Carla, la Quesona Asesina de los Voleibolistas (Megapost)


El Bosque de la Quesona Asesina

El sol apenas se filtraba entre las copas de los árboles, proyectando sombras largas y retorcidas sobre el sendero cubierto de hojas húmedas. Seis jugadores de la selección argentina de voleibol avanzaban con paso firme, aunque algo desorientados, por un bosque que no estaba en sus planes. Era un día libre en medio de una competencia internacional, y lo que había comenzado como una idea espontánea de entrenar al aire libre se transformó en una aventura inquietante. Estaban perdidos, metidos en aquel bosque denso y misterioso, donde se percibía un fuerte olor a Queso.

Facundo Conte, el líder natural del grupo, encabezaba la marcha, con su metro noventa y siete de estatura y una presencia imponente. Su trayectoria como estrella del voleibol mundial, con pasos por clubes europeos y la selección, lo convertía en el pilar del equipo, aunque su cabello desordenado y su sonrisa confiada ocultaban el nerviosismo y la tensión que empezaba a sentir, y que era común a todos los miembros del grupo.

—¿Quién tuvo la brillante idea de meternos en este bosque? —preguntó Ezequiel Palacios, el armador de un metro noventa, cuyos pies talla 49 dejaban huellas profundas en el suelo blando. Su tono simulaba tranquilidad, pero sus ojos escaneaban los alrededores con cautela. Había jugado en ligas de Italia y Brasil, y su agilidad era legendaria, pero ahora sus enormes zapatillas parecían hundirse más de lo normal en la tierra.

—Fuiste vos, Palacios, no te hagas el distraído —respondió Joaquín Gallego, el central de dos metros, con una voz grave que resonaba entre los árboles. Sus pies talla 48 crujían sobre las ramas secas. Gallego, conocido por sus bloqueos implacables en la Superliga Argentina, frunció el ceño mientras ajustaba la mochila en su espalda—. Dijiste que un trote en la naturaleza nos vendría bien.

Agustín Loser, el más joven del grupo, con sus dos metros y un físico esculpido tras años en la selección juvenil y ahora en clubes europeos, soltó una risita nerviosa. Sus zapatillas talla 50 estaban embarradas, y el olor a Queso en el aire lo estaba poniendo inquieto. —Che, ¿alguien más huele eso? Es como... Queso ¿Olor a Queso? ¿O estoy alucinando?

—No alucinás, huele raro, hay olor a Queso —confirmó Santiago Danani, el líbero, más bajo que el resto con su metro ochenta y tres, pero con una agilidad que lo había convertido en uno de los mejores en su posición en el mundo. Sus pies talla 45 se movían con cuidado, como si temiera pisar algo más que tierra. Danani, siempre alerta, había jugado en Italia y Polonia, y su instinto para leer el juego ahora lo hacía mirar hacia las sombras del bosque con desconfianza.

Facundo Imhoff, el opuesto de un metro noventa y cinco, caminaba un poco más atrás, con una expresión pensativa. Sus pies talla 50 avanzaban con pasos largos, pero su mente parecía estar en otro lado. Imhoff, conocido por su potencia en el ataque y su paso por clubes sudamericanos, era abiertamente gay, algo que el equipo respetaba y que, en momentos de camaradería, solía ser motivo de bromas cariñosas. Pero ahora, su rostro estaba tenso. —No sé, chicos, este lugar me da mala espina. ¿No deberíamos volver? —dijo, con un tono que mezclaba preocupación y cautela.

De pronto, entre la espesura, como salida de la nada, apareció una cabaña de madera, vieja y desvencijada, con un tejado cubierto de musgo y ventanas que parecían ojos oscuros. Frente a ella, un joven de unos veintitrés años, cortaba leña con un hacha. Al ver a los voleibolistas, dejó el hacha en un tronco y se acercó con una sonrisa tímida.

—Buenas, ¿qué hacen por acá? —preguntó el joven —. Soy Matías, vivo aquí. Este bosque no es lugar para andar paseando, ¿saben?

Conte dio un paso al frente, siempre el primero en tomar la palabra. —Somos jugadores de voley, tuvimos un día libre y... bueno, nos perdimos un poco. ¿Podemos descansar un rato? Y, ya que estamos, ¿Qué es ese olor a Queso?

Matías los miró con una mezcla de curiosidad y cautela. —Pasen, siéntense. Les traigo agua. Pero lo del olor... eso es otra historia. —Hizo un gesto hacia la cabaña, y los seis, aunque dudosos, lo siguieron al interior.

La cabaña era sencilla, con una mesa de madera, sillas desparejas y un fuego crepitando en una chimenea. El olor a Queso persistía, más fuerte dentro. Matías sirvió agua en vasos de madera y se sentó frente a ellos, con una expresión seria.

—No deberían estar aquí —empezó Matías, mirando uno por uno a los jugadores—. Este bosque no es como otros. Hay una historia... la historia de Carla, la Quesona Asesina.

—¿La qué? —preguntó Palacios, alzando una ceja, aunque su tono era más nervioso que burlón.


Matías suspiró y se inclinó hacia adelante, bajando la voz. —La Quesona Asesina. Una asesina serial de hombres. Si su maligno espíritu los atrajo hacia acá, es porque los quiere entre sus víctimas. Su nombre es Carla, pero todos la llaman la Quesona así porque... bueno, porque siempre tira un Queso sobre sus víctimas. —Hizo una pausa, dejando que las palabras se asentaran—. Si hay un hombre por acá, alla lo asesina a sangre fía, y le tira un Queso. Con sus espadas y sus katanas, cortándole la cabeza o atravesándolos, con sus cuchillos y puñales,, degollándolo o apuñalarlos, con su soga, estrangulando y asfixiando con una bolsa, y con un revolver, cuando está cansada o ya sacio su cuota de decapitaciones, apuñalamientos y estrangulaciones.

— Pero vos sos un hombre y estas aca, ¿Cómo lo conseguiste? —  pregunto Facundo Conte - ¿Por qué no te asesino y te tiro un Queso?

- Porque me llamo Matías, asesinó a tantos Matías, más que a ningún otro nombre, dicen que después de haber atravesado con una katana a Matías Almeyda, asesinándolo, dijo “ya está, no asesinó a más Matías, ya asesiné demasiados”, por eso estoy vivo, pero le aseguro que no es solo una asesina. Es... retorcida, cruel, sanguinaria, implacable. Muchos dicen que en realidad eran dos o más asesinas, una que se parecía a Valeria Mazza, idéntica como dos gotas de agua, ¿Saben de quien habló no? Los jovencitos de ahora no saben quién fue, una modelo top de los 90, asesinada por el basquetbolista Carlos Delfino en septiembre de 2009. La otra era Carla Romanini, una modelo argentina que triunfa en Nueva York. Dicen que las dos asesinas podrían haberse fusionado en una sola… O en realidad sigue siendo una sola, que se atribuye los asesinatos de la otra. Bueno, ella juega con sus víctimas, las seduce, les huele, lame, besa y chupa los pies, tienen sexo, después los asesina y finalmente, tira el Queso sobre el cadaver. Un Queso grande, con múltiples agujeros, tipo Gruyere o Emmental. Es Carla, la Quesona Asesina.

El silencio en la cabaña era pesado. Agustín tragó saliva, sus ojos abiertos como platos. —Eso suena a una locura total. ¿Es real? ¿O es una leyenda de pueblo?

Joaquín cruzó los brazos, intentando mantener la calma. —Bueno, amigo, gracias por el cuento de terror, pero nosotros somos seis tipos grandes, altos y patones, jugamos al voley, no creo que una loca con un Queso nos asuste.

—¿Seis tipos grandes? —dijo Matías, con una sonrisa amarga—. Esos son precisamente sus favoritos, los tipos altos y patones, los deportistas como ustedes, se haría un festín con cada uno de ustedes. —Miró las zapatillas muy grandes embarradas de los jugadores, especialmente las de Gallego y Loser, que parecían barcos en comparación con las suyas—. Y encima ustedes tienen las zapatillas sucias, los pies grandes y olorosos Digamos que serían un blanco perfecto. Sus víctimas preferidas.

Nadie dijo nada, el temor de los voleibolistas era palpable y evidente. Matías los miró y luego de algunos minutos – el silencio se podía cortar con un cuchillo como si fuera un Queso – y finalmente dijo – Muchachos, me tengo que ir, pueden quedarse en la cabaña a dormir, si lo desean, es de noche y ya es tarde para volver.

Matías abrió la puerta y se fue, desapareció en medio del bosque como por arte de magia. Los seis voleibolistas intercambiaron miradas. El olor a Queso parecía más fuerte ahora, como si se filtrara por las paredes de la cabaña. Afuera, el viento susurraba entre los árboles, y por un instante, a Conte le pareció escuchar un murmullo, como una voz femenina, distante pero clara.

 —Quesoneados serán los seis. Queso. Queso. Queso. Queso. Queso. Queso.

—¿Escucharon eso? —preguntó Facundo Conte, con un tono de voz bajo que expresaba temor y pánico.

—Chicos, esto es una locura. No podemos quedarnos aca, esperando a que una loca con un fetiche por los pies nos corte la cabeza. —Dijo Facundo Imhoff Señaló sus zapatillas talla 50, como si fueran una maldición—. Tenemos que hacer algo. Vámonos. Salgamos de esta trampa o de este juego de Scooby Doo. Como broma ya es todo muy pesado.

—¡Listo, me voy! ¡No me quedo a esperar a ninguna loca asesina con un Queso! — gritó de terror Agustín Loser.

Los seis salieron tan apresurados como aterrorizados, pero ni bien salieron lo que vieron justo en el claro del bosque donde estaba la cabaña era aún más aterrador: una gigantesca horma de Queso Gruyere, con sus múltiples agujeros, y alrededor de ella, seis pares de zapatillas de talles muy grandes, sucias y gastadas.

Otra vez la voz femenina, suave, casi seductora diciendo “Qué pies tan grandes y olorosos... Qué lindos, Queso, serán mis Quesoneados...”



Sombras de Quesonas Pasadas

Nadie dijo nada, todos la escucharon quedaron paralizados por un momento y como si fueran una sola persona, volvieron a entrar a la cabaña, donde como por arte de magia, dentro de la cabaña, el mismo Queso, que estaba afuera, gigantesco y con sus múltiples agujeros, estaba adentro de la cabaña, como si hubiera sido teletransportado.


Facundo Conte tragó saliva, aunque era el líder del grupo y debía simular tranquilidad, no podía evitar mostrar la tensión. — Ahora recuerdo todo, pero... mi viejo, Hugo, me contó una vez algo que pasó con Marcos Milinkovic. —Su voz bajó, como si temiera que las palabras convocaran algo—. Fue hace años, en un bosque parecido a este. Marcos, el gran opuesto, el que llevó a Argentina a los Juegos Olímpicos... encontraron su cuerpo, o lo que quedaba de él. Decapitado. Y encima, un Queso. Un Queso grande, como este, justo al lado de su cabeza. Hubo otros deportistas asesinados, rugbiers, basquetbolistas, tenistas, todos Quesoneados. Y voleibolistas como nosotros, Matías Sánchez, Pablo de Crer y Luciano Cecco, a esos los asesino Carla, a Marcos lo decapitó Ravelia.  Dicen que ahora se fusionaron en una sola asesina.


- A Juan Martín Del Potro lo decapitaron también or ejemplo, y a unos rugbiers, creo que se llamaban Miguel Avramovic y Patricio Albacete, y hubo más, a Fabricio Oberto no lo decapitaron, pero le cortaron el pescuezo y su cuello chorreando de sangre… y a Manu Ginobili, acribillado a balazos tras simular un duelo en el Oeste - prosiguió aterrorizado Facundo Conte.

Agustín Loser se llevó una mano a la boca aterrorizado al escuchar eso, y Santiago Danani apretó los puños. Facundo Imhoff, tratando de mantener una fachada de escepticismo, soltó una risa nerviosa. —Vamos, Facundo, eso suena a cuento de terror para chicos. ¿Decapitado? ¿Por una Quesona?


—No es un cuento —interrumpió Ezequiel Palacios, su voz tensa. El armador, conocido por su precisión en la cancha y su paso por ligas de Italia y Brasil, se acercó al centro de la habitación, evitando mirar el Queso—. Yo también escuché algo parecido. ¿Se acuerdan de Sebastián Sole? El central que jugó en Italia, un crack. Lo encontraron en un bosque, también. Estrangulado. Asfixiado. La cuerda que usaron... olía a Queso, y la bolsa de arpillera también. Y, adivinen qué: había un Queso encima de su cuerpo. Un Gruyere, como si alguien lo hubiera dejado ahí a propósito.

Joaquín Gallego se pasó una mano por la cara, su piel bronceada ahora pálida como el papel. —¿Me están jodiendo? ¿Cinco jugadores de voley asesinados por una loca con Quesos? ¿Marcos Milinkovic, Sebastián Solé, Matías Sánchez, Pablo de Crer y Luciano De Cecco? Y todos esos deportistas que vos decís, ahora, eso de Oberto y Ginobili es cualquiera. Aunque tengo miedo. Esto es una pesadilla.

—No son solo voleibolistas —continuó Palacios, su voz cada vez más baja, como si temiera que alguien más escuchara—. También están los basquetbolistas, los rugbiers, los futbolistas, los tenistas, los nadadores, los atletas. No solo Ginobili y Oberto, también Luis Scola, el capitán de la Generación Dorada. Lo encontraron en un campo, también estrangulado y asfixiado, con un Queso encima. Y Patricio Garino, otro crack del básquet, asesinado de la misma manera. Siempre un Queso, siempre ese olor. Siempre en lugares como este, aislados, donde nadie puede ayudarte. Hubo muchos más. Decenas, tal vez cientos. Hubo otros basquetbolistas estrangulados, y también nadadores, aunque a estos los pasaban a cuchillo.


Danani, que había estado callado, dio un paso atrás, chocando contra una silla. —Esto no puede ser real. ¿Por qué nadie habla de esto? ¿Por qué no salió en las noticias?

—Porque nadie quiere creerlo, hay cosas que es mejor que parezcan leyendas para que la gente viva tranquila —respondió Facundo Conte, sus ojos fijos en la ventana. Afuera, la oscuridad parecía más densa, como si el bosque mismo estuviera escuchando—. La policía lo encubre, dice que son accidentes o asesinatos comunes, hechos de inseguridad, o quizás hay organizaciones aún más poderosas y muy secretas que ocultan todo. Pero los que vivimos en el deporte, los que viajamos, escuchamos las historias. Las historias de la Quesona, la que quiere asesinarnos a todos.


El susurro femenino que había atravesado las rendijas de la cabaña, “Pronto Quesoneados serán, QUESO...”, aún resonaba en sus mentes, y el miedo los tenía al borde del colapso.

Facundo Conte, con su metro noventa y siete y su aura de capitán, intentó tomar el control, aunque su voz temblaba. —Esto no puede seguir así. No podemos quedarnos mirando estos Quesos toda la noche. Pero... —Se pasó una mano por el cabello, mirando a sus compañeros—. Ahora recuerdo más historias similares. Cuando estuve jugando en Polonia, una anciana rumana en Lisboa me contó una historia que no olvidé nunca.

—¿Otra historia de Quesos? —preguntó Agustín Loser, con sus dos metros de altura y sus zapatillas talla 50 estaban pegadas al suelo, como si temiera moverse.




Conte asintió, su rostro serio. —Era sobre la Quesona Pirata. Se llamaba Charlotte, la esposa de un pirata llamado Barbacruel. El tipo era un monstruo: la maltrataba, la humillaba frente a su tripulación. Una noche, Charlotte se hartó. Encabezó un motín en el barco, tomó una espada y decapitó a Barbacruel mientras dormía. Y después... —Hizo una pausa, mirando el Queso en el centro del salón—. Le tiró un Queso encima del cuerpo. Un Queso grande, redondo, como este. Luego fue por los esbirros de Barbacruel, uno por uno. Todos decapitados, todos con un Queso encima. La anciana dijo que Charlotte todavía vaga por los mares, o por lugares como este, buscando hombres para vengarse... y siempre deja un Queso.

El silencio que siguió fue pesado. Danani, el líbero de metro ochenta y tres, se removió inquieto, sus pies talla 45 golpeando el suelo. —Genial, ahora no solo tenemos una Quesona en el bosque, sino también una pirata loca con una espada. ¿Qué más falta?


Facundo Imhoff, con sus dos metros dos centímetros, intentó mantener su fachada de calma, pero sus manos temblaban mientras hablaba. —No es la única historia. Cuando estuve en España, jugando en la liga, conocí a un tipo... Juan Miguel, un bailarín flamenco de Sevilla. —Hizo una pausa, y una leve sonrisa nostálgica cruzó su rostro, recordando su breve romance con el bailarín, un hombre carismático y apasionado—. Éramos... bueno, amantes ocasionales. Una noche, después de un par de copas, me contó una historia que me dio escalofríos. La Princesa Quesona. Era una princesa hermosa, prometida al Príncipe Matías. Pero en la noche de bodas, algo se quebró en ella. Sacó una espada escondida bajo su vestido, asesinó a Matías de un corte limpio y dejó un Queso sobre su cuerpo. Luego fue por la guardia real, matándolos uno por uno con la misma espada, y dejando un Queso sobre cada cadáver. Juan Miguel decía que la Princesa todavía ronda castillos y bosques, buscando hombres para castigarlos por los pecados de Matías.

—¿Y qué hizo Matías para merecer eso? —preguntó Gallego, el central de dos metros, sus pies talla 47 inquietos bajo la mesa. Su voz grave estaba cargada de nerviosismo.





Imhoff se encogió de hombros. —Juan Miguel no lo sabía. Dijo que la Princesa era como un espíritu vengativo, que no necesitaba razones. Solo quería sangre... y Quesos.

Ezequiel Palacios, el armador de metro noventa, levantó la vista, su rostro pálido. Sus pies talla 49 estaban inmóviles, como si temiera atraer atención. —Yo escuché una versión parecida, pero no en España. Fue en San Miguel de Tucumán, hace un par de años, cuando jugamos un torneo ahí. Una vendedora de empanadas, una señora mayor con ojos que parecían ver a través de vos, me contó la misma historia de la Princesa Quesona. Pero en su versión, no usaba una espada. Estranguló al Príncipe Matías con una soga, lo colgó de un balcón, y dejó un Queso sobre su cuerpo. Luego ahorcó a toda la guardia real, uno por uno, y cada cuerpo tenía un Queso encima. Decía que la Princesa aparece en lugares como este, donde los hombres se sienten demasiado confiados.


Agustín, con los ojos abiertos como platos, se abrazó las rodillas. —Esto es una locura. ¿Cuántas Quesonas hay? ¿Por qué siempre Quesos? ¿Y por qué nosotros? ¡Solo queríamos entrenar!

—Porque tenemos pies grandes, Agustín, somos sus víctimas preferidas —dijo Santiago, intentando bromear, pero su voz salió estrangulada. Sus ojos se desviaron al Queso del salón, cuyos agujeros parecían más oscuros, como si absorbieran la luz.

—No sé si son historias o no —dijo Facundo Conte, su voz baja—, pero estos Quesos no son normales. Y ese susurro... no me lo imaginé. Todos lo escuchamos.

Imhoff, a pesar de su miedo, trató de simular cierto escepticismo sobre toda la historia de la Quesona, intentando recuperar algo de control. —Miren, estamos agotados. No podemos seguir así, paranoicos, esperando a que una loca con un Queso nos ataque. Vamos a dormir, aunque sea un par de horas. Si nos quedamos aquí hablando entre nosotros, vamos a enloquecer. Dejemos el Queso donde esta, no los toquemos, y cerremos las puertas de los cuartos.

—Facu tiene razón —intervino Conte, el capitán, con su metro noventa y siete y su voz de líder, aunque sus ojos seguían desviándose hacia la ventana—. Si nos quedamos despiertos, vamos a estar agotados mañana. Hay que mantener la cabeza fría. En ese pasillo hay cuartos. Cada uno toma uno, cerramos las puertas, y yo hago la primera guardia.

A regañadientes, Facundo se quedo en el salón y los otros cinco se dirigieron al interior de la cabaña, cada uno enfrentando la puerta de su cuarto con una mezcla de terror y agotamiento.

Todos entraron a un cuarto y los cinco pasaron exactamente por la misma experiencia: en cada habitación, sobre la cama o sobre la mesa, había un enorme y gigantesco Queso Gruyere, con sus múltiples agujeros que parecían ser ojos que espiaban a los voleibolistas.

—Esto es una pesadilla —susurró Facundo Imhoff, mirando sus zapatillas talla 50 como si fueran una maldición.

—No voy a dormir, no voy a dormir —murmuraba Agustín Loser, aunque sus párpados pesaban y no daba más del sueño que tenía. Sus dos metros de altura lo hacían sentir fuera de lugar en la habitación diminuta.

—¡Esto no es normal! —masculló Joaquín Gallego, su voz grave temblando, al observar al Queso. Sus pies talla 49 colgaban del borde de la cama, vulnerables.

—¡No, no, no! —dijo Santiago Danani, en su cuarto, mientras rezaba una oración viendo al Queso con gesto de pánico y terror.

—¡Qué mierda es esto! —gritó Ezequiel Palacios, observando el Queso, y como paralizado, se quedó sentado en el sillón contemplando obsesivamente al Queso.

Cada uno de los seis escuchó exactamente lo mismo “Queso, Quesoneados serán los seis, Carla, la Quesona Asesina, aquí ya estoy, su suerte echada esta, Quesoneados”.




La Asesina de Facundo Conte

Facundo Conte, con su trayectoria como estrella en clubes europeos y heredero del legado de su padre, Hugo Conte, intentaba mantener la calma. De repente, sintió un frío helado en la nuca, como si una corriente de aire hubiera atravesado la habitación. Pero no era aire. Era el filo de una espada, afilado y gélido, presionando contra su piel. Tragó saliva, su garganta seca, y su cuerpo se paralizó. El corazón le latía tan fuerte que podía sentirlo en los oídos. Lentamente, levantó la vista, y allí, frente a él, estaba ella: Carla, la Quesona.

Era una visión perturbadora. Una mujer bella y alta, de una belleza casi sobrenatural, con el cabello rubio cayendo en ondas sobre sus hombros. Sus ojos lo miraban con una mezcla de seducción y crueldad. Llevaba guantes negros de cuero que crujían al moverse, y en una mano sostenía una espada larga y brillante, cuya hoja reflejaba la luz mortecina de la chimenea.


—Facundo Conte —dijo Carla, su voz suave pero cargada de una amenaza que hizo que el vello de Conte se erizara. Sus labios rojos se curvaron en una sonrisa perturbadora—. Te decapitaré, como hice con Marcos Milinkovic. Y cuando termine, te tiraré un Queso encima. —Hizo una pausa, inclinándose hacia él hasta que su rostro estuvo a centímetros del suyo. El filo de la espada presionó un poco más contra su cuello, y Conte sintió un hilo de sudor frío correr por su espalda—. Debí haber decapitado a Hugo Conte, tu padre, y tirarle un Queso también. Le perdoné la vida, ¿sabes? Pero nunca me gustó esa barba ridícula que usaba, eso lo salvo. Hoy vengo por vos, Facundo. Facundo, como el basquetbolista Facundo Campazzo. Y Conte, como Carla Conte, su asesina, la Quesona que lo asesinó a balazos.

—¿Por qué yo? —logró balbucear Facundo, mientras la espada seguía presionando su piel.

Carla inclinó la cabeza, como si estudiara a su presa. —Porque tenes pies grandes, Facundo, Ja, ja, ja. —respondió, sus ojos brillando con un placer sádico.


Conte cerró los ojos por un instante, esperando el frio del acero, pero no podía moverse, no podía gritar. El terror lo había congelado, y la risa de Carla resonaba en sus oídos como una sentencia. Como un condenado a muerte, que no tenía escapatoria posible, Facundo esperaba el golpe mortal de la Quesona.

Carla bajó la espada ligeramente, dejando que el filo rozara la piel de Conte sin cortarla, y se acercó más, hasta que su aliento cálido rozó su rostro. Con un movimiento lento, se arrodilló frente a él, sus guantes negros deslizándose por las zapatillas talla 49 de Conte.

Carla, con una delicadeza casi reverente, desató los cordones de sus zapatillas, quitándolas una por una. Sus manos enguantadas acariciaron los pies de Conte, explorando cada contorno, y los fue oliendo, besando, chupando y lamiendo, una y otra vez.

El ambiente en la cabaña parecía cambiar, como si el tiempo se detuviera. Carla se puso de pie, su figura imponente bajo la luz mortecina de la chimenea, y extendió una mano hacia Conte, invitándolo a levantarse. Él obedeció, incapaz de resistirse, su cuerpo temblando de miedo y algo más, algo que no podía nombrar. Ella lo guió hacia el sofá viejo en una esquina del salón, donde las sombras danzaban como espectros. Sin decir una palabra, Carla se acercó más, sus manos enguantadas deslizándose por el pecho de Conte, bajando con una lentitud deliberada. El aire estaba cargado de una tensión eléctrica, una mezcla de peligro y seducción que lo mantenía atrapado.


El encuentro sexual fue breve, pero cargado de una intensidad casi onírica. Carla, con una gracia que contrastaba con su aura asesina, exploró el cuerpo de Conte con una delicadeza que parecía imposible para alguien que sostenía una espada momentos antes. Sus movimientos eran precisos, casi coreográficos, como si cada caricia fuera parte de un plan mayor. Conte, atrapado entre el terror y la rendición, se dejó llevar, su mente nublada por el miedo y el hechizo de la Quesona, aunque el acto sexual fue perfecto, evidentemente toda aquella situación elevó la excitación. No hubo palabras, solo el roce de los guantes negros, el calor de sus cuerpos y el olor abrumador del Queso que parecía impregnarlo todo.

Pero el hechizo se rompió tan rápido como había comenzado. Carla se apartó, sus ojos azules ahora fríos como el hielo. Tomó la espada, que había dejado apoyada contra el sofá, y la levantó con una calma aterradora. Paralizado por el terror, Facundo contempló a la asesina.


Carla, con un movimiento rápido, casi quirúrgico, alzó la espada y la dejó caer en un arco perfecto. El filo cortó el aire con un silbido, y la cabeza de Facundo Conte se separó de su cuerpo con una precisión brutal. La sangre salpicó el suelo de madera, un rojo oscuro que brilló bajo la luz de la chimenea. El cuerpo de Conte se desplomó, sus pies talla 49 inmóviles por primera vez, mientras su cabeza rodaba unos centímetros, deteniéndose cerca del Queso Gruyère del salón.

Carla, impasible, se agachó y recogió el Queso del suelo. Con un gesto ceremonioso, lo tiró sobre el cadáver de Facundo Conte. Carla se enderezó, limpiando la espada con un paño que sacó de su cinturón, y su voz resonó en la cabaña, fría y triunfal: —Queso, Facundo Conte. La asesina se fue de la habitación llevándose consigo las zapatillas talle 49 de Facundo.






La Asesina de Agustín Loser

En el cuarto número 1, Agustín Loser, el más joven del equipo, estaba parado al borde del pánico. De repente, la puerta de su cuarto se abrió lentamente, con un chirrido que resonó como un grito en el silencio. Allí, en el umbral, estaba Carla, la Quesona. Su figura era imponente, su cabello rubio brillando bajo la luz mortecina de la lámpara parpadeante. Sus ojos azules, fríos como el hielo, lo atravesaron, y sus guantes negros de cuero crujían mientras sostenía una katana, cuya hoja afilada reflejaba la penumbra.


Agustín retrocedió hasta chocar contra la pared de madera. Sus pies talla 50 tropezaron con una tabla suelta, y su respiración se volvió errática. —¡No, por favor! —suplicó, su voz quebrándose—. ¡No hice nada! ¡No me asesines!

Carla dio un paso hacia él, su sonrisa cruel curvándose en sus labios rojos. —Agustín Loser —dijo, su voz suave pero cargada de una amenaza que hizo que el vello de Loser se erizara—. Sos tan jovencito, tan... prometedor. —Inclinó la cabeza, estudiándolo como un depredador a su presa—. Podría degollarte, como hice con Fabricio Oberto, el basquetbolista. Su cuello era fuerte, pero la sangre fluyó tan fácil... —Hizo una pausa, levantando la katana y dejando que la luz jugara en el filo—. O podría apuñalarte con esta espada, como hice con otro Agustín, Agustín Bernasconi. Su corazón dejó de latir antes de que el Queso tocara su cuerpo. —Se acercó más, su presencia llenando la habitación—. ¿Cómo querés que te asesine, Agustín? Tenés un cuello tan hermoso... quedaría precioso, sangrante.


Loser estaba paralizado, su espalda pegada a la pared, sus ojos abiertos de terror. La katana de Carla rozó su pecho, el metal frío deslizándose por su camiseta con una lentitud deliberada.

Sus manos enguantadas quitaron las zapatillas de Loser, dejando al descubierto sus pies talla 50. Loser temblaba, incapaz de moverse, atrapado entre el miedo y el hechizo de la Quesona. Carla disfrutó oler, besar, lamer y chupar los pies de Agustín, con intensidad, aunque a decir verdad le habían gustado mucho más los de Facundo Conte. Estos eran muy inmaduros para su gusto.

El encuentro sexual que siguió fue breve, envuelto en una atmósfera de tensión y peligro. Los movimientos de Carla eran precisos, elegantes, como si cada caricia fuera parte de un ritual macabro. Sus manos enguantadas exploraron el cuerpo de Loser con una delicadeza que contrastaba con la katana que descansaba a su lado. Él, atrapado en un torbellino de terror y fascinación, se dejó llevar, su mente nublada por el miedo y la presencia abrumadora de la Quesona, y su pene se erecto como nunca antes lo había hecho, penetrando a Carla, que se llenó de gozo y satisfacción. El olor a Queso llenaba la habitación, mezclándose con el calor de sus cuerpos, y por un momento, el mundo se redujo a esa danza íntima, donde el deseo y el asesinato se entrelazaban.

Cuando finalizaron, Carla se incorporó y Agustín, también parado, como en un movimiento defensivo, se arrinconó otra vez contra la pared, con un rostro que demostraba terror, pánico, dolor, súplica y sufrimiento.

Carla se apartó, sus ojos volviendo a la frialdad glacial que Loser había visto al principio. Tomó la katana, y antes de que él pudiera reaccionar, levantó el arma con una precisión letal. —Lo siento, Agustín —dijo, su voz casi melancólica—. Pero tu cuello es demasiado perfecto para dejarlo intacto. Te asesinaré.

Con un movimiento rápido, la katana cortó el aire, y la hoja atravesó el cuello de Loser con una fuerza brutal. La punta de la espada se hundió en la pared detrás de él, clavándolo como un insecto en una vitrina. La sangre brotó en un torrente, manchando la madera y salpicando el suelo. Loser gorgoteó, sus ojos abiertos en una mezcla de sorpresa y agonía, mientras su cuerpo se convulsionaba brevemente antes de quedar inmóvil, sostenido solo por la katana que lo atravesaba hasta el mango. La hoja brillaba con un rojo oscuro, y el olor metálico de la sangre se mezcló con el del Queso.

Carla, impasible, se agachó y recogió el Queso Gruyère que estaba allí. Con un gesto ceremonioso, lo tiró sobre el cadaver de Loser, justo donde la sangre seguía goteando.—Queso, Agustín Loser —dijo, su voz resonando en la habitación como una sentencia final. La asesina se fue de la habitación llevándose consigo las zapatillas talle 50 de Agustín.





La Asesina de Facundo Imhoff

En el cuarto número 3, Facundo Imhoff, el opuesto gay de dos metros dos centímetros, estaba acostada en la cama. El Queso Gruyère en la habitación, con sus agujeros oscuros como ojos vigilantes, lo incomodaba, pero él se negaba a dejarse intimidar. Como hombre abiertamente gay, Imhoff siempre había enfrentado los desafíos con una mezcla de valentía y humor sarcástico, y ahora, a pesar del miedo que lo carcomía, intentaba mantener su fachada. —Qué pavada —masculló, hablando solo para llenar el silencio—. Una loca con Quesos, ¿en serio? Los demás están cagados de miedo por nada. Esto es una joda de Matías, seguro. —Soltó una risa forzada, mirando el Queso como si pudiera desafiarlo—. Y si aparece la Quesona, le digo que se busque otro con pies más chicos, je, je.


De repente, la puerta del cuarto se abrió con un chirrido lento, y el aire se volvió más frío, más pesado. Imhoff levantó la vista, y su risa se congeló en su garganta. Allí estaba Carla, la Quesona, en el umbral. Su cabello rubio brillaba bajo la luz parpadeante de la lámpara, y sus ojos azules lo atravesaban con una intensidad que le erizó la piel. En una mano sostenía un puñal de 50 centímetros, su hoja reluciente reflejando la penumbra.

—Mirá quién llegó —dijo Facundo, forzando una sonrisa—. La famosa Quesona. Soy gay, querida, no me gustan las chicas. Así que tómatelas con tu Queso y búscate a otro, bien macho, no a un puto como yo.


Carla inclinó la cabeza, su sonrisa ampliándose. Su voz, suave como el terciopelo, pero cargada de amenaza, llenó la habitación. —Facundo Imhoff —dijo, dando un paso hacia él—. ¿Crees que tu condición te salva? —Sostuvo el puñal en alto, dejando que la luz jugara en el filo—. Apuñalé a otros como vos. Santiago Artemis, con su ego de diseñador, pensó que podía burlarse de mí. Lo dejé con treinta y siete puñaladas y un Queso sobre su cuerpo. Lizardo Ponce, con su lengua afilada, también se rió... hasta que mi cuchillo lo silenció, más de treinta cuchillazos también. —Se acercó más, sus ojos brillando con un placer sádico—. No me importa con quien te acuestes, Facundo. Serás Quesoneado.

Imhoff soltó una risa nerviosa, retrocediendo hasta que su espalda chocó contra la pared. —Artemis y Ponce, ¿eh? Qué par de “Quesoneados”. —Intentó mantener el tono burlón, pero su voz temblaba—. Vamos, Carla, ¿en serio vas a perder el tiempo conmigo? No soy tu tipo. Andá a joder a Gallego, que con sus zapatones talla 49 te va a encantar, ese es bien machote, yo soy gay, un marica, un maricón, un marica como los de antes, como ese amante andaluz, Juan Miguel, el que cantaba “Ojos Verdes” y “Compuesto y sin Novia”.

Carla no respondió. En cambio, se arrodilló frente a él con una lentitud deliberada, dejando el puñal y el Queso en el suelo. Sus manos enguantadas se deslizaron hacia las zapatillas de Imhoff, quitándolas con una precisión casi ritual. Imhoff, atrapado entre el miedo y la incredulidad, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Intentó moverse, pero sus piernas no respondían, como si la presencia de Carla lo hubiera hechizado. Carla chupó, lamió, besó y olió aquellos pies, una y otra vez, y además le hizo cosquillas, mientras Facundo, cantaba otras canciones españolas, como “Campanera” y “Sevillanas del Espartero”. El canto era una forma de atravesar el terror que sentía.

Lo que siguió fue un encuentro breve, envuelto en una atmósfera de tensión y peligro. Carla, con una elegancia perturbadora, simuló una intimidad que era más un juego de poder que un acto de deseo. Sus manos enguantadas recorrieron el cuerpo de Imhoff, deteniéndose en sus genitales. Facundo pensó “Pensaré que tengo ante mí a Juan Miguel” y atrapado en el hechizo de la Quesona, disfrutó el momento, mientras penetraba a Carla, y llenaba a esta de gozo y satisfacción. El olor a Queso llenaba la habitación, intensificándose con cada segundo, como si el propio Gruyère estuviera celebrando el ritual. Pero tan contento estaba pensando que se estaba cogiendo a Juan Miguel, que Facundo cometió el error de relajarse.

Carla se apartó y tomó el puñal del suelo, y fue entonces cuando Imhoff, por primera vez, sintió el verdadero peso del peligro. Su alegría se desvaneció, y el terror lo golpeó como un puñetazo. —¡No, esperá! —gritó, levantando las manos en un intento desesperado de protegerse—. ¡No me asesines!

Carla no respondió. Con un movimiento rápido, levantó el puñal y lo hundió en el pecho de Imhoff con una fuerza brutal. La hoja de 50 centímetros atravesó músculo y hueso, y la sangre brotó en un chorro caliente, salpicando la cama y el suelo. Imhoff jadeó, sus ojos abiertos de par en par, pero Carla no se detuvo. Sacó el puñal y lo apuñaló de nuevo, esta vez en el abdomen, y luego en el hombro, cada golpe preciso y salvaje. La sangre se derramó como un río, manchando la madera y el Queso Gruyère en la cama. Imhoff se desplomó, su cuerpo convulsionándose brevemente antes de quedar inmóvil, sus pies talla 50 extendidos en un ángulo antinatural.

Carla, impasible, agarró el Queso Gruyère y con un gesto ceremonioso, lo tiró sobre el cadáver ensangrentado de Imhoff, donde la sangre aún goteaba, mezclándose con la corteza amarillenta. Limpió el puñal con un paño, su rostro inexpresivo, y se inclinó hacia el cuerpo. —Queso, Facundo Imhoff —dijo, su voz resonando en la habitación como una sentencia final. La asesina se fue de la habitación llevándose consigo las zapatillas talle 50 de Facundo.






La Asesina de Joaquín Gallego

Joaquín Gallego, el central de dos metros, estaba sentado en el suelo, lo más lejos posible del Queso Gruyère que había empujado de la mesita al suelo con un palo. Sus pies talla 49, endurecidos por años de bloqueos en la Superliga Argentina, estaban recogidos contra su pecho, como si quisiera hacerlos más pequeños, menos atractivos para la Quesona.

De repente, sintió un frío helado recorriendo su brazo, como si una serpiente de metal se deslizara por su piel. No era una serpiente, sino el filo de un machete, ancho y brutal, capaz de cortar una selva entera con un solo golpe. Gallego levantó la vista, y su corazón se detuvo. Allí, frente a él, estaba Carla, la Quesona, con sus cabellos rubios y toda su seducción y sadismo.


Carla dio un paso hacia él, su sonrisa cruel curvándose en sus labios rojos. —Joaquín Gallego —dijo, su voz suave pero cargada de amenaza, como un susurro que prometía sangre—. ¿Cómo querés ser asesinado? —El machete rozó el pecho de Gallego, el metal frío dejando una marca invisible en su camiseta—. ¿A puñaladas, como tu tocayo Joaquín Moretti, cuyo cuerpo desgarré hasta que no quedó nada? ¿Destrozado a machetazos, como Matías Fioretti, que gritó hasta que su voz se apagó? ¿O con el machete clavado en el cuello, como Matías Solanas, cuya sangre pintó el suelo? —Inclinó la cabeza, estudiándolo como un trofeo—. Elegí, Joaquín. O elijo yo.

Gallego balbuceó, incapaz de formar palabras coherentes. —¡No... no quiero ser asesinado! —Su voz era un gemido, sus ojos abiertos de par en par, fijos en el machete que brillaba con un fulgor maligno.

Carla no respondió. En cambio, se arrodilló frente a él con una lentitud deliberada y mientras Gallego temblaba, atrapado entre el terror y un hechizo que lo inmovilizaba, notó que la Quesona le chupaba, lamía, olía y besaba los pies una y otra vez.


Nunca supo como, pero apenas minutos después Joaquín estaba en la cama con Carla encima suyo, en un encuento sexual cargado de una intensidad salvaje. Carla, con una mezcla de elegancia y ferocidad, disfrutó de aquella relación con gozo y satisfacción. También Joaquín estaba ahora contento, y el sexo fue una danza de poder, como si Carla estuviera liberando una parte de su naturaleza más oscura. Joaquín creyó que estaba salvado: la Quesona solo quería sexo, no iba a ser asesinado.

Pero la ilusión de salvación se desvaneció en un instante. Carla se levantó y tomó el machete del suelo, y Gallego, que había comenzado a relajarse, sintió el terror golpearle como un relámpago. —¡No, esperá! —gritó, levantando las manos en un intento desesperado de protegerse—. ¡Pensé que... después de esto...!

—No hay después, Joaquín —interrumpió Carla, su voz cortante como el filo del machete. Con un movimiento brutal, levantó el arma y la dejó caer sobre el pecho de Gallego, cortando a través de la carne y el hueso con un crujido escalofriante. La sangre brotó en un torrente, salpicando la pared y el suelo. Gallego gritó, pero el sonido se ahogó cuando Carla volvió a atacar, esta vez cortando su abdomen, dejando una herida profunda que expuso músculo y vísceras. El machete, ancho y despiadado, se movió con una furia salvaje, cortando brazos, piernas, torso, cada golpe un estallido de violencia. La sangre pintó la habitación en un rojo oscuro, y Gallego, con los ojos abiertos en una mezcla de agonía y sorpresa, se desplomó, su cuerpo destrozado cayendo al suelo como un muñeco roto. Sus pies talla 49, que Carla había admirado momentos antes, yacían inmóviles, cubiertos de sangre.

Carla tiró el Queso sobre el cadaver destrozado de Gallego. Queso, Joaquín Gallego —dijo, su voz resonando en la habitación como una sentencia final. La asesina se fue de la habitación llevándose consigo las zapatillas talle 49 de Joaquín.




La Asesina de Ezequiel Palacios

En el cuarto número 5, Ezequiel Palacios, el armador de metro noventa, estaba sentado en una silla, con sus zapatillas talla 48 sobre el piso. El Queso Gruyère en la cama, con sus agujeros oscuros como ojos vigilantes, lo observaba desde la penumbra. Pero no era solo el Queso lo que lo aterrorizaba. Sobre la mesita de noche, una soga gruesa y áspera estaba enrollada, y junto a ella, una bolsa de arpillera, arrugada y manchada, como si hubiera sido usada antes. Palacios, conocido por su precisión en la cancha y su paso por ligas de Italia y Brasil, temblaba incontrolablemente.


—Esto no me estaría pasando si fuera el otro Palacios —masculló, su voz temblorosa, hablando solo para llenar el silencio—. Exequiel Palacios, el futbolista, el de River, el de la selección. Ese estaría en una cancha, no en este maldito bosque. —Se rió, una risa nerviosa que sonó como un sollozo—. O si fuera Carlos Palacios, el chileno de Boca... ese sería un Quesón, no una víctima. —Pero la broma no lo consoló. Sus ojos se fijaron en la soga y la bolsa, y un escalofrío lo recorrió.

De repente, la puerta del cuarto se abrió con un chirrido lento, y el aire se volvió más frío, más pesado. Palacios levantó la vista, y su corazón se detuvo. Allí estaba Carla, la Quesona, en el umbral.

Palacios intentó levantarse, pero sus piernas no respondieron. —¡No, por favor! —balbuceó, sin poderse moverse de la silla—. ¡No hice nada! ¡No quiero ser asesinado!


Carla dio un paso hacia él, su sonrisa cruel curvándose en sus labios rojos. —Ezequiel Palacios —dijo, su voz suave pero cargada de amenaza—. No eres el futbolista, ¿verdad? El de la X en su nombre podría haber escapado. Pero vos... vos estás aquí, con tus pies perfectos. —Sus ojos se deslizaron hacia las zapatillas talla 46 de Palacios, y su sonrisa se amplió—. ¿Sabés cuántos he estrangulado? Sebastián Sole, con su cuello fuerte, se retorcía como un pez fuera del agua. Patricio Garino, tan alto, tan orgulloso, pero la soga lo quebró. Nicolás Brussino, Máximo Fjellerup, Andrés Nocioni, Luis Scola... todos cayeron bajo mi soga, con un Queso sobre sus cuerpos. —Hizo una pausa, acercándose más—. Y hubo más. Marcos Mata, Leonardo Gutiérrez, Gabriel Fernández... la lista es larga, Ezequiel. Y ahora, vos.

Palacios temblaba, sus ojos abiertos de par en par. —¡Eso no es real! —gritó, su voz quebrándose—. ¡Son historias, cuentos para asustar! ¡Dejá de joder!

Carla no respondió. En cambio, se arrodilló frente a él y sus manos enguantadas quitaron las zapatillas de Palacios con una precisión ritual, dejando al descubierto sus pies talla 48. —Qué pies tan magníficos —susurró y luego los chupó, besó, lamió y olió una y otra vez. El voleibolista paralizado de terror, ni se movió.

Tampoco se movió cuando Carla, satisfecha ya con el juego de los pies, se desplazó con precisión felina sobre su cuerpo. De repente, Ezequiel se dio cuenta que tenía el pene erecto y que estaba penetrando a Carla, que disfrutaba todo llena de gozo y satisfacción, mientras el seguía paralizado de terror, pero funcionando muy bien en lo sexual. Como si la Quesona hubiera permitido eso desde su instinto de asesina.

El goce fue tal que Ezequiel ahora se relajó, pensando que todo era una broma ya sea de sus compañeros o del tal Matías, y que lejos de estar en una película de terror, estaba en una comedia sexual.

Pero la ilusión se rompió cuando Carla se apartó, sus ojos volviendo a la frialdad glacial que había mostrado al entrar. Tomó la soga del suelo y, con un movimiento rápido, la pasó por el cuello de Palacios. —No es una broma, Ezequiel —dijo, su voz cortante como una cuchilla—. ¿Querés saber qué pasó con los otros? Conte, decapitado. Loser, atravesado por una katana. Imhoff, apuñalado hasta desangrarse. Gallego, destrozado por un machete. Todos con un Queso, todos míos. —Apretó la soga, y Palacios jadeó, sus manos arañando el aire en un intento desesperado de liberarse.

—¡No, por favor! —gritó, pero la soga se tensó más, cortando su respiración. Carla, con una fuerza inhumana, tiró de la cuerda, y el cuello de Palacios crujió bajo la presión. Sus ojos se abrieron de par en par, llenos de terror y agonía, mientras su rostro se volvía púrpura. Con un movimiento rápido, Carla tomó la bolsa de arpillera y la colocó sobre la cabeza de Palacios, atándola con fuerza alrededor de su cuello. La bolsa se hinchó con sus últimos intentos de respirar, pero pronto se quedó inmóvil, el cuerpo de Palacios colapsando contra la pared, sostenido solo por la soga que lo estrangulaba. La sangre goteó desde su boca, manchando la arpillera, y el olor metálico se mezcló con el hedor rancio del Queso.

Carla, impasible, tiró entonces el Queso sobre el cadáver de Ezequiel Palacios, estrangulado y asfixiado. Limpió la soga con sus guantes, su rostro inexpresivo, y se inclinó hacia el cuerpo. —Queso, Ezequiel Palacios —dijo, su voz resonando en la habitación como una sentencia final—. La X de Exequiel te hubiera salvado, ja, ja, ja, ja. La asesina se fue de la habitación llevándose consigo las zapatillas talle 48 de Ezequiel.

Solo Santiago Danani quedaba con vida, en su cuarto, ajeno al destino de sus compañeros, mientras Carla, se deslizaba hacia las sombras, lista para completar su cacería.





La Asesina de Santiago Danani

Danani, con su metro ochenta y tres, estaba sentado en el suelo, con sus zapatillas talla 44 apoyadas contra la pared. Tras el terror inicial al contemplar el Queso en su habitación, a diferencia de los demás, parecía relajado, casi contento, perdido en recuerdos de viejos partidos y situaciones graciosas que lo hacían sonreír en la penumbra. Recordó una vez en Italia, cuando él y Conte habían gastado una broma a Palacios, escondiendo sus zapatillas antes de un entrenamiento, y cómo el armador había corrido descalzo por la cancha, maldiciendo en voz alta.

La memoria le arrancó una risa suave, y su mirada se posó en el Queso Gruyère frente a la puerta, con sus agujeros oscuros como ojos vigilantes. —Qué pavada —masculló, sacudiendo la cabeza—. Todo este miedo por un Queso. Si me lo como como ratoncito, se acaba el problema, ¿no? —Soltó otra risa, imaginándose royendo el Gruyère como un personaje de caricatura. Claro, había pasado un largo rato, desconociendo que sus cinco compañeros ya habían sido asesinados y Quesoneados.


Pero su risa se congeló cuando la puerta del cuarto se abrió con un chirrido lento, y el aire se volvió frío, cargado con el olor del Queso. Danani levantó la vista, y su corazón dio un vuelco. Allí estaba Carla, la Quesona, en el umbral. Su cabello rubio brillaba bajo la luz parpadeante de la lámpara, y sus ojos azules lo atravesaron con una intensidad gélida. Sus guantes negros de cuero crujían al sostener una pistola larga, una M92FS Shibuya con silenciador, cuya boca oscura apuntaba a Santiago.

Danani se puso de pie de un salto, su relajación evaporándose en un instante. El terror lo golpeó como una ola, y quedó inmóvil. —¡No, no, no! —balbuceó, sus manos levantadas en un gesto inútil de defensa—. ¡Por favor, no me hagas nada!

 


Carla dio un paso hacia él, su sonrisa cruel curvándose en sus labios rojos. —Santiago Danani —dijo, su voz suave pero cargada de amenaza, como un susurro que prometía sangre—. Otro Santiago. ¿Sabés cuántos Santiagos he asesinado? —Levantó la pistola, dejando que el silenciador reflejara la luz de la lámpara—. Santiago Artemis, el modisto, pensó que podía burlarse de mí. Lo apuñalé hasta que su cuerpo era un lienzo de sangre, y dejé un Queso sobre él. Santiago Maratea, el influencer, con su lengua afilada... le corté el pescuezo. Qué lindo fue ver su cuello sangriento, derramándose como un río. —Se acercó más, sus ojos brillando con un placer sádico—. Pero tus compañeros, Santiago, ellos ya conocieron mi obra. Facundo Conte, decapitado con una espada, su cabeza rodando por el suelo. Agustín Loser, atravesado por una katana, clavado en la pared como un trofeo. Facundo Imhoff, apuñalado hasta desangrarse, su cuerpo roto. Joaquín Gallego, destrozado a machetazos, sus restos apenas reconocibles. Ezequiel Palacios, estrangulado con una soga, con una bolsa de arpillera cubriendo su rostro. Todos con un Queso, todos míos.

Danani temblaba, su respiración errática, sus ojos abiertos de par en par. —¡No, por favor! —gritó, su voz quebrándose—. ¡No soy como ellos! ¡Soy solo un líbero, no hice nada! —Intentó moverse, pero sus piernas no respondían, atrapadas por el terror que lo paralizaba.

Carla inclinó la cabeza, estudiándolo como un trofeo menor. —Tus pies... —dijo, bajando la mirada a sus zapatillas talla 45—. Calzás solo 45. Pies grandes para la gente mediocre, pero no para mí. Yo busco los talles 46 para arriba. —Suspiró, como si estuviera decepcionada—. Estoy cansada, Santiago. Por eso, con vos voy a terminar rápido. Te asesinaré a balazos, como hice con Gonzalo Quesada, cuyo cuerpo se desplomó con un solo disparo. Como Iván De Pineda, que pensó que su charme lo salvaría. Como Carlos Tevez, cuya garra no fue suficiente. Como Emanuel Ginóbili, cuya sangre manchó la cancha que tanto amaba. Tus pies 45 no me darán ninguna satisfacción sexual.

Danani negó con la cabeza, sus manos temblando. —¡No, por favor! ¡Puedo darte algo, lo que sea! —Pero sus palabras eran un eco vacío, y Carla no respondió. En cambio, se arrodilló frente a él, dejando la pistola en el suelo. Sus manos enguantadas quitaron las zapatillas de Danani con una precisión ritual, dejando al descubierto sus pies talla 45. —No son los mejores —murmuró, sus dedos recorriendo los contornos con un desdén casi palpable—. Pero servirán para terminar esta noche. —El contacto era frío, mecánico, como si Carla estuviera evaluando una mercancía inferior.

Carla se puso de pie, sus ojos fijos en los de Danani, y lo guió hacia la cama con un gesto que era más una orden que una invitación. El Queso Gruyère en el suelo parecía observarlos, sus agujeros como testigos silenciosos de un ritual macabro. Lo que siguió fue un encuentro breve, desprovisto de la intensidad de los anteriores, como si Carla estuviera cumpliendo un trámite. Aún así, hubo sexo, y Carla tuvo su última cuota de gozo y satisfacción, Santiago la penetro en forma rápida, pensando que quizás la Quesona, ya cansada, lo perdonaría.

Carla se apartó, sus ojos volviendo a la frialdad glacial que había mostrado al entrar. Tomó la pistola M92FS Shibuya con silenciador, y Danani, paralizado por el pánico, supo que no había escapatoria. —¡No, por favor! —gritó, pero su voz se apagó cuando Carla levantó el arma, apuntando directamente a su pecho.

—Adiós, Santiago —dijo, su voz desprovista de emoción. Apretó el gatillo, y el primer disparo, amortiguado por el silenciador, perforó el pecho de Danani con un sonido sordo. La sangre brotó en un chorro, manchando la camiseta y el suelo. Danani jadeó, sus manos arañando el aire, pero Carla no se detuvo. Disparó de nuevo, esta vez en el abdomen, y la bala desgarró músculo y vísceras, haciendo que Danani se doblara de dolor. El tercer disparo atravesó su hombro, el cuarto su brazo, el quinto su pierna, y el sexto, el definitivo, perforó su corazón. La sangre se derramó como un río, formando un charco oscuro en el suelo de madera. Danani se desplomó, sus ojos abiertos en una mezcla de sorpresa y agonía, sus pies talla 45 inmóviles por primera vez.

Carla, impasible, tiró el Queso Gruyère que había traído consigo. —Queso, Santiago Danani —dijo, su voz resonando en la habitación como una sentencia final. La asesina se fue de la habitación llevándose consigo las zapatillas talle 45 de Santiago.







La Colección de la Quesona

La cabaña, ahora un mausoleo del crimen, estaba sumida en un silencio que parecía absorber el Queso mismo. Los cuerpos de los seis voleibolistas argentinos yacían en sus respectivos lugares, cada uno marcado por un Queso Gruyère con agujeros oscuros que parecían ojos vigilantes: Facundo Conte, decapitado en el salón principal; Agustín Loser, atravesado por una katana en el cuarto número 1; Facundo Imhoff, apuñalado en el cuarto número 3; Joaquín Gallego, destrozado por un machete en el cuarto número 2; Ezequiel Palacios, estrangulado con una bolsa de arpillera en el cuarto número 5; y Santiago Danani, acribillado a balazos en el cuarto número 4.

Carla, con su cabello rubio brillando bajo la luz mortecina de la chimenea, caminaba con pasos lentos y deliberados por el pasillo. Con sus guantes negros llevaba un saco de arpillera, donde había guardado un trofeo particular de cada una de sus víctimas: las zapatillas. Las había recogido con cuidado, como si fueran reliquias sagradas, y ahora se dirigía al fondo del pasillo, donde una puerta cerrada con un candado oxidado había permanecido ignorada por los voleibolistas. Con un movimiento ágil, sacó una llave de su cinturón y abrió el candado, revelando una habitación secreta que parecía un santuario de su obsesión.

La habitación era pequeña, con paredes de madera cubiertas de musgo y un olor a Queso aún más intenso que en el resto de la cabaña. En el centro, había una biblioteca antigua, de madera tallada, con estantes que se alzaban hasta el techo. Cada estante estaba lleno de pares de zapatillas, ordenadas meticulosamente, cada una con una placa de bronce que indicaba el nombre de la víctima y el número de calzado. Allí estaban las zapatillas de Marcos Milinkovic (talla 46), Sebastián Sole (talla 45), Luis Scola (talla 47), Patricio Garino (talla 46), Santiago Artemis (talla 44), Lizardo Ponce (talla 43), Joaquín Moretti (talla 45), Matías Fioretti (talla 46), Matías Solanas (talla 45), Gonzalo Quesada (talla 44), Iván De Pineda (talla 43), Carlos Tevez (talla 44), Emanuel Ginóbili (talla 47), y tantos otros, una galería macabra de trofeos que narraban la historia de la Quesona.

Carla, con una reverencia casi ceremonial, comenzó a colocar las zapatillas de los voleibolistas en un estante vacío. Primero, las de Facundo Conte, talla 46, embarradas y desgastadas, con una placa que decía: “Facundo Conte – Talla 49”. Luego, las de Agustín Loser, talla 50, con cordones desatados, marcadas con “Agustín Loser – Talla 50”. Le siguieron las de Facundo Imhoff, talla 50, con manchas de sangre, etiquetadas como “Facundo Imhoff – Talla 50”. Las de Joaquín Gallego, talla 50, grandes y robustas, ocuparon un lugar destacado con “Joaquín Gallego – Talla 49”. Las de Ezequiel Palacios, talla 48, aún cálidas, fueron colocadas con “Ezequiel Palacios – Talla 48”. Finalmente, las de Santiago Danani, talla 45, las más pequeñas, recibieron una placa con *Santiago Danani – Talla 45*. Carla acarició cada par con sus guantes negros, como si estuviera saludando a viejos amigos.

Satisfecha, dio un paso atrás y contempló su colección, sus ojos azules brillando con un fulgor casi sobrenatural. Luego, con una voz que resonó como un eco en la habitación, comenzó su discurso final, un monólogo que parecía dirigido tanto a los muertos como a los vivos que nunca escucharían sus palabras.

—Muchos creen que estoy muerta —dijo, su voz suave pero cargada de una autoridad que hacía temblar las paredes—. Condenada al fuego eterno del séptimo círculo del infierno, atrapada por mis pecados. Pero acá estoy. Soy Carla, la Quesona Asesina, la Quesona eterna, la asesina de hombres, la asesina del Deporte. —Caminó lentamente frente a la biblioteca, sus guantes rozando las zapatillas como si las bendijera—. He cazado a los mejores, a los más fuertes, a los que creían que sus pies grandes los salvarían. Marcos Milinkovic, decapitado, su cabeza rodando bajo mi espada. Sebastián Sole, estrangulado, su cuello crujiendo bajo mi soga. Luis Scola, Patricio Garino, Nicolás Brussino, Máximo Fjellerup, Andrés Nocioni, todos estrangulados, sus cuerpos cayendo bajo mi soga. Santiago Artemis, Lizardo Ponce, apuñalados hasta desangrarse. Gonzalo Quesada, Iván De Pineda, Carlos Tevez, Emanuel Ginóbili, acribillados a balazos. Y ahora, estos seis: Facundo Conte, decapitado; Agustín Loser, atravesado; Facundo Imhoff, apuñalado; Joaquín Gallego, destrozado; Ezequiel Palacios, estrangulado; Santiago Danani, baleado. Todos con un Queso, todos míos. —Hizo una pausa, sus ojos brillando con un fuego que parecía venir de otro mundo—. Mis trofeos, mis pies perfectos, mis Quesoneados.

Carla se giró hacia la biblioteca, su mano enguantada acariciando las zapatillas de Shaquille O’Neill, talla 60, las más grandes del estante. —El mundo me teme, me llama monstruo, pero no entienden. Los pies grandes son poder, son gloria, y yo los reclamo. Los acuchilló, los degolló, los decapitó, los apuñalo, los estrangulo, los baleo, y los marco con mi Queso. —Su voz se volvió más intensa, casi un grito susurrado—. Seguiré asesinando eternamente, en los bosques, en los mares, en los castillos, en las canchas. Nadie escapa de la Quesona. Todos, algún día, serán mis Quesoneados.

El silencio de la cabaña parecía amplificar sus palabras, como si el propio bosque escuchara. Carla alzó el Queso Gruyère que aún llevaba consigo, sus agujeros oscuros reluciendo bajo la luz tenue. Con un movimiento teatral, lo levantó hacia el techo, y su risa llenó la habitación, fría y triunfal. —¡Queso! —gritó, su voz resonando como un trueno en la noche.

La puerta de la habitación secreta se cerró tras ella con un golpe seco, y la cabaña quedó en silencio, un mausoleo de cuerpos, zapatillas y Quesos. Afuera, el bosque permaneció inmóvil, como si temiera la presencia de la Quesona eterna, que se desvaneció en la oscuridad, lista para asesinar y cazar de nuevo. QUESO
















Comentarios

  1. Seis deportistas, voleybolistas para ser más precisos, que pasaron por el bosque equivocado, en la noche equivocada.
    Siendo víctimas en rituales de sexo y queso, sin importar la condición sexual.
    Por lo que contó, estaba claro que era Carla Romanini. Celebro esta nueva historia de ella.

    Muy bien las historias previas, aterrorizar a los voleybolisas. La de la Quesona Pirata se merece su propia entrada.
    Un brillante megapost, para aplaudir.

    Carla Conte también se merece un nuevo relato.

    El Fauno

    El Fauno

    ResponderBorrar
  2. Conte, Gallego y Palacios se lo merecían, el puto también, los otros dos pobre, podría haber tenido alguna consideración

    ResponderBorrar
  3. una obra de arte este post, cada crimen es espeluznante y excelente, el terror de los jugadores de vóley, como fueron atrapados por la Quesona, como esta los fue asesinando uno por uno, grandes relatos, este es como una mezcla de las fanfics y los cuentos, ¿Carla representa a las dos Quesonas? ¿Y Matías? Dice que no lo pueden asesinar, pero ¿no será acaso un espectro genérico que representa a los Quesoneados? Hugo Conte fue compañero de Milinkovic, raro que no lo quesonearon, pero con Facundo, Carla no tuvo compasión, disfruto asesinarlo, lo mismo con Imhoff y con Palacios, con Loser y Danani necesitaba sangre más joven, el otro, Joaquín Gallego, lo ví realmente parecido a Matías Fioretti, Obra maestra de los Relatos Quesones

    ResponderBorrar
  4. NO PERDONA A NADIE LA QUESONA, ESTOS TIPOS GANARON LA DE BRONCE, VIENE ESTE TIPO Y LOS MASACRA CON SUS QUESOS

    ResponderBorrar
  5. alto terror infundió la Quesona en los voleibolistas, los destruyó psicológicamente y despues fue por uno a quesonearlos, uno igual con basquetbolistas, pero que los estrangule a todos, que se cambie el bosque por otro contexto

    ResponderBorrar
  6. muy bueno, creo que si te toca ser quesoneado por Carla podes sentirte afortunado, ¿ahora son una las Quesonas? leyendo el relato sentí el olor a queso y hasta me imagino el olor que deben tener las medias de estos tipos, para mi todos bien quesoneados, Carla no debe perdonar a nadie

    ResponderBorrar
  7. ¿La verdad? Me hice una paja con la parte de Facundo Conte y otra con la de Ezequiel Palacios, ja, ja

    ResponderBorrar
  8. ¿Se dedicará acaso la Quesona del Deporte en asesinar a planteles enteros? Que asesine a varios equipos del Mundial de Clubes

    ResponderBorrar
  9. de tanto matar chabones Carla va a terminar desalentando las practicas de los deportes

    ResponderBorrar
  10. Jannick Sinner, el tano que juega al tenis, lo debería asesinar una Quesona, contratada por Carlos Alcaraz

    ResponderBorrar
  11. largo, pero vale la pena, siempre creo que va a pasar algo distinto, creía que al último lo perdonaba pero ella es implacable, aunque lo asesinó a balazos, parecido a Claudio Echeverry Agustín Loser

    ResponderBorrar
  12. otra novela como esa de Roma, un gran homenaje a las películas yanquis de terror pero con la Quesona, que no perdona

    ResponderBorrar
  13. el cuento es una maravilla, porque no solo nos ofrece una historia excelente, sino que nos enlaza a muchos otros cuentos de las Quesonas y del Mundo Quesón, casi que los ejecuto uno a uno, podría haber aparecido Matías al final

    ResponderBorrar
  14. te mandaste otra obra espectacular de los Relatos Quesones, excelente el relato y las imágenes, todo bien, muy buen el cuento, la Quesona de lo mejor, y los Quesoneados bien elegidos, el hijo de Hugo Conte siguió el camino de Marcos Milinkovic, decapitado y quesoneado

    ResponderBorrar
  15. yo veo una Carla y ya tiemblo “esta me va a matar”

    ResponderBorrar
  16. che ayer la loca que mato a un chabón en Belgrano no será una Quesona?

    ResponderBorrar
  17. concedio un indulto a los Matías la cosa esta?

    ResponderBorrar
  18. hay que asesinar a figuras del Deporte internacional, la Quesona se haría un festíne
    ejemplos
    - la asesina de Max Verstappen
    - la asesina de Manuel Neier
    - la asesina de algun grone de la NBA
    - Michael Phelps, nadador

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Alguno podría ser para Carla Gugino. Que apenas tiene relatos.
      Podría sumarse Charlize Theron, a quien vi en La vieja guardia, con entrenamiento superllativo. Incluso manejando un hacha.

      El Fauno

      Borrar
  19. La Niña de Embajadores6 de julio de 2025, 2:35 a.m.

    hacía mucho que no visitaba esto, deberé ponerme al día, parece que hay muchos cuentos, pero los Carlos y las Carlas siguen con sus quesos

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Se extrañaban tus comentarios.
      Además hay cuentos que no son fanfictions, varios son de quesonas.
      El Fauno

      Borrar
  20. Esto en el cine sería una obra maestra, lo mejor es que la asesina los va eliminando usando armas diferentes, no así el queso, que al parecer siempre son Gruyere

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Etiquetas (x frecuencia)

Los Quesos de la Luna Roja35 Sky Cheese28 Carlos Eisler27 Carlos Reich25 Carlos Schattmann24 Carlos Izquierdoz23 Carlos Machado22 Carlos Elder21 Ravelia la Tatuada20 Carlos Luna19 Carla Conte15 Carlos Ficicchia15 Carlos Gonella14 Carlos Quintana14 Charly Alberti14 Carlos Calvo12 Carlos Melia12 Carlos Sainz Jr12 Lady Dumitrescu12 Carlos Roa10 Carlos Berlocq9 Carlos Contepomi9 Carlos Lampe9 Carlos Quesón9 Maru Sandes9 Carla Quevedo8 Carlos Alcaraz8 Carlos Bernal8 Carlos Buemo8 Carlos Kramer8 Carlos San Juan8 Matías Quesudo8 Carlos Lazcano7 Carlos Lazo7 Carlos Repetto7 Carlos Tevez7 Alejandro Fantino6 Carlos Barbero Cheli6 Carlos Beneitez6 Carlos Navarro Montoya6 Charles Leclerc6 Charlie Paglieri6 Matías Candia6 Matías Solanas6 Carlos Baute5 Carlos Buendía5 Carlos Medina5 Doña Dominga5 Matías Fioretti5 Matías Spano5 Bebe Contepomi4 Carlitos 7774 Carlos Alocen4 Carlos Arrieta4 Carlos Arroyo4 Carlos Costa4 Carlos Fernández4 Carlos Gómez4 Carlos Martinic (Bake Off)4 Carlos Maturana4 Carlos Pagni4 Carlos Retegui4 Carlos Stroker4 Joaquín Moretti4 Lady Katyushka4 la Marquesa de Avila4 Agustín Bernasconi3 Astrid Breitner3 Carla Czudnowsky3 Carlos García Cortázar3 Carlos Paglieri3 Carlos Prieto3 Carlos Regazzoni3 Carlos Scott3 Carlos Torres3 El Fauno3 Emanuel Ginóbili3 Marcelo Tinelli3 María Laura Santillán3 Pablo Rago3 Pablo Tamagnini3 Susana Gimenez3 Antonella Macchi2 Belen Francese2 Carla Barber2 Carla Estranguladora2 Carla Gugino2 Carla Peterson2 Carlos Benavídez2 Carlos García Cabrera2 Carlos Giacobone2 Carlos Habiague2 Carlos Kletnicki2 Carlos Mazzoni2 Carlos Missirian2 Carlos Monzón2 Carlos Moyá2 Carlos Netto2 Carlos Rivera2 Carlos Suarez2 Carlos Valdés2 Carlos Villagran2 Carlos Vives2 Carly Baker2 Carolina Ardohain2 Claudia Schiffer2 Cora Cluney2 Diego Scott2 Esmeralda Mitre2 EuroQuesones2 Ezequiel Campa2 Fabricio Oberto2 Ferdinand (the Black)2 Fernando Redondo2 Gabriel Deck2 Gabriela Spanic2 Graciela Alfano2 Ingrid Grudke2 Iván De Pineda2 Lara Pedrosa2 Las Culisueltas2 Lizardo Ponce2 Luis Scola2 Martín Lousteau2 Matías Cantoni2 Matías Hidalgo2 Matías Vazquez2 Melina Petriella2 Mora Godoy2 Nicole Neumann2 Pablo Simena2 Pamela Anderson2 Pampita2 Paula Colombini2 Princesa Leia2 Romina Manguel2 Santiago Artemis2 Santillanas2 Silvio Soldan2 Valeria Mazza2 Wanda Nara2 Zaira Nara2 18 Carlos1 Adabel Guerrero1 Adolfo Cambiaso1 Adriana Aguirre1 Africa Peñalver1 Agustina Basaldua1 Agustina Casanova1 Agustina Cherri1 Agustina Cordova1 Agustina Kampfer1 Agustina Princeshe1 Agustín Rossi1 Ailen Bechara1 Alejandra Maglietti1 Alejandra Martínez1 Alejandra Pradón1 Alejandro Lacroix1 Alessandra Ambrosio1 Alessandra Rampolla1 Alex Caniggia1 Alexandra Daddario1 Alina Moine1 Allison Mack1 Amaia Salamanca1 Amalia Granata1 Ambar Heard1 Ana De Armas1 Ana Gallay1 Ana Laura Goycochea1 Ana María Orozco1 Ana Paula Dutil1 Anabel Cherubito1 Analía Franchin1 Analía Maiorana1 Andrea Berrino1 Andrea Bursten1 Andrea Del Boca1 Andrea Dellacasa1 Andrea Frigerio1 Andrea Ghidone1 Andrea Pietra1 Andrea Politti1 Andrea Rincón1 Andrés Nocioni1 Angela Leiva1 Angela Lerena1 Angeles Balbiani1 Angie Cepeda1 Anitta1 Anja Kling1 Anja Rubik1 Annalisa Santi1 Any Riwer1 Any Ventura1 Aníbal Lotocki1 Araceli Gonzalez1 Ariadna Gil1 Ariadna Gutiérrez1 Asesina de los Carlos1 Asesina de los Matías1 Ashley Olsen1 Audri Nix1 Axelle Despiegelaere1 Barbie Velez1 Barby Franco1 Bautista Araneo1 Bautista Delguy1 Bela Condomi1 Belen Blanco1 Belen Chavanne1 Belen Lanosa1 Belen Ludueña1 Bella Hadid1 Belu Lucius1 Betina Capetillo1 Bettina O'Conell1 Bianca Iovenetti1 Bibiama Necossa1 Blanca Padilla1 Blanca Suarez1 Brenda Asnicar1 Brenda Gandini1 Britney Spears1 Bárbara Sánchez1 Calu Rivero1 Cameron Díaz1 Camila Bordanaba1 Camila Homs1 Camille Razat1 Candela Vetrano1 Candelaria Molfese1 Candelaria Tinelli1 Cara Delevingne1 Cardi B1 Carey Lowell1 Carla Pandolfi1 Carla Rebecchi1 Carla Rosón1 Carlos1 Carlos Alfaro Moreno1 Carlos Baos1 Carlos Benvenuto1 Carlos Boozer1 Carlos Cabezas1 Carlos Cantero1 Carlos Cáceres1 Carlos De Cobos (Carlinhos)1 Carlos Domínguez1 Carlos Díaz1 Carlos Enrique1 Carlos Ferreira Paparamborda1 Carlos Gabriel1 Carlos Galluzzo1 Carlos Grosso1 Carlos Jimenez Gallego1 Carlos Jimenez Sanchez1 Carlos Joaquín Correa1 Carlos Marinelli1 Carlos Martínez Diez1 Carlos Matheu1 Carlos Mayo Nieto1 Carlos Molina Cosano1 Carlos Monti1 Carlos Mora1 Carlos Olarán1 Carlos Quesada1 Carlos Queson1 Carlos Russo1 Carlos Soler1 Carlos Zalazar1 Carlos Zambrano1 Caro Uriondo1 Carola Del Bianco1 Carolina Amoroso1 Carolina Peleritti1 Carolina Prat1 Catalina Rautenberg1 Catherine Fulop1 Catherine Zeta Jones1 Cathy Candem1 Cazzu1 Cecilia Bonelli1 Cecilia Oviedo1 Celeste Cid1 Celeste Muriega1 Celine Bethmann1 Chano Charpentier1 Charles Barkley1 Charles De Ketelaere1 Charles Hunnam1 Charles Jennings1 Charles Ollivon1 Charles Walrant1 Charlie Hunnam1 Charlie Sheen1 Charlie Villanueva1 Charlotte Caniggia1 Charlotte Siné1 Charlotte Wiggings1 Chicas Play Boy1 China Suarez1 Chloe Bello1 Chloe Moretz1 Christina Aguilera1 Cindy Crawford1 Cindy Kimberly1 Cinthia Fernandez1 Clara Alonso1 Clara Lago1 Claribel Medina1 Claudia Albertario1 Claudia Ciardone1 Claudia Fernández.1 Claudia Fontán1 Claudio Caniggia1 Coki Ramírez1 Connie Ansaldi1 Coscu1 Cristiano Ronaldo1 Cristina Alberó1 Cristina Pérez1 Cristián Fabbiani1 Cynthia Arrebola1 Cynthia Nixon1 Dakillah1 Dalianah Arekion1 Damián Betular1 Dani La Chepi1 Daniel Tognetti1 Daniela Cardone1 Daniela Urzi1 Daniella Chávez1 Danni Levi1 David Beckham1 David Kavlin1 Debora Bello1 Debora Fallabella1 Debora Plager1 Deborah de Corral1 Deborah de Robertis1 Delfina Chaves1 Delfina Ferrari1 Delfina Gerez Bosco1 Demi Moore1 Denise Ascuet1 Denise Milani1 Denise Pessana1 Denise Richards1 Desiré Cordero Ferrer1 Diego Torres1 Dolores Barreiro1 Dolores Fonzi1 Dolores Trull1 Dominque Pestaña1 Dânia Neto1 Edith Hermida1 Eleonora Wexler1 Eliana Guercio1 Elizabeth Loaiza1 Elián Angel Valenzuela1 Emilia Attias1 Emilia Mazer1 Emiliano Rella1 Emilio Di Marco1 Erica García1 Erica Rivas1 Erika Basile1 Esteban Andrada1 Estefanía Xipolitakis1 Ester Exposito1 Eugenia Lemos1 Eva De Dominici1 Eva Herzigova1 Evangelina Anderson1 Evelyn Von Brocke1 Fabiana Araujo1 Fabián Assman1 Fabrizio Angileri1 Fabrizio Silva1 Facundo Campazzo1 Federico Grabich1 Fernanda Herrera1 Fernanda Iglesias1 Fernanda Pereyra1 Fernando Burlando1 Fernando el Delivery1 Flavia Miller1 Flavia Palmiero1 Flo Gennaro1 Floppy Tesouro1 Flor Jazmín Peña1 Flor Peña1 Flor Vigna1 Flor Viterbo1 Florencia Arriola1 Florencia Bertotti1 Florencia Bonelli1 Florencia Canale1 Florencia Etcheves1 Florencia Gómez Córdoba1 Florencia Mayer1 Florencia Raggi1 Florencia Torrente1 Florinda Meza1 Francesca Cestaro1 Futbolero Vélez1 Fátima Florez1 Gabriel Batistuta1 Gabriela Binner1 Gabriela Sobrado1 Gaia Stornelli1 Gastón Elola1 Georgina Klug1 Gerardo Rozín1 Germán Chiaraviglio1 Gigi Hadid1 Gimena Accardi1 Gina Casinelli1 Gisela Barreto1 Gisela Espeilhac1 Gisela Marziotta1 Gisela Van Lacke1 Giselle Bundchen1 Giulia Arena1 Giuliana Caramuto1 Gonzalo Longo1 Gonzalo Quesada1 Gonzalo Tiesi1 Griselda Siciliani1 Guido Petti1 Guido Zaffora1 Guillermina Valdes1 Guillermo Andino1 Génesis Rodríguez1 Heidi Klum1 Hernán Drago1 Ian Thorpe1 Iggy Azalea1 Ignacio Corleto1 Iliana Calabro1 Imigrante Rap1 Ingrid Rubio1 Inma Cuesta1 Inés Rivero1 Inés Sainz Gallo1 Inés Serradilla1 Isla Nublar1 Ivana Nadal1 Ivana Palliotti1 Ivo Cutzarida1 JUlia Sebastián1 Javier Ortega Desio1 Jazmín Beccar Varela1 Jazmín Stuart1 Jean Claude Van Damme1 Jennifer Aniston1 Jennifer Lopez1 Jenny Williams1 Jessica Alba1 Jessica Cirio1 Jessica Nigri1 Jimena Barón1 Jimena Campisi1 Jimena Cyrulnik1 Jimena La Torre1 Jimena Monteverde1 Joana Duarte1 Joana Sanz1 Joanna Rubio1 Johanna Lasic1 Johnny Depp1 Jonatan Arioli1 Jonatan Conejeros1 Jony Lazarte1 Josefina Pouso1 José Meolans1 Jowi Campobassi1 Juan Carlos Díaz1 Juan Carlos Olave1 Juan Carlos Passmann1 Juan Martín Del Potro1 Juan Pedro Gutierrez1 Juan Pérsico1 Juana Viale1 Julia Mengolini1 Juliana Awada1 Juliana Kawka1 Julieta Camaño1 Julieta Cardinali1 Julieta Díaz1 Julieta Kemble1 Julieta Nair Calvo1 Julieta Poggio1 Julieta Prandi1 Julieta Puente1 Justina Bustos1 Karen Reichardt1 Karin Cohen1 Karina Jelinek1 Karina La Princesita1 Karina Mazzoco1 Karl Geiger1 Karl Malone1 Karol G1 Kate Moss1 Kate Upton1 Kelly Brook1 Kenya Kinski Jones1 Khloe Kardashian1 Kim Catrall1 Kim Kardashian1 Kourtney Kardashian1 Kristen Dalton1 Kristin Davis1 Kystel (@lostemeier)1 L-Gante1 La Konga1 Lady Sheringham1 Lali Espósito1 Lana Montalban1 Lara Bernasconi1 Laura Esquivel1 Laura Ezcurra1 Laura Fernández1 Laura Fidalgo1 Laura Miller1 Lebron James1 Leia Stoichkov1 Lele Pons1 Leo Montero1 Leticia Bredice1 Lilia Lemoine1 Liliana Lopez Foresi1 Lily James1 Linda Evangelista1 Liz Solari1 Lola Bezerra1 Lola Indigo1 Loly Antoniale1 Lorena Duran1 Lorena Giaquinto1 Lorenza Izzo1 Lorenzo Ferro1 Lourdes Sanchez1 Lucas Borges1 Lucas Bruera1 Lucas Mensa1 Lucas Ostiglia1 Luciana Bianchi1 Luciana Geuna1 Luciana Rubinska1 Luciana Salazar1 Luciano Cassin1 Luciano De Cecco1 Lucio Delfino1 Lucía Celasco1 Lucía Ortega1 Luis Tucu López1 Luisana Lopilato1 Luján Telpuk1 Luli Fernández1 Luxiano Bone1 Luz Cipriota1 Maby Wells1 Macarena Ceballos1 Macarena García1 Madame Lafinour1 Madame Papadopulos1 Madame Ribery1 Magalí Moro1 Magui Bravi1 Majo Martino1 Malena Pichot1 Malena Sanchez1 Malena Triguero1 Marcela Feudales1 Marcela Kloosterboer1 Marcela Pagano1 Marcela Tauro1 Marco Van Basten1 Marcos Delía1 Marcos Kremer1 Marcos Milinkovic1 Maria Fernanda Callejón1 Mariana Arias1 Mariana Brey1 Mariana Carbajal1 Mariana Fabbiani1 Mariana Nannis1 Marianela Mirra1 Mariano Ontañón1 Maribel Verdú1 Marina Calabro1 Mario Guerci1 Marisa Andino1 Marisa Brel1 Marixa Balli1 Martina Cortese1 Martina Gusman1 Martina Klein1 Martina Soto Pose1 Martine Andraos1 Martín Leiva1 Martín Naidich1 Martín Olguín1 Martín Palermo1 Martín Pérez Disalvo1 Maru Botana1 Maru Duffard1 Mary Kate Olsen1 María Aura1 María Becerra1 María Eugenia Ritó1 María Ford1 María Isabel Sánchez1 María Susini1 María Vazquez1 María Victoria Botto1 María del Mar1 Masha Lund1 Matias Garfunkel1 Matilda Blanco1 Matt Bell1 Matías Ale1 Matías Alemanno1 Matías Almeyda1 Matías Arado1 Matías Bortolín1 Matías Camisani1 Matías Campo1 Matías Carrera1 Matías Coccaro1 Matías Criolani1 Matías Cuello1 Matías De Seta1 Matías Defederico1 Matías Desiderio1 Matías Ferrario1 Matías Ferreira1 Matías Garfunkel1 Matías Lezcano1 Matías Martín1 Matías Meyer1 Matías Moroni1 Matías Nani1 Matías Ola1 Matías Orlando1 Matías Orta1 Matías Osadczuk1 Matías Paz1 Matías Pellegrini1 Matías Recalt1 Matías Santoianni1 Matías Santos1 Matías Schrank1 Matías Sesto1 Matías Sotelo1 Matías Szulanski1 Matías Sánchez1 Matías Tasín1 Mauricio Caranta1 Mauricio Paniagua1 Mayco Vivas1 Melina Lezcano1 Melina Pitra1 Melina Ramírez1 Melissa Satta1 Mercedes Funes1 Mery Del Cerro1 Mica Vazquez1 Mica Viciconte1 Micaela Argañaraz1 Micaela Orsi1 Micaela Tinelli1 Michelle Jenner1 Michelle Stephenson1 Miguel Avramovic1 Milagros Schmoll1 Militta Bora1 Mina Bonino1 Minerva Casero1 Miriam Lanzoni1 Mirta Massa1 Moira Gough1 Monica Farro1 Morena Beltran1 Myriam Giovanelli1 Máximo Espíndola1 Máximo Fjellerup1 Mónica Antonopulos1 Mónica Cruz1 Nadia Theoduloz1 Nancy Dupláa1 Nancy Guerrero1 Nancy Pazos1 Naomi Campbell1 Naomi Preizler1 Narda Lepes1 Nastassja Kinski1 Natalia Fassi1 Natalia Fava1 Natalia Forchino1 Natalia Graciano1 Natalia Lobo1 Natalia Oreiro1 Natalie Perez1 Nathy Peluso1 Nati Jota1 Nazarena Di Serio1 Nazarena Velez1 Nazareno Mottola1 Nequi Gallotti1 Nerea Camacho1 Neus Bermejo1 Neve Campbell1 Nicky Nicole1 Nicolas Brussino1 Nicole (cantante chilena)1 Nicole Luis1 Nicolás Occhiato1 Nicolás Ripoll1 Noelia Marzol1 Ogro Fabbiani1 Oriana Sabattini1 Osvaldo Sabatini1 Pablo Cosentino1 Pablo Crer1 Pablo Echarri1 Pablo Migliore1 Pamela David1 Pamela Sosa1 Pamela Villar1 Paola Krum1 Patricia Echegoyen1 Patricia Sarán1 Patricio Albacete1 Patricio Garino1 Paula Chaves1 Paula Medici1 Paula Robles1 Paula Siero1 Paula Trapani1 Paula Volpe1 Paulina Rubio1 Paz Cornú1 Pedro Alfonso1 Penelope Cruz1 Peter Alfonso1 Pía Slapka1 Rachelle Glover1 Raquel Mancini1 Raúl Giaco1 Ricardo Centurión1 Roberto Abbondanzieri1 Roberto García Moritán1 Rocío Guirao Díaz1 Rocío Igarzabal1 Rocío Marengo1 Rocío Quiroz1 Rocío Robles1 Rodrigo Cascón1 Rodrigo Orihuela1 Rolando Martín1 Rolando Schiavi1 Romina Gaetani1 Romina Lanaro1 Romina Malaspina1 Romina Pereiro1 Romina Ricci1 Rosalía1 Rosario Dawson1 Rosie Huntington Witheley1 Roxana Zarecki1 Sabina Jakubowicz1 Sabrina Garciarena1 Sabrina Pettinato1 Sabrina Rojas1 Sandra Ballesteros1 Sandra Borghi1 Sandra Callejón1 Sandra Smith1 Santi Maratea1 Santiago Carreras1 Sara Carbonero1 Sara Sampaio1 Sarah Jessica Parker1 Sebastián Solé1 Serena Romanini1 Sergio Goycochea1 Shakira1 Shaquille O'Neal1 Shari Moretto1 Sharon Stone1 Siderama1 Silvia Martínez Cassina1 Silvina Escudero1 Silvina Scheffler1 Sita Abellan1 Sofia Rudieva1 Sofía Clerici1 Sofía Jujuy Jiménez1 Sofía Macaggi1 Sofía Mora1 Sofía Zamolo1 Sol Estevanez1 Sol Perez1 Soledad Fandiño1 Soledad Larghi1 Soledad Solaro1 Sophia Thomalla1 Spice Girls1 Stefania Roitman1 Stephanie Demner1 Susana Roccasalvo1 Sveva Rigolio1 Sylvie Meis1 Tamara Paganini1 Tatiana Cotliar1 Taylor Hill1 Thalia1 Tim Duncan1 Tini Stoessel1 Tommy Dunster1 Tomás Cubelli1 Tyra Banks1 Ursula Corberó1 Ursula Vargues1 Vale Degenaro1 Valentina Ferrer1 Valentina Krip1 Valentina Otero1 Valentina Wende1 Valentina Zenere1 Valeria Archimo1 Valeria Bertuccelli1 Valeria De Brito1 Valeria Gastaldi1 Valeria Gutierrez1 Vanessa Kirby1 Vanina Escudero1 Vero De la Canal1 Vero Domínguez1 Verónica Lozano1 Verónica Varano1 Vicky Fariña1 Vicky Xipolitakis1 Victoria Abril1 Victoria Maurette1 Victoria Vanucci1 Victorio D'Alessandro1 Violeta Rodríguez1 Virgina Da Cuhna1 Virginia Gallardo1 Virginia Zonta1 Virginie Ledoyen1 Viviana Canosa1 Viví Chaves1 Ximena Capristo1 Ximena Saez1 Yamila Día Rahi1 Yanina Latorre1 Yanina Screpante1 Yanina Zilly1 Yesica Toscanini1 Yulia Ushakova1 Zoe Saldaña1 Zwaan Bijl1 el Almirante1 el Inspector de la Pantera Rosa1 el Pelado López1 gabrielcaceres441 la Franchute1 la Matacarlos1
Mostrar más

Relatos Quesones de la Semana

El Cuento Quesón de Superman (o Kal El, la caída del último Carlos Hijo de Krypton) #QUESO

CUENTOS QUESONES, NARRACIONES QUESONAS y ARTE QUESÓN

El Asesino de Kika Silva

El asesino de Sabrina Pettinato

El Asesino de Malena Pichot

El Asesino de Antonela Ramírez

Los Asesinos de Candelaria y Micaela Tinelli

El Asesino de Nazarena Di Serio

El Asesino de Carla Conte

CUENTOS QUESONES, NARRACIONES QUESONAS y ARTE QUESÓN

CUENTOS QUESONES, NARRACIONES QUESONAS y ARTE QUESÓN
40 Cuentos Quesones, Narraciones Quesonas y todo el esplendor y el colorido del ARTE QUESÓN

EL CUENTO QUESÓN DE SUPERMAN

EL CUENTO QUESÓN DE SUPERMAN
Lex Luthor trama un nuevo plan para derrotar a Kal El, el último hijo de Krypton

EL CUENTO QUESÓN BAJO EL SIGNO DE ROMA

EL CUENTO QUESÓN BAJO EL SIGNO DE ROMA
casi una novela en el Blog de los Relatos Quesones, ambientada en la antigua Roma, tiempos de Nerón, una historia de poder, asesinatos, fe y redención

EL CUENTO QUESÓN DEL GAUCHO CARLOS

EL CUENTO QUESÓN DEL GAUCHO CARLOS
la tradición criolla argentina presente en el Mundo Quesón, el Martín Fierro del siglo XXI

QUESONES VS CASALARGA (YouTube)

QUESONES VS CASALARGA (YouTube)
video de YouTube

ELIGE TU PROPIO QUESO

CENA DE QUESONES TOP

CENA DE QUESONES TOP
"Cena de Quesones" Carlos Francisco Delfino, Carlos Ignacio Fernández Lobbe, Carlos Matías Sandes y Carlos Gustavo Bossio #Queso #CuentosSangrientos

La Asesina de Emanuel Ginobili

La Asesina de Emanuel Ginobili
uno de los cuentos más famosos de la Quesona, una asesina serial de hombres, con especial gusto por los deportistas de pies grandes y olorosos