La asesina de Juan Pedro (el Pipa) Gutiérrez #QUESO
El basquetbolista Juan Pedro “Pipa” Gutierrez, de 2,04 metros de altura y cincuenta de calzado es el protagonista de este relato. Estaba participando de una fiesta de disfraces con un traje de Conde Drácula. El disfraz fue furor en la fiesta y lo eligieron como el mejor de la misma.
Era una fiesta multitudinaria donde asistieron más de 600 personas. Dicen que después de recibir el premio por el disfraz, una rubia se acercó al basquetbolista. El “Pipa” Gutierrez quedó asombrado: la chica era igual a Valeria Mazza, la top model asesinada por el basquetbolista Carlos Delfino
- Vaya, vaya, sos idéntica a…
- …a Valeria Mazza. Todos me lo dicen. Pero yo soy Ravelia Zamas, ja, ja.
- ¿En serio te llamas así?
- Claro. ¿Queres que te muestre el documento?
- No hace falta.
- Lo que sí hace falta es que me digas cuanto calzas.
- Cincuenta. Calzo cincuenta
- Me gustaría probar esos pies
- ¿Probarlos, ja, ja? Te vas a desilusionar. Huelen muy bien… a limpio. No tengo olor a Queso. Ja, ja, ja
- Me gustaría comprobarlo. Te espero en mi departamento
- Perfecto. ¿A dónde debo ir?
- Calle de la Boludez Humana n° 506 departamento “C”. Vení, pero con un Queso, de lo contrario no te dejaré entrar.
- Perfecto. Extraña imposición pero cumpliré.
Así fue como Juan “el Pipa” Gutierrez llegó al departamento de Ravelia con una enorme horma de Queso Gruyere. Entró y la chica lo recibió con una copa de champagne. El Pipa se acercó a una vitrina donde Ravelia exponía una colección de zapatos y zapatillas, todas con el nombre de algún hombre.
El Pipa se acercó a dicha colección y empezó a observar como esos nombres eran de hombres que habían sido asesinados. Estaba el de “Marcos Milinkovic”, “Alejandro Fantino”, “Cristián el Ogro Fabbiani”, “Martín Palermo”, “Iván De Pineda” y decenas, quizás más de una centena, de nombres más. El Pipa quedó asombrado y asustado al leer esos nombres y dijo:
- Estas zapatillas y zapatos… todos esos nombres… fueron asesinados y…
- …y les tiré un Queso. Soy Ravelia Zamas, la Quesona Asesina, esos zapatos y zapatillas son trofeos de mis víctimas…
- Y ahora me toca a mí…
- Por supuesto “Pipa”, caíste en la trampa.
El Pipa acababa de tomar el champagne que Ravelia le sirvió y se dio cuenta que tenía alguna especie de droga, empezó a sentir sueño y se acercó a una silla, mientras murmuraba:
- Seré Quesoneado.
Quedó desplomado de sueño. Cuando regresó en sí, estaba atado de pies y manos en una especie de camilla, mientras la Quesona tenía en sus manos una enorme espada.
- ¿Me vas a asesinar?
- Por supuesto. Pero antes cumpliré tu ultima voluntad. Decime cual es.
- Si mi destino es morir asesinado por vos, lo acepto, pero tengamos sexo.
- Lo tendremos.
- Desatame.
- No. Tendremos sexo con vos atado.
La asesina levantó la espada con una sonrisa sádica que iluminaba su rostro hermoso y demoníaco. Sus ojos brillaban con un placer enfermizo mientras observaba el terror absoluto en la mirada del Pipa Gutiérrez, que yacía desnudo y empapado en champagne sobre el suelo frío, con el Queso derretido aún pegado a su piel.—Adiós, mi querido Pipa —susurró Ravelia con voz melosa y burlona—. Ha sido un placer follarte... y ahora será un placer aún mayor matarte.

Sin prisa, como quien ejecuta un ritual sagrado, colocó la hoja afilada justo bajo la mandíbula de él, rozando apenas la piel de su cuello. El Pipa jadeaba, suplicando con los ojos, pero ella solo rio bajito. Luego, con un movimiento preciso y poderoso, descargó el primer corte: de izquierda a derecha, profundo, atravesando carne, músculo y tendones con un sonido húmedo y crujiente. La sangre brotó de inmediato en un chorro caliente y rojo, salpicando el rostro de la asesina, que cerró los ojos un instante para saborear el calor de la vida escapando.
El Pipa gorgoteó, intentando gritar, pero solo salió un burbujeo espumoso de sangre por la herida abierta. Sus manos se agitaron inútilmente, atadas aún por las esposas que ella había usado durante el sexo.
Ravelia no se detuvo. Con deleite sádico, invirtió el movimiento: ahora de derecha a izquierda, cruzando la herida anterior en una X sangrienta. La espada entró más hondo esta vez, rasgando la tráquea y rozando las vértebras. La sangre manaba a borbotones, empapando el pecho del basquetbolista, mezclándose con los restos de champagne y Queso en un charco viscoso y brillante.
Repitió el gesto una tercera vez, más lenta, disfrutando cada milímetro de acero que se hundía en la carne. Cuarta vez. Quinta. Cada corte era un acto de amor perverso para ella: sentía el temblor del cuerpo bajo la hoja, escuchaba los estertores ahogados, veía cómo los ojos del Pipa se vidriaban poco a poco mientras la vida se le escapaba. No había prisa; este era su momento favorito, el clímax verdadero de la noche.
Finalmente, con un golpe brutal y descendente, separó la cabeza del cuerpo. La espada crujió al partir la última vértebra cervical con un sonido seco, como rama rota. La cabeza de Juan “el Pipa” Gutiérrez rodó unos centímetros, los ojos aún abiertos en una expresión de horror eterno, la boca congelada en un grito silencioso.
Ravelia soltó una carcajada gutural, extasiada. Se arrodilló junto al cadáver decapitado, acariciando con ternura sádica el cuello seccionado, dejando que la sangre tibia cubriera sus dedos. Luego, con la misma precisión quirúrgica, tomó uno de los pies del basquetbolista. Lo levantó por el tobillo, admirando su tamaño 50, fuerte y atlético.—Estos pies que lamiste con tanto esmero... ahora serán míos para siempre —murmuró.
El primer corte fue en el tobillo derecho: un tajo limpio que separó el pie con un chasquido de tendones cortados. La sangre siguió brotando, aunque ya más lenta. Repitió la operación con el izquierdo, girando la hoja para que el corte fuera perfecto, sin astillas de hueso. Los pies cayeron pesadamente al suelo, aún calientes.
Satisfecha, se incorporó y tomó el trozo de Queso maduro que había usado antes. Lo levantó sobre el cadáver mutilado —el torso sin cabeza, los muñones sangrantes, los pies separados— y lo dejó caer con desprecio sobre el pecho abierto.
—#Queso —pronunció con solemnidad ritual—. Juan Pedro Gutiérrez. El “Pipa” Gutiérrez.
Era su firma, su marca indeleble. El Queso, símbolo de su locura, de su fetiche, de su identidad como La Quesona.
Acostumbrada a estos rituales macabros, Ravelia no tuvo problemas para deshacerse del cuerpo. Descuartizó el resto con meticulosidad, envolvió los trozos en plásticos, y los eliminó en lugares donde nadie los encontraría jamás.
Al día siguiente, en la vitrina secreta de su guarida —un santuario de trofeos iluminado con luz tenue—, lucían los nuevos ejemplares: las zapatillas tamaño 50 del Pipa, limpias y relucientes, colocadas como si aún las llevara un campeón; junto a ellas, embalsamada con expertos químicos, la cabeza de Juan Pedro Gutiérrez, con expresión serena ahora gracias al maquillaje mortuorio; y a los lados, los dos pies, perfectamente conservados, con las uñas pintadas de rojo sangre en un toque irónico de coquetería.
Ravelia se acercó a la vitrina, cruzada de brazos, contemplando su colección con orgullo maternal.
Rio sola en la penumbra, un sonido escalofriante y seductor a la vez.
Simplemente Ravelia. La Quesona Asesina.
Queso.












si Valeria Mazza fue decapitada por un basquetbolista, era lógico que la Quesona decapitará a uno, le toco a este pobre Pipa Gutiérrez, se lo merecía? tal vez no, pero la Quesona no perdona
ResponderBorrarbella historia de una decapitacion
ResponderBorrarle corto la cabeza y tambien los pies? terrible nuestra asesina
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