El Cuento de la Quesona Asesina de Marte #QUESO
Año 2147, Colonia Bradbury,
Marte
El polvo rojo de Marte se
arremolinaba en las calles de la Colonia Bradbury, una metrópoli de cúpulas
geodésicas y túneles presurizados que albergaba a los colonos más ambiciosos de
la humanidad. Bajo la luz tenue de los soles artificiales, la vida seguía su
curso: drones de carga zumbaban, mineros regresaban de las minas de regolito, y
en un gimnasio subterráneo, Dum Tincan, un joven basquetbolista afroamericano
de 23 años, terminaba su entrenamiento. Su talento lo había convertido en una
estrella local, un símbolo de esperanza para los colonos. Pero esta noche, su
destino estaba sellado.
Antes de su fatídico
encuentro, Dum había sido abordado en el vestidor del gimnasio por una figura
misteriosa. Carla, conocida como la Quesona, había entrado con sigilo, vestida
con un traje negro ajustado que resaltaba cada curva de su cuerpo. Sus guantes
negros brillaban bajo la luz tenue, y sus botas de combate resonaban suavemente
contra el suelo metálico. Dum, aún sudoroso tras el entrenamiento, se
encontraba descalzo, sentado en un banco, cuando ella apareció.
—¿Quién eres? —preguntó
Dum, levantando la vista, su voz cargada de curiosidad más que de miedo. Sus
ojos se detuvieron en las piernas de Carla, que se acercaba con pasos lentos y
deliberados.
Ella no respondió de
inmediato. En cambio, se sentó a su lado, cruzando las piernas con una sonrisa
provocadora. —Digamos que soy... una admiradora de tu juego —susurró, mientras
deslizaba un dedo enguantado por el brazo de Dum, dejando un rastro de escalofríos.
Dum tragó saliva, incapaz
de apartar la mirada. Había algo magnético en ella, una mezcla de peligro y
deseo que lo atraía como un imán. —¿Y qué quieres de mí, admiradora? —dijo,
intentando mantener la compostura.
Carla se inclinó hacia él,
su aliento cálido rozando su oído. —Tus pies, pequeño. Me fascinan los pies de
los atletas... tan fuertes, tan perfectos. —Sus palabras eran un susurro
cargado de intenciones oscuras.
Antes de que Dum pudiera
reaccionar, Carla tomó uno de los pies de Dum entre sus manos enguantadas,
masajeándolo con una mezcla de firmeza y delicadeza que hizo que Dum se
estremeciera. —Tan suaves... tan perfectos —murmuró, mientras sus dedos
enguantados recorrían las plantas de sus pies, provocándole un cosquilleo que
lo hizo retorcerse.
—¡Para, eso hace
cosquillas! — exclamó Dum, entre risas nerviosas, intentando retirar su pie.
Pero Carla lo sujetó con más fuerza, sus ojos brillando con un placer casi
sádico.
—¿Cosquillas? Oh, pequeño,
esto es solo el comienzo —dijo, mientras sus dedos se movían más rápido,
haciéndolo reír y jadear al mismo tiempo. El cosquilleo era insoportable, una
mezcla de tormento y placer que lo tenía al borde de la locura.
Entonces, Carla se inclinó
y besó la planta de su pie, sus labios dejando un rastro húmedo que hizo que
Dum gimiera. —Sabes a gloria —susurró, lamiendo lentamente el arco de su pie,
mientras sus manos subían por sus piernas, explorando cada centímetro de su
piel.
El aire se volvió espeso
con la tensión sexual. Dum, incapaz de resistirse, la atrajo hacia él, sus
manos temblorosas desabrochando el traje de Carla. Ella lo dejó hacer, su
cuerpo expuesto ante él, mientras se sentaba a horcajadas sobre sus caderas. El
encuentro fue frenético, casi animal, sus cuerpos moviéndose al ritmo de una
pasión desesperada. Carla, aún con sus guantes puestos, arañaba la espalda de
Dum, mientras él la apretaba contra sí, ambos perdidos en el éxtasis.
Cuando terminaron,
jadeantes y cubiertos de sudor, Carla se levantó con una sonrisa fría. —Ha sido
divertido, pequeño. Pero ahora... comienza el verdadero juego.
Dum Tincan salió del
gimnasio, su sudadera brillando con hologramas de patrocinadores marcianos.
Caminaba por un túnel de servicio, silbando una melodía antigua de la Tierra,
cuando un leve clic lo hizo detenerse. Giró la cabeza, pero solo vio sombras danzando
en las paredes de acero. El aire olía a ozono y metal recalentado.
—¿Quién anda ahí?
—preguntó, su voz resonando en el túnel vacío.
Una risa baja y gutural
emergió de la oscuridad. Carla, la Quesona, dio un paso adelante, su carabina
colgada al hombro con despreocupación. Sus guantes negros parecían absorber la
luz.
—Dum, Dum, Dum... ¿Sabes lo
que dicen del Queso en Marte? —dijo, con una voz melosa pero cargada de
amenaza—. Que los agujeros son para las almas que se escapan.
Dum frunció el ceño,
retrocediendo un paso. Su instinto de superviviente marciano se activó, pero no
había dónde correr en un túnel sellado.
—¿Qué demonios quieres?
¿Eres una fan loca o qué? —intentó sonar valiente, pero su voz tembló.
La Quesona ladeó la cabeza,
como si evaluara un trozo de carne. —Fan... no, pequeño. Soy más bien... una
coleccionista. Y tú, Dum Tincan, eres mi trofeo de esta noche. Corre, si
quieres. Me gusta cuando corren.
Dum no lo pensó dos veces.
Giró sobre sus talones y echó a correr, sus zapatillas antigravedad golpeando
el suelo con saltos amplificados por la baja gravedad. El túnel se bifurcaba
hacia una plaza comercial, un espacio abierto con fuentes de oxígeno líquido y
puestos de comida hidropónica. La Quesona no se apresuró; sabía que en Marte,
nadie escapaba de ella.
—¡Vamos, Quesona! —gritó
Dum, zigzagueando entre los puestos cerrados—. ¡Si me quieres, ven por mí! ¿Qué
es eso del Queso? ¿Estás loca o solo hambrienta?
Carla sonrió bajo su
máscara. —El Queso es arte, Dum. Cada agujero es un grito que no das. Y tú...
vas a tener muchos agujeros esta noche.
Dum saltó sobre un puesto
de fideos sintéticos, derribando una pila de contenedores. La Quesona lo siguió
con calma, disparando su carabina con un silenciador que emitía un pfft apenas
audible. Un dardo de plasma rozó el hombro de Dum, quemando su sudadera. Gritó,
pero no se detuvo, corriendo hacia un ascensor que llevaba a la superficie.
—¡No entiendo! —jadeó Dum,
golpeando el botón del ascensor—. ¿Por qué yo? ¡Soy solo un maldito
basquetbolista!
La Quesona emergió de las
sombras, su silueta recortada contra un anuncio holográfico de cerveza
marciana. —Porque brillas demasiado, pequeño. Los soles como tú opacan a los
demás. Y alguien pagó muy bien para apagarte.
El ascensor se abrió, y Dum
se lanzó dentro, pero la Quesona fue más rápida. Con un movimiento fluido,
lanzó un dispositivo de interferencia que bloqueó las puertas. Dum quedó
atrapado, acorralado contra la pared de vidrio reforzado. Afuera, el paisaje
marciano se extendía: cráteres y dunas bajo un cielo púrpura.
—Últimas palabras, Dum
—dijo la Quesona, apuntando la carabina directamente a su pecho. El silenciador
brillaba con un resplandor azulado.
Dum, jadeando, levantó las
manos. —Si me matas, al menos dime... ¿por qué el maldito Queso? ¿Qué clase de
psicópata eres?
Carla rió, un sonido casi
infantil. —El Queso es mi firma, mi poesía. Cada agujero es un misterio, como
yo. Además... es divertido ver sus caras cuando lo encuentran.
Sin más preámbulos, apretó
el gatillo. El pfft del silenciador llenó el ascensor, y un dardo de plasma
atravesó el pecho de Dum, seguido de otro y otro. La baja gravedad hizo que su
cuerpo se deslizara lentamente hacia el suelo, dejando un rastro de sangre que
flotaba en pequeñas gotas, como perlas rojas en el aire. Sus ojos, abiertos de
par en par, miraban a la Quesona con una mezcla de incredulidad y terror.
Carla se acercó, todavía
sosteniendo la carabina. Con un movimiento teatral, sacó el Queso Suizo
Gigantesco de su mochila y lo dejó caer sobre el pecho de Dum. El Queso,
perfectamente redondo y lleno de agujeros, rodó ligeramente antes de asentarse,
cubriendo la herida mortal. La Quesona se inclinó y susurró:
—Descansa, pequeño. Ahora
eres parte de mi galería.
Las released a la
distancia. Alguien había activado una alarma, probablemente un sensor de
disparos. La Quesona no se inmutó. Sacó un dron de hackeo de su cinturón, que
desactivó las cámaras del ascensor y abrió las puertas. Con un salto elegante,
salió al exterior, donde un rover autónomo la esperaba en la superficie
marciana.
Mientras el vehículo se
alejaba a toda velocidad por el desierto rojo, Carla se quitó la máscara,
revelando su rostro por un instante bajo la luz de Fobos. Sus ojos brillaban
con satisfacción. En la radio del rover, una voz distorsionada habló:
—Trabajo limpio, Quesona.
El pago está en tu cuenta. ¿El Queso?
—Entregado —respondió ella,
con una sonrisa—. Siempre entrego.
El rover se perdió en una
tormenta de polvo, mientras las autoridades coloniales llegaban al ascensor y
encontraban el cuerpo de Dum Tincan, con un Queso suizo gigante sobre su pecho,
un enigma tan grande como los agujeros que lo adornaban.
una colección de Relatos Quesones y Narraciones Quesonas (no fan fics), a través del tiempo y del espacio, con narraciones y leyendas del Mundo Quesón y de la Mitología Quesona, con galeria de imágenes generadas por CICI AI
enlaces a CUENTOS QUESONES y NARRACIONES QUESONAS
Quesonas en el futuro, en Marte colonizado.
ResponderBorrarNo está mal. Pero le falta algo esencial, esta Carla se olvidó deuna parte ensencial del ritual, la del sexo, previo al queso. Se portó un tanto fría. Y casi que se le escapa el basquetbolista.
crónicas marcianas quesonas, el Ray Bradbury del los quesones
ResponderBorrar