El Consultorio del Doctor Carlos Quesón #QUESO
(Post original publicado el 31 de agosto de 2021, nueva versión extendida y mejorada 2025)
Buenos Aires, julio de 1989. Acababa de asumir Carlos Menem, el país era un quilombo de hiperinflación y Australes, y en un primer piso sobre Marcelo T. de Alvear, casi esquina Rodríguez Peña, el consultorio del doctor Carlos Quesón seguía siendo el lugar donde las señoras de Recoleta y Barrio Norte iban a “revisarse”… y a algo más.
Eran las 17:40 del lunes 17 de julio cuando la última paciente del día entró al consultorio.
—Pérez, Ana Laura —dijo él con esa voz gruesa que hacía temblar a medio Sanatorio Güemes.
Ana Laura, 37 años, rubia oxigenada, vestido negro ajustado, tacos altos y perfume caro, cerró la puerta. Carlos Quesón giró la llave con un clic seco.
—Doctor, vengo porque me siento…
—Callate un segundo, muñeca —la cortó, ya sacándose el saco blanco—. Hoy no vamos a hablar de flujo.
Abrió el armario y sacó la rueda de Gruyère suizo, gigante, de casi medio metro. La dejó caer sobre el escritorio con un golpe sordo que hizo saltar los estetoscopios.
Ana Laura retrocedió.
—Carlos, boludo, ¿qué es esta pavada?
Él no contestó. Se puso unos guantes negros de cirujano, largos hasta el codo, brillosos, que crujieron cuando flexionó los dedos. Después se sentó, se sacó los mocasines y subió al escritorio esos pies tamaño 47, blancos, peludos, con un olor que pegaba como patada en los huevos: sudor de todo el día, talco y cuero fermentado. Un olor a Queso apetoso. El tufo era tan denso que picaban los ojos.
—Arrodillate, reina.
Ella abrió la boca para protestar; él abrió el cajón y sacó un cuchillo de cincuenta centímetros, hoja ancha, filo brillante, mango de asta. Lo apoyó sobre la rueda de Queso.
—Arrodillate o te abro en canal, dale.
Ana Laura se arrodilló. Quesón le agarró la nuca con la mano enguantada y le estampó la cara contra la planta del pie.
—Respirá hondo, puta. Ese es el olor del hombre que te mantuvo un año.
Le hizo oler cada dedo, le frotó el talón por la cara, le metió el dedo gordo en la boca y la obligó a chuparlo mientras lloraba.
Después la levantó del pelo, la tiró sobre el diván ginecológico, le desgarró el vestido y la penetró con violencia, mordiéndole los pezones hasta hacerlos sangrar.
—Te cogí acá cien veces y nunca te quejaste, ¿te acordás? Ahora vas a morir en el mismo lugar.
Cuando terminó, se corrió adentro, se subió el cierre y tomó el cuchillo con las dos manos enguantadas de negro.
Ana Laura intentó arrastrarse.
—Carlos, por favor…
Él levantó la hoja.
— Te daré tantas puñaldas como agujeros tiene ese Queso —dijo—. Como el Gruyère.
Y empezó a clavar, lento, ceremonioso, diciendo la palabra en voz alta cada vez que la hoja entraba y salía:
¡Clac! —¡QUESO! (pecho)
¡Clac! —¡QUESO! (cuello)
¡Clac! —¡QUESO! (barriga)
¡Clac! —¡QUESO!
¡Clac! —¡QUESO!
¡Clac! —¡QUESO!
¡Clac! —¡QUESO!
¡Clac! —¡QUESO!
Y así, puñaladas y cuchillazos, uno tras otro. La sangre brotaba a chorros, empapando el diván y la alfombra persa. Ana Laura gorgoteó una vez y quedó quieta.
Carlos Quesón levantó el Queso y la tiró sobre el cadáver.
—QUESO —dijo, y sonrió.
Abrió la puerta.
La señorita Julieta —22 años, rubia, linda, recién recibida del terciario— levantó la vista.
—¿Doctor? ¿Todo bien?
—Vení un segundo, Julieta, dale
Ella entró. Vio el cuerpo, el Queso, el cuchillo chorreando. Abrió la boca para gritar.
Quesón cerró la puerta, la agarró del cuello con la mano enguantada y la apoyó contra la pared.
—Vos también hablabas de más, ¿no, Julieta?
—¡No, doctor, te juro que…!
Tres puñaladas rápidas en el corazón. Una cuarta en el cuello. Julieta se deslizó hasta el suelo, los ojos abiertos, encima del cuerpo de Ana Laura.
Carlos Quesón fue al armario, sacó otro Queso casi idéntica y la tiró sobre la secretaria.
—QUESO —repitió.
En ese preciso momento sonó el timbre. La siguiente paciente, la señora Van Hanegem, holandesa casada con un empresario del tabaco, 45 años, elegante, puntual como un reloj suizo.
Carlos Quesón limpió la hoja en la cortina, se ajustó la corbata y abrió.
—Pasá, Genoveve, justo terminé con la anterior.
La señora Van Hanegem entró, olió la sangre y el Queso, vio los dos cuerpos y el cuchillo. No alcanzó a gritar.
Carlos Quesón cerró la puerta, la tomó del brazo con guante negro y la arrastró al centro del consultorio.
—Vos también me traicionaste, Genoveve. Le contaste todo a tu marido, ¿no?
—¡Carlos, por Dios…!
La tiró al suelo, se sentó encima de ella, le levantó la pollera y la apuñaló ocho veces en el pecho y el cuello, gritando con cada estocada:
¡QUESO! ¡QUESO! ¡QUESO! ¡QUESO! ¡QUESO! ¡QUESO! ¡QUESO! ¡QUESO!
Cuando terminó, se levantó, fue al armario, sacó la tercera rueda de Gruyère y la dejó caer sobre el tercer cadáver.
—QUESO —dijo, respirando tranquilo.
Se quitó los guantes negros manchados de rojo, los tiró encima de los cuerpos, levantó el teléfono y marcó el 101 él mismo.
—¿Comisaría tercera? Habla el doctor Carlos Quesón, Marcelo T. de Alvear al mil setecientos. Acabo de asesinar a tres mujeres en mi consultorio: Ana Laura Pérez, mi secretaria Julieta y la señora Van Hanegem. A cada una le tiré su Queso encima. Vengan cuando quieran, yo los espero fumando un habano.
Colgó, prendió el habano, puso los pies encima del escritorio —todavía oliendo a sudor, sexo y sangre, a QUESO— y esperó a la policía con la misma cara de siempre.
Cuando llegaron, abrió la puerta sonriendo.
—Arresteme, sargento, y póngame cadenas. Si soy un delincuente, que me perdone Dios. Procedan.
Lo llevaron esposado mientras él tarareaba «Cambalache», «Uno», «Malevaje» y «Amablemente».
Dicen que lo juzgaron rapidito, que los peritos hablaron de “brote psicótico transitorio” y que en seis meses estaba libre, absuelto por inimputable.
Y que todavía atiende en el mismo lugar. Que no envejeció un día. Que guarda tres ruedas de Gruyère en el armario y un cuchillo de cincuenta centímetros en el cajón.
Y que cuando alguna paciente huele a traición, primero le hace oler los pies, después la coge, después le clava las ocho puñaladas gritando ¡QUESO! y por último le tira la rueda encima.
Y siempre, siempre, con esa voz grave que retumba en el consultorio lleno de sangre y Queso, dice la misma palabra antes de cerrar la puerta:
—QUESO.
NOTA DEL AUTOR
- En la primera versión (2021) el asesinato era uno solo y se efectuaba con balas y disparos, en esta nueva versión (2025) hay tres crímenes, y el asesino usa un cuchillo como arma.







que onda este relato? autobiografico tal vez? me gusta
ResponderBorrartiene que seguir la saga de "La Venganza de la Rumana" quedo inconclusa no?
ResponderBorrarYo creo que esa saga podría terminar con un ritual para revivir al nieto de Lady Dumitrescu.
BorrarLa rumana podría intentar usar un conjuro oscuro, que la podría en peligro, más que el que usar para rejuvenecer a las Saracatungas, Las Jaut math y las de Rompeportones.
Siendo detenida por Sandes. La rumana se sentiría traicionada y preguntaría con tono lastimero, porque la detuvo. Siendo la respuesta del basquebolista asesino:-Por que la amo, Lady Dumitrescu.
Y entonces se realizaría el ritual, que implica matar cruelmente a varias famosas. Como las Spices Girls o las Jenner-Kardassian.
¿Inimputable? ¿{Por qué?
ResponderBorrarya lo dije en otros comentarios, pero lo repito ahora: Quesón, sos un psicopata importante
ResponderBorrarse puso guantes en sus manos. La idea me parece buena, pero el relato seguramente lo escribiste con mucha prisa
ResponderBorrares tu historia la pusiste en los 80 pero debe haber ocurrido hace pocos años seguramente en Barcelona no en Baires decilo Quesón decilo
ResponderBorrarque raro que no la obligó a olerle los pies antes de asesinarla a balazos... y dada tu obsesión ratonesca que raro que no pusiste que le dejo más agujeros que un Queso Gruyere
ResponderBorrarno sé si alguien te ha dicho QUESOs temas ya no te quEDAM muy bien, que tu mente ya no se enROQUE, FORTalece tu mente
ResponderBorrarJajaja y a esto cómo lo llamamos? ¿SURREALISMO MAGICO?
ResponderBorrarUn texto raro. Intriga (no envejece) pero no aclara, y -otro enigma- el relator asegura que no fue el único homicidio. Algo queda rengo en la historia, pero entretenida. Me gustó en definitiva.
ResponderBorrarTendría que haberse llamado Alberto Arenas, como el del tango que citas. Muy buena tu historia, algo loca, pero, historia al fin.
ResponderBorrar¿Donde atiende? Me encanta el queso.
ResponderBorrarUna potencial víctima.
ResponderBorrarLuciana Bianchi dejó los medios, hace 10 años, para trabajar en empresas. Lo que podría haberla salvado de los crímenes quesones.
Hasta que reapareció en Confrontados, conducido por Carla Conte, una destacada quesona, recibió un Queso de Honor. Ella no puede matarla, pero puede marcarla para un quesón. Podría ser una forma de reparar que ella mató a varios Carlos.
https://www.elnueve.com.ar/2019/11/20/luciana-bianchi-del-exito-al-anonimato/
Podría ser para Carlos Kramer.
BorrarLuz Cipiotra, actriz de Socios por accidente 2, sigue viva. Se les está escapando a los quesones.
ResponderBorrarFabiana Araujo, puede escaparse a los quesones, por la edad, si se descuidan los quesones. Podría ser violada además de recibir el queso.
Todavía están para el queso
Reina Reech
Emilia Mazer
ja ja ja quizás Fabiana Araujo ya recibió su Queso, simplemente todavía no la han contado, je je
BorrarY entonces, a contarlo.
Borraresta es tu historia real Carlitos no tengo dudas
ResponderBorrareste cuento es verdadero? ahora entiendo todo
ResponderBorrarexcelente actualización, y los videitos, pero que cosa tan buena!
ResponderBorrarla versión anterior era muy buena, pero esta es superior, bien en hacerla
ResponderBorrarCARLOS QUESÓN EN LIVE ACTION!
ResponderBorrarla nueva versión esta buena, los videitos sensacionales, pero es siempre lo mismo, casi igual al médico que también esta en los cuentos, igual los videos superan todo
ResponderBorrarque manera de amasijar minas
ResponderBorrar(no importa cuando leas esto)
CARLOS QUESÓN ya esta todo dicho
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