El Asesino de Celina Font
En las sierras de Córdoba, donde el cerro Uritorco se erguía como un coloso de granito susurrando promesas de mundos extraterrestres, las noches eran un tapiz de estrellas y sombras que danzaban con secretos oscuros. El aire llevaba un aroma de eucalipto, tierra húmeda y un dejo místico que atraía a peregrinos esotéricos y artistas en busca de inspiración.
Allí llegó Celina Font, nacida en Buenos Aires el 22 de junio de 1970, una artista multifacética cuya carrera era un mosaico de talento. Actriz en películas como Cenizas del paraíso (1997) y telenovelas como Ricos y famosos, cantante con su EP Quererte tanto (2024), directora de cortometrajes premiados y guionista de No soy tu mami (2019), Celina era una figura magnética.
Su cabello castaño ondulado caía como una cascada, sus ojos verdes destellaban con curiosidad, y su risa resonaba como un canto que podía hechizar a cualquiera. Había viajado desde la frenética capital con una maleta repleta de partituras, una cámara Canon profesional y un cuaderno de guiones garabateados con ideas para Ecos del Erks, un cortometraje experimental que fusionaría cánticos ancestrales, reflejos de arroyos cristalinos y la energía cósmica de las sierras.
La Fundación Dumitrescu, le había cedido una suite de lujo en el recién inaugurado Hotel Estrella de Erks, un edificio futurista de vidrio y acero que parecía una nave espacial varada en la ladera. Sus luces de neón violetas parpadeaban en la noche, y una fuente de agua mineral, con un leve olor a azufre, burbujeaba bajo un letrero que prometía “Despertá tu alma”. Pero el destino, con un guion retorcido escrito por un psicópata, tenía planes más oscuros para la diva.
Carlos Bossio, apodado “Chiquito” en una burla cruel del destino, era una torre humana de 1,95 metros que caminaba con sus zapatillas talla 50, cada paso resonando como un tambor de guerra. A sus 51 años, nacido en Córdoba el 1 de diciembre de 1973, Carlos seguía siendo una fuerza imparable, con la misma energía y sed criminal que lo consumía a los veinte. Solo pensaba en quien sería su próxima víctima, y aunque su trayectoria incluía numerosas víctimas famosas, sabía que alguna importante todavía le quedaba.
Su cuerpo, aún musculoso, se movía con la agilidad de un depredador, y su rostro curtido, a veces afeitado y a veces con una pequeña barba desprolija y ojos oscuros que brillaban como pozos de locura, exudaba un carisma rústico que ocultaba su sadismo criminal. Sus pies, enormes y sudorosos, despedían un olor nauseabundo a Queso intenso y apestoso, como si un Emmental hubiera fermentado en una cripta olvidada.
Ex arquero legendario, jugó en Belgrano, Estúdiantes (donde marcó un gol de cabeza ante Racing el 12 de mayo de 1996) y Lanús (campeón 2007), además de pasos por Portugal, México y el ascenso. Para muchos es ese, solo Carlos Chiquito Bossio.
Pero para nosotros, Carlos Bossio es el Quesón, un asesino serial de mujeres cuya carrera criminal comenzó el 30 de abril de 1994, a los 20 años, con su primer asesinato. Treinta y un años después, seguía apuñalando mujeres con la misma energía que en aquellos días de los años 90, siempre con el ritual previo de sus pies gigantescos y olorosos, y tirando un Queso sobre sus víctimas.
Era la medianoche del 30 de abril de 2025, y Carlos quería celebrar a lo grande los treinta y un años de su primer asesinato, y el Hotel Estrella de Erks vibraba con una energía artificial que rozaba lo sobrenatural.
El lobby, un salón cavernoso, estaba decorado con cristales tallados que reflejaban luces como prismas, murales de ovnis y constelaciones pintados en tonos dorados, y un suelo de mármol negro pulido que brillaba como un espejo. La fuente central, un monolito de mármol blanco con agua mineral que olía a azufre y lavanda, burbujeaba bajo un cartel luminoso de neón violeta: “Despertá tu alma”.
Celina esperaba junto a un sillón de terciopelo púrpura, vestida con un poncho bohemio de lana tejida con motivos andinos en rojos y ocres, sus botas de cuero gastadas crujiendo contra el suelo. Sostenía una cámara Canon profesional, su cabello suelto atrapando reflejos de las luces de neón, y revisaba su celular, intrigada por un mensaje de “Carlos B.”, un supuesto admirador que prometía una “sesión mística” para inspirar su corto.
La puerta giratoria chirrió como un lamento fúnebre, y entró Bossio, una figura colosal de 1,95 metros que parecía absorber la luz del lugar. Sus zapatillas talla 50, negras, gastadas y con hebillas oxidadas, crujían como si pisaran huesos. Una mochila raída, apestando a Emmental, colgaba de su hombro, y en su mano derecha, un Queso Gruyère redondo brillaba como una luna enferma, sus agujeros como ojos que observaban con malicia. Su rostro, que cya ontaban décadas de crímenes, mostraba una sonrisa torcida que mezclaba seducción y amenaza.
“¿Sos vos Carlos? ¡Por los espíritus del Uritorco! ¿Qué es ese olor? ¿Un Queso que escapó de una catacumba o... tus pies? ¡Son como portales cósmicos talla 50! ¡Juro que veo el aura del Emmental saliendo de tus botas!” dijo Font al verlo.
“Ja, ja, ja, Celina, la diosa del arte. Soy el Quesón, piba. Este aroma es mi evangelio: Queso Gruyère, Queso Emmental y el perfume sagrado de mis pies. Estos zapatones talla 50 son mi trono, y este Queso... mi reliquia divina. Leí de tu corto, y dije: ‘Esta mina merece un viaje al cosmos.’ Hoy es una noche especial, ¿sabés? Treinta y un años de mi arte. Subamos a tu suite, la luna del Uritorco quiere vernos... bien cerquita” le dijo Carlos.
“¿Quesón? Eso suena a secta de quesería clandestina. Y esos pies... no sé si quiero huir o arrodillarme. Huelen como si un Queso Emmental hubiera hecho un pacto con el diablo. ¡Es arte puro, una sinfonía olfativa! Ok, subamos, pero traé ese Queso, que juro que me está susurrando mi próximo guion.”
El aire se volvió denso con el hedor a Queso y pies sudorosos mientras subían en un ascensor de espejos que reflejaba la figura descomunal de Bossio como un gigante de pesadilla. Celina, atrapada en una fascinación inexplicable por los pies talla 50 del Quesón, sintió un cosquilleo que confundió con inspiración artística, pero que era el preludio de su fatal destino. Bossio, con una sonrisa torcida, imaginaba el momento en que su cuchillo cortaría la vida de la diva, dejando el Queso Gruyère como un epitafio en la noche que marcaba 31 años de su reinado criminal.
La suite de Celina, en el último piso del hotel, era un santuario de misticismo new age que parecía vibrar con una energía propia. Tapices tejidos con símbolos cósmicos —espirales, ojos estelares, triángulos dorados— colgaban de las paredes, sus hilos brillando bajo la luz de las velas de lavanda que ardían en cada rincón, desprendiendo un aroma dulce que luchaba contra el hedor del Quesón.
Un ventanal enorme ofrecía una vista del Uritorco, negro y majestuoso contra un cielo cuajado de estrellas que parecían observar. En el centro, una cama con dosel, cubierta de sábanas de lino blanco bordadas con hilos plateados, parecía un altar. Celina, convencida de que vivía un momento de trascendencia artística, esperaba recostada, envuelta en una sábana que dejaba entrever sus curvas, su cabello desparramado sobre la almohada como un halo oscuro, sus ojos verdes brillando con una mezcla de curiosidad y deseo.
La puerta crujió como un grito ahogado, y Carlos Bossio entró como un espectro de la noche. Vestía de negro con guantes negros que parecían absorber la luz y botas talla 50 que resonaban como tambores de guerra. En su mano izquierda, un cuchillo de 50 centímetros relucía con un filo serrado que prometía dolor; en la derecha, un Queso Gruyère de 8 kilos, lleno de agujeros que parecían gritar en silencio, reposaba como un ídolo pagano, su superficie brillando con un sudor grasiento.
“Quesón, sacate esas botas. Quiero ver esos pies talla 50. Huelen como un poema maldito, como si el Uritorco los hubiera bautizado con Queso Emmental. ¡Son una obra maestra, un canto olfativo que me está volviendo loca!”
“Ja, ja, diva, estos pies son mi catedral. Olé, chupá, lamé, besá... pero el Queso Gruyère vigila, ¿eh? Este Queso de 8 kilos es el juez de tu destino. ¡Mirá sus agujeros! Cada uno es un ojo del cosmos, y hoy, a 31 años de mi primer obra, vos serás mi capolavoro” dijo Carlos mientras se sacaba las botas.
Celina, en un trance bizarro que desafiaba toda razón, se arrodilló ante los pies de Bossio. Eran descomunales, con dedos nudosos como ramas retorcidas, piel agrietada que parecía cuero viejo, y un sudor que brillaba como si estuviera bendecido por una fuerza maligna. El olor era abrumador, una sinfonía nauseabunda de Queso Emmental rancio, tierra húmeda, y un toque metálico que recordaba a sangre seca. Ella lo olió, dejando que el hedor llenara sus pulmones hasta marearla, lo besó con reverencia, presionando sus labios contra la piel áspera, lo lamió con una pasión que rayaba en la locura, saboreando el sudor salado mezclado con el eco del Queso. Celina disfruto largo rato oliendo, besando, chupando y lamiendo los Quesos de Carlos, con gozo, pasión y un disfrute increíble.
Carlos Bossio, con una risa baja que resonaba como un trueno, dejó el Queso Gruyère en una mesa de madera tallada y se unió a ella en la cama. Lo que siguió fue un encuentro íntimo frenético, una danza salvaje de cuerpos bajo las sombras del Uritorco, sus gemidos mezclándose con el crepitar de las velas y el ulular del viento serrano que golpeaba el ventanal. La sábana se enredó, el dosel tembló, y el Queso Gruyère, con sus agujeros vigilantes, pareció aprobar el caos.
Terminaron, Celina permaneció acostada, tan feliz estaba que cantaba cuartetazos cordobeses, Carlos fue al baño, y luego se sento un rato, pasada media hora, tomó el cuchillo de 50 centímetros.
“¿Quesón? ¿Ese cuchillo? ¿Es para el corto? ¿Vamos a filmar una escena de terror con el Queso como protagonista?” dijo Celina, que seguía en trance.
Sin responder, Carlos se lanzó sobre ella con la furia de un animal. El cuchillo cayó 46 veces en un frenesí de violencia que transformó la suite en un altar de horror. La primera puñalada atravesó el pecho de Celina, un corte profundo que rasgó músculo y hueso, haciendo que un grito agónico escapara de sus labios.
La segunda y tercera perforaron su abdomen, la sangre brotando como un río carmesí que empapó las sábanas blancas, tiñéndolas de un rojo oscuro.
Las siguientes diez puñaladas, rápidas y salvajes, destrozaron sus brazos y piernas, cada golpe acompañado por un gruñido de Bossio, su rostro salpicado de sangre, sus ojos brillando con una alegría demente.
Las puñaladas del 14 al 30 fueron más lentas, deliberadas, como si el Quesón saboreara cada corte: una en el cuello, otra en la clavícula, varias en el torso, abriendo heridas que dejaban a la vista tejidos desgarrados y órganos expuestos. La sangre salpicó los tapices cósmicos, dibujando constelaciones macabras, y las velas se apagaron una a una con un soplido invisible, como si el Uritorco llorara.
Las últimas 16 puñaladas fueron un caos descontrolado: el cuchillo entró y salió en ángulos imposibles, perforando el rostro de Celina, su pecho, sus muslos, hasta que su cuerpo era un lienzo destrozado, apenas reconocible. El suelo de madera crujía bajo el peso de la sangre, y el olor a Queso se mezclaba con el metálico de la matanza.
Cuando terminó, Bossio, jadeando, con el cuchillo goteando y su camiseta negra empapada, tiró el Queso Gruyère de 8 kilos sobre el pecho destrozado de Celina.
“Queso” dijo el asesino. Permaneció sentado cerca de una hora contemplando la escena del crimen “31 años haciendo esto, vaya, recuerdo aquel doble crimen de Caballito como si hubiera sido ayer, como apuñale a la tipeja esa que me engaño y a su mejor amiga, luego vino una prostituta, la enfermera, la abogada, la psicóloga, una lista interminable, mil quinientas minas quesoneadas, quizás esto ya este, no sé, tengo que disfrutar cada asesinato, cada Queso, como si fuera el último, ya soy un Quesón eterno, un Quesón para la eternidad” y finalmente se fue del lugar con la impunidad que gozaba desde 1994.
Al amanecer del 1 de mayo de 2025, el Hotel Estrella de Erks era un caos de sirenas y gritos. Huéspedes corrían despavoridos, empleados vomitaban en los pasillos, y el olor a Queso Emmental rancio flotaba como una maldición. La policía llegó, liderada por el Comisario Miguel, ahora radicado en las sierras. Inspeccionó la suite con una linterna, su rostro pálido al ver el cuerpo de Celina, perforado 46 veces, yaciendo bajo el Queso Gruyère de 8 kilos, cuyos agujeros parecían burlarse de él. Las huellas talla 50, marcadas en sangre y sudor, llevaban al ventanal, y el olor a Queso mareaba a los oficiales.
“No hay dudas, fue Carlos Bossio” dijo el Comisario “Sigue siendo un maestro del crimen, un Quesón Top”, pero la explicación que dio a la prensa fue muy diferente “¡Esto no es cosa de humanos, che! Mirá ese Queso, esos agujeros... ¡Es un mensaje de los Erks! Los marcianos bajaron en su nave, apuñalaron a la pobre 46 veces y dejaron este Queso Gruyère como trofeo. ¡Y ese olor a patas talla 50! Seguro usaron tecnología alienígena para imitar al Quesón. Porque, ojo, yo sé del Quesón: 31 años de crímenes, desde el 30 de abril de 1994, dejando Quesos en cuerpos destrozados. Pero esto... ¡esto es extraterrestre! ¡Caso cerrado, muchachos! Que los Dumitrescu quemen incienso y limpien esta energía podrida.”
Celina Font, la diva de Buenos Aires, quedó como una leyenda trágica. Su corto Ecos del Erks nunca vio la luz, pero en Capilla del Monte los artesanos vendían réplicas del Queso Gruyère de 8 kilos, talladas en madera y pintadas con agujeros que parecían ojos, como souvenirs macabros. En algún rincón de Córdoba, Carlos Bossio, el Quesón de 1,95 metros, acariciaba un nuevo Queso Emmental, sus pies talla 50 pisando fuerte sobre la tierra húmeda. Sus botas crujían, su cuchillo brillaba, y el Uritorco, testigo mudo, guardaba su secreto. A sus 51 años, el Quesón seguía tan vivo, tan sediento de sangre, como cuando comenzó su reinado de terror 31 años atrás. QUESO.
Carlos Bossio, ya veterano, sigue mostrando su plenitud como quesón, excelente la narración de las puñaladas, bien asignada la víctima, muy buen cuento
ResponderBorrarsi Bossio ya tiene mas de cincuenta, que siga quesoneando hasta los cien
ResponderBorrarBossio, como otros quesones, fue un apresurado, que nos dejó sin un corto, que pudo haber difundido la Fundación Dumitrescu, como la obra final de Celina Font.
ResponderBorrarMe da la impresión de que expresó el deseo desatado en el acuchillamiento de la actriz que en el sexo con ella.
Es verosímil el argumento del comisario Miguel, para encubrir. Como que Celina Font fue víctima de una abducción extrema.
las Sierras de Córdoba se convirtieron en un gran escenario de relatos quesones, y no esta nada mal, porque es un lugar muy bueno, con estas conexiones con los aliens y la presenci nazi en el hotel Eden, Carlos Bossio es un maestro de los Quesones y nos ha dado una gran cuento como siempre, Celina Font, una víctima a su medidad
ResponderBorrarCarlos Bossio ya tiene sus años, pero nunca dejará de quesonear, es el quesón eterno
ResponderBorrarse retiran los quesones? Bossio parece tener ganas de jubilarse
ResponderBorrarya huele a queso rancio Carlos Bossio
ResponderBorrarCarlos Bossio merece el QUESO de PLATINO
ResponderBorraryo hubiera cambiado, Ayos para Bossio y Font para Schattmann, igual buenos cuentos
ResponderBorrarSER QUESONEADA POR CHIQUITO BOSSIO ES UN CONCEPTO SUPERIOR DEL MUNDO QUESON
ResponderBorrarpara que siempre haya un Carlos Bossio quesoneando minas
ResponderBorrarErks debería ser la entrada al mundo paralelo donde los Relatos Quesones son una realidad concreta
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