunos días, el señor Quesón se acercó a Ravelia y le dijo:
-
Mañana viernes cambiarás de horario. Vendrás a
las doce y te quedarás hasta las ocho. Tengo una tarea especial para darte...
-
Se lo comunicaré a la Señorita O’Connor...
Ocurrió entonces que siendo la hora del
atardecer todos los empleados ya se habían ido y solo quedaban dos personas en
la empresa: Carlos y Ravelia. El ingeniero le dijo a su nueva empleada:
-
Ravelia, viens ici, come here, venire qui…
Ravelia entró al despacho de su jefe, que en
ese momento no estaba pues había ido al baño. Dejó la taza de café sobre el
escritorio. Al hacerlo observó que los zapatos de su jefe estaban sobre la
mesa.
La chica sintió un extraño impulso y tomó los
zapatos para olerlos, al hacerlo, descubrió el intenso, profundo y apestante
olor a Queso que tenían.
-
Veo que te gustan los Quesos – era la voz de
Carlos Quesón, su jefe, que la sorprendió in fraganti.
-
Ingeniero Quesón, yo, mire, usted, verá...
-
No es necesario aclarar nada – dijo Quesón –
primero que a esta hora estamos solos, solo vos y yo, por lo tanto ya te lo
dije una vez, no soy el ingeniero Quesón, sino simplemente Carlos.
La chica quedo parada, sorprendida, sin hacer
movimiento alguno.
-
¿Te gustan los pies de hombres?
-
Sí, es un fetiche que tengo, no lo puedo
evitar, es más fuerte que yo.
-
Mi fetiche son los cuellos sangrantes...
Ravelia lo miró a Carlos, y este se rió...
-
¡Ja, ja, ja!
-
¡Ja, ja, ja! – dijo Ravelia – es un chiste.
-
Claro, es un chiste – afirmó Carlos - ¿Querés
Queso?
-
¿Sí quiero Queso? No como Queso, no me gusta...
-
¡Qué raro! A todos nos gusta el Queso...
-
No, a mí no... ¿Y a vos?
-
El Queso, me encanta. ¿Podría ser de otra
manera? Me llamo Carlos Queson, je, je.
-
Entonces ese Queso te lo podes comer vos
solito.
-
Igual Ravelia, no me refería a esos Quesos,
sino a estos Quesos...
Carlos puso sus pies sobre la mesa. Enormes
pies talle cuarenta y seis.
-
Sin miedo Ravelia, aca tenés mis Quesos. Dale,
sin miedo, tengo las medias puestas, podes chuparlos, lamerlos, besarlos, hacer
lo que quieras, sin miedo. Primero con los medias puestas, después me las podes
sacar, si queres claro.
Movida por un extraño impulso, Ravelia hizo
exactamente eso, chupo, lamió, beso y olio los pies de Carlos, primero con
medias, luego se las saco, el izquierdo, el derecho, el olor a Queso era
realmente impresionante, una y otra vez.
-
Gracias Ravelia, por hacerme sentir hombre y
sobre todo un Queson – le dijo Carlos.
-
No Carlos, gracias a vos por hacerme sentir
mujer.
-
Ahora quiere oler tus pies, Quesona.
-
¿Quesona? Ja, ja, me gusta eso. Te vas a llevar
una desilusión. No huelen a nada.
-
Lo quiero comprobar.
Carlos se acostó sobre el piso y le dijo a
Ravelia:
-
Tirame encima ese Queso que hay sobre la mesa.
Ravelia tembló ante tal pedido.
-
Dale, Ravelia, ya me chupaste y oliste los
pies, tirame el Queso, cuando lo hagas deci en voz alta “¡Queso!”.
Ravelia entonces agarró el Queso y se lo tiró
encima a Carlos, diciendo en voz alta:
-
¡Queso!
-
Gracias – dijo Carlos – ahora pone tus pies
sobre mi cara.
Ravelia hizo entonces eso, accediendo al pedido
de Carlos. Efectivamente, no tenían nada de olor a Queso, al contrario parecían
perfumados.
-
Ricos tus pies. Los pies de un hombre deben
oler a Queso, más los de un Carlos como yo. Los pies de una mujer como vos
deben oler a perfume francés.
No hubo respuesta de Ravelia, solo miró para
abajo, tenía una extraña mezcla de vergüenza y satisfacción a la vez.
-
Si queres esto lo podemos hacer otras veces, si
te gusto claro, vos Ravelia y yo Carlos, si no queres no pasa nada, yo el jefe
y vos la empleada, ¿Qué es lo que mas te gusta?
-
Yo Ravelia, vos Carlos. Eso es lo que me gusta.
Nació una relación muy
especial entre el Carlos el Quesón y Ravelia la Quesona.
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