La Asesina de Selem Safar #QUESO
Bonus Track de Carla, la Quesona Asesina de los Basquetbolistas (Megapost)
Selem Safar, nacido el 19 de junio de 1987 en Rosario, era un escolta tirador de 1,92 m y 92 kg que había forjado su leyenda en la Liga Nacional de Básquet. Criado en un barrio humilde de Santa Fe, debutó a los 17 con Quilmes de Mar del Plata y escaló hasta capitán alterno de San Lorenzo de Almagro en 2025. Sus 12-15 puntos por partido, el bronce con la selección en el FIBA Américas 2009 y su devoción por el asado rosarino lo coronaban como ídolo. En los vestuarios, sin embargo, reinaban sus pies: un 47 argentino (13 US), gigantescos, siempre empapados en sudor, con un hedor a cuero viejo y esfuerzo que él bautizaba “el aroma de la victoria”.
Coleccionista obsesivo de Air Jordan retro, coqueteaba sin pudor con modelos en eventos de moda. Esa noche del 7 de noviembre, en un penthouse de Puerto Madero, una rubia tan deslumbrante como bella y letal.
Estamos hablando de Carla Monzón —28 años, 1,78 m, melena dorada ondulada hasta los hombros, ojos verdes que parecían tallados en esmeralda, labios carnosos y un cuerpo escultural que evocaba a Valeria Mazza en sus veintipico de los 90, sí Valeria Mazza, la top model decapitada por Carlos Delfino.
Ella era la Quesona Asesina, pero Selem parecía desconocer el historial criminal de Carla, también conocida como Ravelia, por aquel parecido tan extraordinario.
Puerto Madero, 11:47 p.m.
El penthouse olía a champagne caro y a lujuria barata. Safar, con una camisa desabotonada que dejaba ver el tatuaje de un tigre en el pecho, reía mientras Carla le servía otra copa.
—“Quizas no seas tan alto como otros, pero para mí sos un gigante, Selem. 1,92 de puro poder… y esos pies tuyos, 47, ¿no? Ví tus Jordan en Instagram. Quiero olerlos.”
Safar soltó una carcajada ebria.
—“¿Mis pies? Ja, están podridos después de entrenar. Pero si la diosa Mazza quiere…” Carla sonrió, sus ojos verdes brillando con malicia sádica.
—“Oh, los quiero… muertos.” El golpe. Un tacón oculto en la palma de su mano impactó la nuca de Safar con un crujido seco. El basquetbolista cayó de rodillas, aturdido. Antes de que pudiera reaccionar, la aguja hipodérmica se hundió en su yugular.

—“Dulces sueños, capitán,” susurró Carla mientras lo arrastraba a la cama king-size.
Cuando Safar despertó, estaba desnudo, atado con cuerdas de escalada a los cuatro postes. Sus Air Jordan 1 Retro High OG tamaño 47 seguían puestas, pero los cordones ya estaban sueltos.
—“¿Qué carajo…?” gruñó, la voz ronca por el sedante.
Carla se arrodilló de nuevo, sus guantes de látex crujiendo. Sacó una uña larga y afilada y clavó la punta en la planta del pie derecho de Safar, justo bajo el arco, perforando la piel hasta tocar hueso. Un chorro de sangre caliente brotó, salpicando su mejilla. Ella lamió la gota roja con deleite.
—“¿Te duele, capitán?” susurró, voz ronca de placer. “Emanuel Ginóbili sintió veintisiete agujeros en el pecho. Le metí la pistola en la boca primero, le rompí los dientes. ‘Por favor, no a mi familia’, balbuceó. Le vacié el cargador. El último balazo le salió por la nuca y salpicó el techo con sesos y huesitos.”
Safar gritó, la cuerda cortándole las muñecas.

—“¡Basta! ¡Por Dios, basta!”—“¿Basta?” Carla se rio, un sonido gutural. Sacó un clavo oxidado y lo hundió en la uña del dedo gordo, atravesándola de lado a lado. El clavo crujió contra el hueso.
—“Fabricio Oberto… le abrí la garganta con un cuchillo de carnicero. Crac, cartílago partido. La sangre bombeaba como una fuente. Se agarró el cuello, los dedos resbalando en su propia carne. Lo vi ahogarse en su charco, los ojos desorbitados, la lengua colgando como un trapo rojo.”
Safar lloraba, mocos y lágrimas mezclándose.

—“¡No… no soy como ellos…!”
—“Todos dicen lo mismo,” siseó Carla. Tomó pinzas de punta fina y arrancó una uña entera del segundo dedo. El sonido fue un pop húmedo. La uña salió con un jirón de carne pegada.
—“Luis Scola… le até la soga tan fuerte que la tráquea colapsó. Le puse la bolsa y vi cómo su cara se hinchaba, venas reventando en los ojos. Pataleó tanto que se cagó encima. El olor… delicioso.”
Safar temblaba violentamente, orina caliente escapando por su muslo.
—“¡Por favor… haré lo que quieras…!”—“Ya lo estás haciendo,” dijo Carla. Sacó un cuchillo de desollar y cortó una tira de piel del talón, despegándola lentamente como papel. La piel colgaba en un jirón sangrante.
—“Patricio Garino… le rompí los dedos de los pies uno a uno antes de la bolsa. Crac, crac, crac. Lloró como niño. Nicolás Brussino intentó morder la cuerda; le arranqué los dientes con alicates. Máximo Fjellerup… le metí la bolsa y la llené de agua. Se ahogó en su propio aliento.”
Safar vomitó, bilis y champagne salpicando su pecho.
—“¡Monstruo… eres un monstruo…!”
—“Gracias,” sonrió Carla. Tomó un martillo pequeño y golpeó la planta del pie izquierdo. El impacto aplastó los huesos metatarsianos; un crujido húmedo resonó.
—“Andrés Nocioni… le até sus medias Nike al cuello. Apreté hasta que la tela cortó la piel. Sangre y sudor empapando la tela. Su último aliento fue un silbido por la tráquea rota.”
Safar jadeaba, ojos vidriosos.
—“Alejandro Montecchia, Pablo Prigioni, Luca Vildoza… los acribillé juntos. Cincuenta balazos entre los tres. Vildoza intentó correr; le disparé en las rodillas primero. Se arrastró dejando un rastro de sangre y me suplicó. Le metí el cañón en la boca y apreté.”
Carla se levantó, lamiendo sangre de sus dedos.

—“Tayavek Gallizzi… le metí la bolsa y la llené de gas mostaza casero. Quemó sus pulmones. Marcos Mata intentó escapar por la ventana; lo colgué del cuello hasta que sus pies dejaron de patalear. Gabriel Fernández… le arranqué las uñas con tenazas antes de estrangularlo. Leonardo Gutiérrez… le corté los tendones de Aquiles primero. Se arrastró como gusano, luego lo estrangule, a los dos los estrangule, los asfixié, los ahorque, los quesonee.”
Safar sollozaba, voz rota.
—“Leiva… la espada entró por la garganta y salió por la nuca. Giré la hoja. Sangre arterial salpicó tres metros. Lo vi ahogarse en su propia sangre, gorgoteando.”
Carla se inclinó sobre su rostro, aliento caliente.
—“Doce Quesos. Doce Basquetbolistas. Doce pares de zapatillas. Tú serás el decimotercero. Y cuando coloque el Queso en tu pecho… gritarás mi nombre.”
Safar gritó, un alarido inhumano que se ahogó en la bolsa que Carla ya le estaba colocando.

Carla se alzó sobre el torso desnudo de Selem como una araña de seda negra, los ojos verdes brillando con una lujuria que olía a sangre y a muerte. Sus uñas, largas y afiladas como cuchillas de afeitar, se hundieron en el pecho del basquetbolista y rasgaron hacia abajo en surcos profundos. La piel se abrió con un sonido húmedo, como carne fresca desgarrándose, y la sangre brotó en hilos calientes que corrieron por los costados de Safar y se perdieron entre las sábanas empapadas.
—“Mírame, capitán,” susurró ella, lamiendo un reguero carmesí de su propio dedo. “Esto es solo el aperitivo. Vas a sufrir hasta que me ruegues que te asesine.”

Se bajó sobre él con un movimiento felino, sus caderas anchas estrellándose contra las de él en un ritmo brutal. Cada embestida era un golpe seco, un crujido de huesos contra huesos, un latigazo de carne contra carne. Safar, atado con cuerdas que le cortaban las muñecas hasta el hueso, gemía entre dolor y placer forzado, su miembro traicionándolo al endurecerse contra su voluntad. —“Por favor… no…” balbuceó, la voz rota.
—“Cállate y toma,” jadeó Carla, agarrándole el cabello y forzando su boca contra sus pechos. Lo obligó a lamer los pezones endurecidos mientras ella apretaba su garganta con una mano, dejando marcas violáceas que se hincharon al instante. Se corrió con un orgasmo explosivo, un chorro caliente que empapó el vientre de Safar y goteó hasta sus muslos. Él convulsionó debajo, entre sollozos y jadeos, su propio clímax forzado brotando en un chorro humillante que se mezcló con la sangre, el sudor y el semen.
—“Mírate,” siseó ella, aún montada sobre él, “el gran Selem Safar, capitán de San Lorenzo, llorando como un niño mientras se corre dentro de su verdugo. ¿Te gusta, verdad? Dilo.” —“No… por favor…”

—“Dilo,” repitió Carla, arañando su rostro hasta dejar surcos sangrantes en la mejilla.
—“Me… me gusta…” sollozó Safar, la voz quebrada. Carla se rio, un sonido gutural y sádico.
—“Buen chico. Ahora vamos a jugar de verdad. Me encanta cuando gritan.”
Carla enrolló la soga gruesa, áspera como lija, alrededor del cuello de Safar y tiró con una fuerza deliberada y sádica. La tráquea crujió como cartílago partido bajo sus guantes de látex; un sonido húmedo y definitivo que hizo que sus labios se curvaran en una sonrisa maníaca.
—“Hora del gran final, Selem,” susurró, la voz ronca de excitación.
Cubrió su cabeza con la bolsa transparente, sellándola con cinta adhesiva en un círculo perfecto alrededor del cuello.
Safar pataleó con furia desesperada, sus pies tamaño 47 agitándose en el aire como pistones rotos, venas explotando en el cuello en surcos violáceos que parecían cables a punto de reventar.—“¡No… por favor!” gorgoteó, la voz amortiguada y distorsionada por el plástico que ya se empañaba con su aliento caliente y desesperado. Saliva y mocos se pegaron al interior de la bolsa, formando burbujas grotescas que se deslizaban como lágrimas invertidas.
Carla apretó más, los músculos de sus brazos tensándose con deleite. Sintió el crujido húmedo de la tráquea colapsando, un pop interno que la hizo gemir de placer. Los ojos de Safar se inyectaron en sangre, capilares reventando en estallidos rojos que salpicaron el plástico desde dentro. Su lengua hinchada presionó contra la bolsa, dejando un molde grotesco de carne morada aplastada.—“Mírate,” siseó ella, inclinándose hasta que su aliento empañó el plástico desde fuera.
“El gran Selem Safar, ahogándose en su propia miseria. ¿Te gusta, verdad? Dilo.
”Safar intentó gritar, pero solo salió un gorgoteo ahogado, un sonido gutural y animal que vibró contra la bolsa.
Con un último tirón salvaje, la soga cortó la piel; un chorro arterial brotó del cuello en un arco rojo que salpicó el interior de la bolsa y goteó por el exterior como lluvia carmesí. El cuerpo convulsionó en espasmos violentos: piernas pateando con furia, dedos crispados como garras, el torso arqueándose en un último intento inútil de respirar.
Luego, el silencio.
El cuerpo quedó inerte, colgando flojo de las cuerdas. Rostro azulado y distorsionado bajo el plástico empañado, ojos vidriosos abiertos en eterno horror, lengua protruyendo como un gusano morado e hinchado, cuello marcado por surcos violáceos profundos que dejaban ver la tráquea destrozada y los tendones desgarrados.
Carla soltó la soga lentamente, admirando su obra con una sonrisa satisfecha. —“Perfecto,” murmuró. “Quesoneado.”
Carla, aún temblando de placer, tiro el Queso Gruyère sobre el pecho desnudo y tibio del cadáver. El Queso rodó ligeramente, dejando una marca cremosa en la sangre coagulada.
—“¡QUESO Selem Safar!” exclamó, riendo con voz maníaca.
“¡Tu epitafio, capitán! ¡Un Queso sobre tu cadáver torturado!” Se arrodilló junto a los pies mutilados (uñas arrancadas, piel desgarrada, huesos rotos) y olió las Air Jordan tamaño 47 una última vez: sangre, sudor, cera, orina, mierda, muerte. —“Tus Jordan,” susurró, besando la suela ensangrentada. “Mis trofeos. Junto a las de los demás.” Las guardó en una bolsa hermética. Desapareció en la noche. Al día siguiente, la policía encontró al Basquetbolista Quesoneado número 13.
La Quesona Asesina seguía libre.
Y el básquet argentino, en pánico absoluto.
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Está claro que es Ravelia, con crueldad aumentada. Aunque entregándose sin reservas.
ResponderBorrarEstaría bien una misión conjunta con su hija, la tatuada.
O como conductora de Bailando con las estrellas 2025, suplantando a Valeria Mazza. Tal vez en dupla con quesones
El Fauno
mucho ensañamiento con este pobre chabón, pero bueno cuando Ravelia decide quesonearte ya no hay escapatoria
ResponderBorrarhay basquetbolistas con nombres raros pero todos caen ante el queso de Carla
ResponderBorrarcuantos mas estrangula esta estranguladora, mas ganas tiene de seguir estrangulando
ResponderBorrarSafar no pudo zafar
ResponderBorraren cierta forma cada vez que estrangula a un basquetbolista, es como que vuelve a estrangular a Luis Scola, eso explica a esta asesina
ResponderBorrara este era tirarle un quesito adler mas que un Gruyere
ResponderBorrarla foto con Sandes, entregados por el queson?
ResponderBorrarla paja que me hice mientras leia las torturas, no se imaginan
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