El Asesino de Mónica Ayos
Hace algunos años atrás, cuando Mónica Ayos era aún joven, aunque algo veterana, fue a la ciudad de Córdoba a presentar un nuevo espectáculo, en el Teatro Libertador, en un rapto de clasicismo, resolvió que era el momento de incursionar en la tragedia griega, y eligió la obra “Medea”, de Eurípides.
Estaba convencida que iba a ser un éxito, y más en un contexto de provincias como Córdoba, que aunque es una ciudad importante, no cuenta con la oferta teatral de Buenos Aires, y cualquier cosa que se presente, genera expectativa y convocatoria.
Ayos alquiló un departamento en el último piso de unas torres altas, ubicadas cerca de la Terminal de Omnibus, a escasas cuadras del centro pleno de “la Docta”.
Se subió al ascensor, un moderno elevador, luego de ir al ensayo general de “Medea” , junto a ella también se subió al elevador, una señora gorda, de unos sesenta años, con dos bolsas, una llena de carnes y otra de verduras.
Era Vivi Chavez, la madre de Carlos Leonel Schattmann, un basquetbolista de la Liga Nacional, que había alcanzado un nuevo record: ser uno de los diez jugadores con más presencias en la competencia.
Pero Ayos desconocía la existencia de ese basquetbolista, y para ella, Vivi, era una gorda, una gorda que la miraba de arriba abajo, mientras parecía espiar el bolso de la actriz, donde llevaba la ropa griega, encima parecía que el ascensor era eterno, tardaba y tardaba y tardaba.
Visiblemente molesta, Ayos le dijo a Vivi: “Che gorda, que miras?”
Chavez contesto en voz alta “Estos porteños culiaos vienen aca y se creen los dueños del mundo”
“Pero señora” dijo Ayos.
“Ma que señora, me dijistes gorda, además vos culiada, vos sos la vedette esa, la que baila medio en bolas en la tele, esto es un edificio de familias, no para degeneradas como vos, hija de puta”
“No me insultes, gorda de mierda” le dijo Ayos, y en ese momento, con una reacción instintiva, le dio un sopapo a Vivi, a la gorda se le cayeron los garbanzos, el choclo, la calabaza, la mandioca, el repollo, las papas, la batata, el osobuco, la falda, la panceta y los chorizos colorados…
“Hija de puta, me tirastes el puchero, que le voy a hacer a mi Carlitos para que crezca fuerte, a el le gusta mucho el Queso, pero hoy que esta en Cordoba, va a comer puchero, cuando vuelva a la putrefacción de Buenos Aires, comerá de vuelta Queso".
La gorda comenzó a llorar, Ayos le dijo: “Mirá, abuela, yo soy Mónica Ayos, estrella internacional. Y vos, con ese carrito de verdulera, estás arruinando mi aura. ¡Sacá ese osobuco que apesta peor que un vestuario de basquet!
Vivi, agarrando el hueso de osobuco como si fuera un garrote, gritó: “¡Osobuco, dice la culiada sinvergüenza! ¡Esto es para el puchero de mi Carlitos, que es basquetbolista y hombre de verdad, no como los tilingos que te siguen!”
“¿Puchero? ¡Eso parece comida para chanchos! ¿Tu Carlitos es el que huele a Queso? ¡Qué vergüenza, vieja, dedicate a tejer escarpines y dejá de ensuciar el ascensor! ¡Tómatelas!” le dijo Ayos.
Vivi, con la furia de una madre cordobesa defendiendo el honor de su hijo, soltó el hueso y agarró el repollo con ambas manos, como si fuera una bola de demolición.
“¡Trola de lentejuelas, te voy a enseñar a respetar el puchero!” le grito Vivi a Ayos.
Lanzó el repollo con una fuerza sorprendente. Mónica, con reflejos de bailarina, lo esquivó haciendo un giro de cumbia rebajada, pero el repollo se estrelló contra la pared del ascensor, dejando un olor a verdura aplastada. Furiosa, Mónica entonces contraatacó: saco un taco de su valija y lo blande como si fuera una espada.
“¡Ahora vas a ver, bruja de mercado! ¡Te voy a redesignar la cara con un Louboutin! ¡Vieja loca, te voy a mandar al geriátrico en camilla!” dijo Ayos.
“¡Y yo te voy a cocinar en el puchero, trola culiada!” gritó Vivi “Esto no va a quedar así, vedette barata, ¡Mi Carlitos te va a hacer puré”.
“¡Decile a tu hijo que se lave los pies, que seguro deben oler a Queso podrido!”
“¿Qué pasa aca’” dijo Carlos “¿Así que huelo a Queso podrido”
“Yo, yo” empezó a balbucear Ayos.
“Esta porteña de mierda, me insulto, me golpeo, me tiro toda la comida” dijo Chavez.
“Tranquila, mamá” dijo Schattmann “anda al departamento yo me quedo con la señora Mónica Ayos”
Vivi llorando, pero con toda la comida de nuevo en la bolsa tras haberla recogido, se bajo del ascensor, dio medio vuelta y la miro en forma desafiante a Ayos.
“Ya esta, ya esta, ya esta” le dijo Carlos “anda tranquila, yo arreglo las cosas, aca”.
Ayos quedo arrinconada sobre el ascensor, mientras Schattmann la veía, con sus guantes negros, el silencio se prolongó durante varios minutos, era tan intenso que se podía cortar en el aire, como un Queso, por más duro que sea, se puede partir en dos…
No hubo palabras, hasta que pasados unos largos minutos, Carlos se sacó las zapatillas, las medias y quedó descalzo, exhibiendo sus pies talle 49…
“¿Así que huelo a Queso podrido?” le dijo el basquetbolista.
Ayos no contestó, pero al principio sintió asco e intentó taparse la nariz, pero los ojos de Carlos y el olor de los pies la tenían atrapada. Entonces, algo cambia. El olor, que debería repelerla, empezó a ejercer una extraña fascinación. Es como si el aroma de esos pies monstruosos tuviese un poder hipnótico, un magnetismo primitivo. Mónica, contra todo pronóstico, siente un cosquilleo en el estómago. Sus manos tiemblan, sus pupilas se dilatan.
Sin darse cuenta, se acerca. Los pies de Carlos, sudorosos y con un brillo casi sobrenatural, la atraen como un imán. Ella se arrodilla, primero dudando, luego con una euforia que no puede controlar. Huele los pies, y el olor, lejos de repelerla, la envuelve en una nube de frenesí. Empieza a lamer, a chupar, a besar esos dedos gigantes con una pasión que roza la locura. Es como si los pies de Carlos fueran una droga, y Mónica, una adicta en su primer viaje.
“¡Son… son una obra maestra! ¡Queso puro, Quesón! ¡Nunca sentí algo así!” dijo Ayos
“¡Eso es, nena! ¡Puro sabor cordobés, talle 49! ¡Aunque yo nací en Carmen de Patagones! ¡Soy maragato!”
El ascensor, testigo de este espectáculo surrealista, tembló como si estuviera escandalizado. Pero la cosa no terminó ahí. La pasión desatada por los pies de Carlos se transforma en un encuentro sexual dentro del ascensor, un torbellino de lentejuelas, sudor y gemidos que desafía las leyes de la física y el buen gusto. Mónica, en un estado de éxtasis, se entregó por completo.
Carlos, con la fuerza de un basquetbolista y la actitud de un conquistador, domino la situación, dándole gozo y placer mientras la penetraba con la vagina. El ascensor sube y baja sin rumbo, como si el edificio entero estuviera poseído por la locura de ese momento.
“¡Queso y gloria!” exclamaba Ayos.
“Esto es Córdoba, nena! ¡Aguantá el Queso! ¡La tierra del cuarteto!”
“Sí, la tierra de Carlitos la Mona Jiménez”
“Sí, Carlitos, pero no es Quesón, ja, ja, le decimos todos Carlitos al más grande de todos los cordobeses, pero en realidad se llama Juan Carlos, el Juan le anula la chance de ser Quesón, ja, ja, ja” río Schattmann.
“Nunca fui tan feliz cogiendo con Diego Olivera como esta noche con vos, valio la pena pelearme con tu vieja” dijo Ayos, mientras se tomaba un descanso, feliz tras el sexo “Ahora nos tomamos un fernet, en honor a los cordobeses”.
“Ja, ja, ja” río Carlos “Mi vieja es cordobesa, ja, ja, pero ya te dije nací en Carmen de Patagones y me crie en el Valle de Río Negro, pero lo mío no son el fernet, ni las manzanas, es el QUESO, el QUESO, nena, así quesonee a Jimena Barón, en un ascensor, hoy te llego el QUESO a vos”.
En ese momento, con sus guantes negros, Schattmann sacó de una mochila gigante, un cuchillo en forma de katana, y un Queso Gruyere bien gigantesco, con agujeros bien grandes y voluminosos. Sus ojos brillaban con una mezcla de pasión y venganza.
Mónica lo miró fijamente, con temor, y amagó agarrar algún disfraz de Medea, en actitud defensiva, rápida, agarró una botella de champú como arma para defenderse, pero ante ella estaba un gran asesino de mujeres...,
Carlos con un movimiento de samurái, le cortó el pescuezo con la katana. La sangre salpicó las paredes, y Mónica Ayos cayó muerta, degollada, asesinada, con una pluma todavía pegada al pelo y una expresión de "no me lo esperaba".
Carlos, en un ritual macabro, tiro el Queso Gruyere gigantesco sobre el cadáver diciendo en voz alta: “Queso”.
Con total frialdad e impunidad, Schattmann abandonó el ascensor, y regresó al departamento, su madre, contenta y eufórica, le abrió la puerta, parecía que se había olvidado de todo…
“¡Mira Carlitos! ¡Mira quienes vinieron a come el puchero!” gritó eufórica Vivi Chavez.
Schattmann no lo podía creer, ahí estaban ¡La Mona Jimenez! Y ¡Pablo Tamagnini! ¡El cantor rubio de la Konga, el que se hizo famoso por Operación Triunfo!
La Mona Jimenez empezó a cantar:
“¿Quién se ha tomado el vinooooooooooooooooo, ohhhhh, ohhhhh?”
Y Pablito empezó con “Tú y yo, Pasamos de ser todo a nada, De comernos con la mirada, Y ahora estamos frente a frente y ni siquiera puedes mirarme a la cara, Vivíamos de boca a boca, Los labios no querían soltarse, Y ahora aquí en el mismo cuarto no podemos respirar el mismo aire”
Eufórica, entonada con unos cuantos Fernet, Vivi Chavez, grito “Y no nos olvidemos del Potro” y todos juntos cantaron
“Soy cordobés, me gusta el vino y la joda
Y lo tomo sin soda porque así pega más, pega más, pega más
Soy cordobés y me gustan los bailes
Me siento en el aire si tengo que cantar
De la ciudad de las mujeres más lindas
Del Fernet, de la birra, madrugada sin par
Soy cordobés y ando sin documento
Porque llevo el acento de Córdoba Capital”
Y así entre puchero, fernet y cuartetazo disfrutaron de una inolvidable noche de verano en “La Docta”.
Cuando se fueron los invitados, no quedaban rastros de Ayos en el ascensor, estaba todo limpio y ordenado…
Vivi parecía haberse olvidado de todo, pero de repente, le dijo a Carlos:
“Nene, ¿Y la novia esa que tenes, Luciana De Barba?”
“Esta bien, en Buenos Aires, ya va a venir aca, mama”
“Cuidala nene, y si alguien la tiene que quesonear, hacelo vos, nene, que no te sorprenda otro Carlos, míralo a tu amiguito, el Carlitos Mati Sandes, casi le quesonean a la jermu, ja, ja, y aca en Córdoba, nació el más grande de todos los Quesones, el gran Carlos Bossio, ja, ja, ja”
“Si, hasta yo me ofrecí a quesonear a Maru Sandes, ja, ja, ja, y Carlos Bossio es un ídolo, pero yo ya tengo mucho Queso encima, ja, ja, anda que envidiarle, ja, ja, bueno, jala la marrana, nos hemos divertido mucho, vamos a dormir”
#Sí, a dormir, ja, ja, ja” dijo Chavez “Y mañana nos vamos a pasar el día a Carlos Paz, ciudad de Quesones por excelencia”
“Tenes razón” dijo Carlos Leonel Schattmann y agregó “Queso”.
Y así, al ritmo del cuartetazo y a puro fernet, termina nuestra historia. QUESO
ja ja ja ja me cague de risa con la vieja de Schattmann y el pucherazo
ResponderBorrarEste quesón tal vez sea uno de los mejores en ser letales. Pero tal vez haya sido un tanto apresurado. Habría sido interesante esa obra de Medea con Mónica Ayos, tal vez con lentejuelas en lugar de plepo griego.
ResponderBorrarPero tuvo la mala suerte de encontrarse con Vivi Chaves, la madre de este Carlos. Y se produjo esa discusión. Que derivó en el quesoneamiento de Mónica Ayos.
No pido que que quesonee a Luciana de Barba, quien podría ser una novia cómplice. Dicho de paso, no me gustó lo de que Maru Sandes fue quesoneada.
No estaría mal Medea, protagonizada por una quesona, quesoneado en Jasón en escena.
gran fiesta de cuartetazo y puchero, aunque el queso no estuvo ausente
ResponderBorraresta bien Schattmann como quesón, siempre es digno y muy competente, comete buenos asesinatos, aunque se lo subestima, este no fue la excepcion, me gusto el cuento, tiene el delirio propio de los quesones
ResponderBorrarle gusta matar minas en los ascensores a Schattmann y la vieja, que gran complice de los quesones, Ayos, una boluda
ResponderBorrarbuena mina Ayos, Sandes o Bossio hubieran sido buenos quesones, pero Schattmann lo hizo muy bien, demasiado bien
ResponderBorrarotra aparición de Pablo Tamagnini, ya personaje algo recurrente de los Relatos Cordobeses
ResponderBorrarlos otros Quesones siempre lo tienen de menos a Schattmann y el tipo siempre comete buenos asesinatos, Ayos era una víctima a su altura
ResponderBorrarsi bien Ayos merecía el queso, quizás era para hacerlo en una cama, lo del ascensor es algo muy salvaje, aunque los demás quesones no lo practican (sí, Schattmann que ya asesino asi a Jimena Barón)
ResponderBorrarsi me invita la mama de Schattmann, yo acepto un buen puchero
ResponderBorrarel queson que quesonea en un ascensor
ResponderBorrary que come puchero con queso
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