El Cuento Quesón del Blogger Asesino #QUESO

Carlos, un joven de 24 años, tecleaba furiosamente en su pequeño departamento, iluminado solo por la luz azul de su monitor. Su blog, Cuentos Sangrientos, era su escape, su reino. Miles de lectores devoraban sus historias, donde los “Quesones” —una sociedad secreta de asesinos, todos llamados Carlos, todos atletas de cuerpos esculpidos y rostros de portada— ejecutaban a famosas con un ritual perturbador. Primero, las víctimas eran sometidas al aroma abrumador de sus enormes pies, un preludio macabro. Luego, tras el asesinato, un Queso —siempre un Queso— era arrojado sobre el cadáver, como una firma.
Esa noche, Carlos escribía un nuevo capítulo. En su historia, una estrella pop internacional, conocida por sus baladas románticas, caía en las garras de los Quesones. La escena era intensa: el Carlos asesino, con su sonrisa perfecta, acercaba su pie a la víctima, que suplicaba en vano. El blogger sonrió, satisfecho con el suspense. Subió el relato al blog y se recostó, esperando los comentarios de sus fans.
Pero así como muchas veces estaba inspirado y podía escribir ocho o nueve relatos en un mismo día, también tenía etapas sin chispa.
Carlos, alto y desgarbado, con su cabello desordenado y una camiseta manchada de salsa de Queso, miraba la pantalla en blanco de su blog Cuentos Sangrientos. Las ideas no fluían. Había devorado medio kilo de Queso Gruyere mientras intentaba escribir algo nuevo sobre los Quesones, pero nada. Sus pies, grandes y sudorosos tras un día sin moverse del sofá, descansaban sobre el piso, llenando el aire con un aroma que hasta él notaba.
Frustrado, dejó el teclado y abrió sus redes sociales. Instagram, Twitter, TikTok… comenzó a navegar sin rumbo, saltando de perfil en perfil. Al principio, eran cuentas de famosas, las típicas víctimas de sus fanfics. Pero luego, algo cambió. Empezó a seguir el rastro de chicas al azar: una barista que subía fotos de sus cafés artísticos, una estudiante de arte con selfies en museos, una runner que compartía sus rutas matutinas. No sabía por qué lo hacía; tal vez buscaba inspiración, tal vez era la soledad de la madrugada.
Carlos anotaba detalles en un cuaderno: nombres de usuario, lugares que frecuentaban, horarios. “Solo para las historias”, se decía, aunque una parte de él sentía un cosquilleo extraño al imaginarlas en sus relatos. Mientras miraba una foto de la runner en un parque, su mente vagó: ¿Y si un Quesón la acechara allí? ¿Cómo describiría el momento en que ella nota el olor de sus pies?
Semanas después, la obsesión de Carlos por rastrear perfiles en redes sociales se había convertido en una rutina febril. Su departamento, ahora lleno de envoltorios de Queso y un olor persistente a pies, era un caos de notas garabateadas con nombres, horarios y conexiones. Mientras navegaba, Carlos descubrió algo inesperado: cinco chicas, todas con vidas aparentemente comunes, tenían un secreto en común. Cada una había engañado a su novio, tejiendo una red de infidelidades que Carlos destapó como si fuera un detective de su propio fanfic.
Lorena, la estudiante de medicina, publicaba fotos estudiando en la biblioteca, pero Carlos notó mensajes subidos de tono con un compañero de clase mientras su novio, Matías, creía que estaba en turnos de hospital. Paola, la profesora de yoga, compartía mantras de paz, pero sus mensajes privados revelaban citas clandestinas con un alumno, traicionando a Marcos. Mara, la cocinera de un bistró, subía stories de sus platos, pero Carlos encontró fotos suyas en un bar con otro hombre, lejos de los ojos de Martín. Robertina, empleada de limpieza en un hotel de lujo, filtraba selfies en suites vacías, pero también mensajes subidos de tono con un huésped habitual, a espaldas de Marcelo. Y Julieta, la empleada pública, parecía dedicada a Mateo, pero sus chats nocturnos con un colega contaban otra historia.
Carlos, con un trozo de Emmental en la mano, anotaba todo en sus archivos de word, fascinado. Estas mujeres, pensó, serían perfectas para un nuevo capítulo de Cuentos Sangrientos. Imaginó a los Quesones acechándolas, sus pies grandes imponiendo un castigo olfativo antes del inevitable Queso sobre sus cuerpos.
Carlos ya no era solo un blogger. La línea entre sus fanfics y la realidad se había desdibujado. Los mensajes anónimos, las infidelidades descubiertas y el aroma omnipresente a Queso en su departamento lo habían empujado al borde. Una noche, mientras devoraba un trozo de parmesano, decidió que no sería un simple observador. Se convertiría en Carlos el Quesón, un vengador justiciero que castigaría a las cinco chicas infieles: Lorena, Paola, Mara, Robertina y Julieta.
En su mente, todo tenía sentido. Ellas habían traicionado a Matías, Marcos, Martín, Marcelo y Mateo. Él, como el líder de los Quesones de sus historias, ejecutaría la justicia. Compró guantes negros de cuero, una capa negra que encontró en una tienda de disfraces y un cuchillo de cocina con una hoja tan grande que parecía sacada de una película de terror. También seleccionó cinco Quesos, todos Gruyere, con agujeros grandes y voluminosos.
Lunes: Lorena, la estudiante de medicina
Lorena salía tarde de la facultad, agotada tras un turno en el laboratorio. Carlos la había estudiado bien: sabía que tomaba un callejón oscuro para llegar al metro. Oculto tras un contenedor, esperó. Cuando Lorena pasó, el olor de sus pies descalzos —que había frotado con botas viejas para intensificar el hedor— la hizo detenerse, confundida. “¿Qué es ese olor?”, murmuró, antes de que Carlos surgiera de las sombras, su capa ondeando.
—Esto es por Matías —susurró, acercando su pie a su rostro. Lorena retrocedió, pero el callejón no ofrecía escape. El cuchillo brilló, un corte limpio en la garganta. Ella cayó, con los ojos abiertos de terror. Carlos sacó el Queso de su mochila y lo dejó rodar sobre su cuerpo, su agujereada superficie reflejando la luz de una farola.
“Queso” dijo Carlos en voz alta al tirar el Queso y contemplando la escena del crimen. Se desvaneció en la noche antes de que alguien pasara.
Martes: Paola, la profesora de yoga
Paola cerraba su estudio de yoga a medianoche, tras una clase privada. Carlos se coló por la puerta trasera, disfrazado como un repartidor. Cuando Paola ordenaba las esterillas, él se quitó las botas, dejando que el olor invadiera el aire. Ella frunció el ceño, girándose. “¿Quién está ahí?”. Carlos, con la capa cubriendo su rostro, emergió.
—Marcos merecía lealtad —dijo, acercando su pie. Paola intentó correr, pero él fue más rápido. El cuchillo atravesó su abdomen con un movimiento preciso. Mientras ella se desangraba en el suelo de madera, Carlos colocó el Queso sobre su pecho, su aroma mezclándose con el incienso del estudio.
“Queso” dijo Carlos en voz alta al tirar el Queso y contemplando la escena del crimen. Cerró la puerta tras de sí, dejando el lugar en silencio.
Miércoles: Mara, la cocinera del bistró
Mara trabajaba hasta tarde en la cocina del bistró, preparando pedidos para el día siguiente. Carlos se escondió en el callejón trasero, donde sabía que ella salía a tirar la basura. Cuando Mara abrió la puerta, el olor de los pies de Carlos, amplificado por días sin lavarse, la golpeó. “¿Qué demonios?”, exclamó, buscando el origen. Él apareció, la capa negra como una sombra viva.
—Martín no se merecía tus mentiras —gruñó. Mara intentó gritar, pero el cuchillo cortó su voz con un tajo en el cuello. Su cuerpo se desplomó entre bolsas de basura. Carlos dejó caer el Queso, que rodó hasta detenerse contra su mano inmóvil.
“Queso” dijo Carlos en voz alta al tirar el Queso y contemplando la escena del crimen. Nadie lo vio salir, mezclado con la noche.
Jueves: Robertina, la empleada de limpieza
Robertina limpiaba una suite vacía en el hotel de lujo, tarareando. Carlos, haciéndose pasar por un huésped, había conseguido una llave maestra. Entró silenciosamente, descalzo para no alertarla. El olor de sus pies llenó la habitación, y Robertina se giró, alarmada. “¿Quién eres?”, preguntó, retrocediendo hacia la ventana. Carlos, bajo la capa, sonrió.
—Marcelo confiaba en ti —dijo, acercándose. Ella intentó alcanzar su carrito de limpieza, pero el cuchillo fue más rápido, hundiéndose en su pecho. Cayó sobre la alfombra, y el Queso aterrizó con un golpe sordo sobre su cuerpo, sus agujeros como ojos acusadores.
“Queso” dijo Carlos en voz alta al tirar el Queso y contemplando la escena del crimen. Carlos limpió la escena con toallitas desinfectantes del carrito y desapareció por el ascensor de servicio.
Viernes: Julieta, la empleada pública
Julieta caminaba por el parque cercano a su oficina, un hábito que Carlos había memorizado. La noche del viernes era tranquila, y él la esperó tras un grupo de árboles, la capa ondeando con el viento. Cuando Julieta pasó, el olor de sus pies la hizo detenerse, mirando alrededor. “¿Qué es esto?”, susurró. Carlos salió de las sombras, su cuchillo brillando bajo la luna.
—Mateo no merecía tu traición —sentenció. Julieta intentó correr, pero él la alcanzó, el cuchillo atravesando su espalda. Cayó sobre el césped, y el Queso rodó hasta detenerse junto a su rostro, su aroma mezclándose con el olor a tierra húmeda.
“Queso” dijo Carlos en voz alta al tirar el Queso y contemplando la escena del crimen. Carlos se alejó, su silueta fundiéndose con la oscuridad.
Carlos, ahora plenamente Carlos el Quesón, se regodeaba en el caos que había desatado. La ciudad estaba en vilo: los titulares gritaban sobre el “el Quesón”, y la policía, desconcertada, no tenía pistas concretas. Gracias a su obsesión por la tecnología, Carlos usaba VPNs para enmascarar su ubicación, navegando desde servidores en países lejanos. Sus huellas digitales eran fantasmas, y los guantes negros aseguraban que no dejaba rastros físicos. Se sentía intocable, un dios de su propio relato macabro.
Carlos no se conformó con la impunidad; quería ser el centro del espectáculo. Desde una cuenta anónima en X, bajo el seudónimo QuesoAsesino, comenzó a publicar mensajes crípticos que encendían las redes. El lunes, tras el asesinato de Lorena, tuiteó:
“El Queso cae donde la traición florece. ¿Quién huele la justicia esta noche?”
El mensaje, acompañado de una foto borrosa de un gruyère, se volvió viral. Los medios especulaban sobre un culto, y los usuarios debatían si era un asesino real o una campaña publicitaria retorcida.
El miércoles, tras el asesinato de Mara, subió un video corto a TikTok: una sombra con capa negra sosteniendo un Queso, con un audio distorsionado que decía: “Por Martín, por la lealtad.” La policía intentó rastrear la cuenta, pero el VPN de Carlos, saltando entre servidores en Islandia y Singapur, los despistó. Los comentarios enloquecían: algunos lo llamaban “héroe”, otros “monstruo”. Él leía cada reacción, riendo mientras devoraba un trozo de gruyère.
El viernes, tras eliminar a Julieta, Carlos fue más audaz. En Instagram, creó un perfil efímero, ElOlorDelQueso, y publicó una story: una foto de sus pies descalzos, con la leyenda “Huele a castigo. La lista no termina.” Antes de que las autoridades pudieran capturarlo, la cuenta desapareció. Los noticieros debatían sobre el “fetiche olfativo” del asesino, y Carlos se deleitaba viendo a los expertos perderse en teorías absurdas.
Para despistar aún más, Carlos hackeó una cámara de seguridad cercana al parque donde mató a Julieta y subió un clip editado a YouTube, mostrando solo su capa ondeando en la distancia. El video, titulado “El Quesón observa”, acumuló millones de visitas antes de ser eliminado. Cada publicación era un desafío, un guiño a la policía que lo hacía sentir invencible.
En su departamento, rodeado de envoltorios de Queso y el olor persistente de sus pies, Carlos planeaba su próxima serie de crímenes. Había probado el poder, y no quería parar. Sus archivos de word, detallaba una nueva lista de víctimas: no solo mujeres infieles, sino figuras públicas, todas mujeres que, según él, “habían traicionado a la especie humana”. Los Quesones, en su mente, serían una fuerza de justicia absoluta.
Cada asesinato sería más teatral: planeaba dejar pistas falsas, como notas escritas en latín o grabaciones de su voz distorsionada recitando versos sobre traición. También quería perfeccionar el “castigo olfativo”, usando aceites esenciales para intensificar el aroma de sus pies y grabar las reacciones de sus víctimas para su blog.
Carlos ya no escribía en Cuentos Sangrientos. En su lugar, planeaba un manifiesto anónimo, “El Evangelio del Quesón”, que publicaría en la dark web, invitando a otros a unirse a su causa. Imaginaba una red de “Quesones” reales, todos siguiendo su ritual, todos llamados Carlos.
El Mundo Quesón y los Quesones, los Carlos Asesinos, empezaron así a ser una realidad. Esta parte de la historia finaliza, pero es solo el comienzo de una muy grande y extensa. QUESO.
una colección de Relatos Quesones y Narraciones Quesonas (no fan fics), a través del tiempo y del espacio, con narraciones y leyendas del Mundo Quesón y de la Mitología Quesona, con galeria de imágenes generadas por CICI AI
enlaces a CUENTOS QUESONES y NARRACIONES QUESONAS
ES TU HISTORIA CARLITOS JUA JUA JUA JUA
ResponderBorrarque se cuiden las mujeres infieles, Carlitos va por ellas
ResponderBorraruna historia muy buena, que demuestra algunos deseos ocultos del autor, todos estos cuentos estan buenos, entendiendo que no son las fan fics, es otra colección, independiente de los clásicos "El Asesino de..."
ResponderBorraruna historia casi real
ResponderBorrarEl protagonista podría aliarse con Victoria "Juariu2 Braier, que sigue a las redes sociales de famosos. Podría descubir a nuevos influencers, que son víctimas potenciales.
ResponderBorrarEl Fauno