El Cuento Quesón del Sicario de los Aeropuertos #QUESO
Carlos Quesote, alias Charlie Cheeser, era un enigma envuelto en sombras y hedor. No era solo un asesino; era un ejecutor de un código retorcido, un cazador de esposas infieles que operaba en los pasillos de los aeropuertos más concurridos del mundo. Su arma preferida era un rifle de francotirador Barrett M82, su sello un Queso Gruyère gigantesco, y su ritual incluía obligar a sus víctimas a oler sus pies talla 49 antes de ejecutarlas. Pero lo que lo hacía verdaderamente aterrador era su magia: un poder inexplicable que lo volvía invisible a los ojos humanos y tecnológicos, un velo sobrenatural que manipulaba la percepción y el espacio. Nadie sabía de dónde provenía esta habilidad, pero se rumoreaba que era el resultado de un pacto oscuro, sellado en un lugar olvidado, donde el olor a Queso y la muerte se entrelazaban. Así, Charlie Cheeser se convirtió en el terror de la aviación, dejando tras de sí cuerpos aplastados y una sola palabra: “Queso”.
Río de Janeiro, Aeropuerto Internacional de Galeão, 2023
El calor del Galeão era sofocante, pero el pasillo de acceso a la terminal estaba extrañamente silencioso. Mariana Lopes, una mujer de cabello negro como ala de cuervo y ojos verdes que destellaban seducción, caminaba con paso firme. Su traición al empresario carioca que era su esposo era un secreto mal guardado. Carlos la había estudiado durante semanas, su magia permitiéndole seguirla sin ser visto, como un espectro que se deslizaba entre los vivos.
De repente, el aire se espesó, como si el tiempo se hubiera detenido. Los sonidos del aeropuerto —el murmullo de los viajeros, el zumbido de las cintas transportadoras— se apagaron. Mariana se detuvo, su corazón latiendo con fuerza. Frente a ella, materializándose como si el aire mismo lo hubiera tejido, apareció Carlos, su rostro curtido y sus ojos fríos como el acero. La magia que lo envolvía era un aura intangible, una distorsión que hacía que las cámaras parpadearan y los transeúntes desviaran la mirada sin saber por qué.
“¿Quién eres?” exclamó Mariana, su bolso cayendo al suelo con un golpe seco.
“Tu juez,” gruñó Carlos, su voz resonando con un eco que parecía venir de otro plano. Con un gesto de su mano, el pasillo se selló en una burbuja invisible; nadie podía entrar, nadie podía ver. Era su magia, un don que doblaba la realidad, convirtiéndolo en un fantasma para el mundo. “Arrodíllate,” ordenó, quitándose una bota talla 49. El hedor era insoportable, como si el mismo infierno hubiera fermentado en sus calcetines.
“¡Estás loco!” gritó Mariana, intentando correr, pero sus piernas estaban atrapadas, como si el suelo la hubiera anclado. La magia de Carlos no solo ocultaba; paralizaba, doblegaba la voluntad. “¡Por favor, no! ¿Qué es esto?” sollozó, mientras el olor la hacía toser.
“Huele,” dijo él, implacable. Ella obedeció, temblando. “¡Pagaré, haré lo que sea!” suplicó.
“Mariana Lopes, traicionaste a tu esposo,” dijo Carlos, levantando el rifle. “Cada mentira fue una deuda. Hoy la pagas.” El disparo resonó, y antes de que el cuerpo tocara el suelo, Carlos invocó su magia una vez más. Con un chasquido, un Queso Gruyère del tamaño de una rueda de tractor apareció desde las sombras, cayendo con un crujido sobre el cadáver. “Queso,” murmuró, y su figura se disolvió en el aire, dejando el pasillo desierto.
Londres, Aeropuerto de Heathrow, 2024
La niebla envolvía el Aeropuerto de Heathrow como un sudario. Victoria Harrow, una aristócrata de cabello rubio y porte altivo, avanzaba por el pasillo de acceso, su maleta Louis Vuitton rodando tras ella. Su affaire con un diplomático francés había humillado a su esposo, un lord menor. No sospechaba que Charlie Cheeser la observaba, su magia tejiendo un velo que lo hacía invisible incluso para las cámaras de seguridad más avanzadas.
El pasillo se oscureció, como si las luces titubearan bajo un hechizo. Victoria se detuvo, un escalofrío recorriéndola. “¿Qué está pasando?” murmuró, girando para encontrar a Carlos frente a ella. Su presencia era opresiva, como si el aire mismo se doblegara ante él. “¡Apártate, plebeyo!” exclamó, su voz temblando a pesar de su arrogancia.
“No soy plebeyo, Victoria. Soy tu verdugo,” dijo Carlos, su voz cortante. Con un movimiento de su mano, el pasillo se convirtió en un escenario privado, aislado por su magia. Los viajeros pasaban sin notar nada, sus mentes nubladas por el hechizo que desviaba su atención. “Arrodíllate,” ordenó, quitándose la bota. El hedor era una fuerza propia, como si su magia amplificara el olor hasta hacerlo insoportable.
“¡Esto es una locura! ¡Ayuda!” gritó Victoria, pero su voz se perdió en el vacío. Intentó moverse, pero la magia de Carlos la mantenía inmóvil, como si hilos invisibles la ataran. “¡Por favor, no me hagas daño!” suplicó, inclinándose ante el pie oloroso, lágrimas corriendo por su rostro.
“Juraste lealtad y la rompiste,” dijo Carlos, levantando el rifle. “El amor es un contrato, y lo traicionaste.” Ella sollozó, intentando arrastrarse. “¡Puedo cambiar, lo juro!” El disparo cortó su súplica, y el Queso Gruyère, convocado por un gesto de Carlos, aplastó su cuerpo con un golpe sordo. “Queso,” susurró, y su magia lo desvaneció en la niebla.
Nueva York, Aeropuerto JFK, 2024
El caos del JFK era el lienzo perfecto para Charlie Cheeser. Lauren Baxter, una modelo de belleza cegadora, caminaba por el pasillo de acceso, ignorante de que su affaire con un fotógrafo había sellado su destino. Carlos la seguía, su magia envolviéndolo como un manto, haciendo que las multitudes lo ignoraran y las cámaras grabaran solo estática.
El pasillo se volvió silencioso, el bullicio apagado por el hechizo de Carlos. Lauren se detuvo, su instinto alertándola. “¿Qué…?” murmuró, girando para encontrar a Carlos, su rifle brillando bajo las luces. “¡Dios mío, quién eres!” chilló, retrocediendo contra la pared.“
Charlie Cheeser,” dijo, su voz como un cuchillo. Con un chasquido, selló el pasillo en una burbuja de irrealidad, donde solo existían él y su víctima. “Arrodíllate.” La magia la forzó al suelo, sus piernas temblando. Él se quitó la bota, y el olor la hizo gritar. “¡No, esto es una pesadilla!” sollozó, cubriéndose la nariz.
“Huele,” ordenó. Ella obedeció, gimiendo. “¿Por qué yo? ¡No he hecho nada!” mintió, su voz quebrándose.
“No mientas, Lauren,” dijo Carlos, ajustando el rifle. “Traicionaste a tu esposo por un fotógrafo. La belleza no excusa la traición.” Ella intentó gatear, suplicando: “¡Te daré dinero, lo que quieras!” Pero el disparo fue implacable, y el Queso Gruyère, invocado desde el éter, aplastó su cuerpo. “Queso,” dijo, y se desvaneció.
Dubái, Aeropuerto Internacional, 2024
El lujo del Aeropuerto Internacional de Dubái no detuvo a Charlie Cheeser. Aisha Al-Mansoori, una empresaria de belleza deslumbrante, caminaba por el pasillo, su traición a un jeque oculta tras su sonrisa perfecta. Carlos la esperaba, su magia distorsionando el espacio a su alrededor, haciendo que los guardias miraran hacia otro lado.
El pasillo se oscureció, las luces parpadeando bajo el peso de su hechizo. Aisha se detuvo, su bolso Hermès cayendo. “¡Quién eres tú!” exclamó, enfrentándose a Carlos. “¡Seguridad!”
“Nadie te oye,” dijo él, su rifle en mano. Con un gesto, el pasillo se convirtió en un escenario aislado, su magia bloqueando el mundo exterior. “Arrodíllate.” Ella intentó resistir, pero la fuerza invisible la obligó a obedecer. Él se quitó la bota, y el hedor la hizo gritar. “¡Esto es inhumano! ¡Para!”
“Huele,” ordenó. Ella, llorando, obedeció. “¡Pagaré lo que sea!” suplicó.
“Traicionaste a tu esposo, Aisha,” dijo Carlos. “El desierto no perdona, y yo tampoco.” El disparo resonó, y el Queso Gruyère rodó, aplastándola. “Queso,” murmuró, y se desvaneció.
Sydney, Aeropuerto Internacional de Kingsford Smith, 2025
Emily Carter, una actriz australiana, caminaba por el pasillo de acceso, su affaire con un productor destrozando a su esposo político. Carlos la interceptó, su magia apagando el bullicio del aeropuerto. El pasillo se volvió un túnel de silencio, y Emily giró, horrorizada al verlo. “¡No te acerques!” gritó.
“Es demasiado tarde,” dijo Carlos, su voz resonando con poder. Con un chasquido, aisló el pasillo, su magia doblegando la realidad. “Arrodíllate.” Ella cayó al suelo, atrapada por el hechizo. Él se quitó la bota, y el olor la hizo gritar. “¡Por Dios, no! ¡Ayúdeme!”
“Traicionaste a tu esposo, Emily,” dijo, levantando el rifle. “La traición es un veneno, y yo soy la cura.” Ella sollozó, suplicando: “¡Dame una oportunidad!” El disparo cortó su voz, y el Queso cayó. “Queso,” susurró Carlos, y desapareció.
La leyenda de Charlie Cheeser se extendió como un incendio. Su magia, un misterio que desafiaba la lógica, lo convertía en un espectro imparable. Los aeropuertos se llenaron de miedo, las mujeres hermosas evitaban los pasillos, temiendo el hedor y el Queso. Las autoridades, ciegas ante su poder, no hallaban rastro. ¿Era un hombre, un demonio, un dios vengador? Nadie lo sabía. Pero en algún aeropuerto, Carlos Quesote aguardaba, su magia lista para envolver a su próxima víctima, su rifle preparado, y su palabra final resonando: “Queso”
El final quedó abierto, como los pasillos de los aeropuertos, donde el eco de Charlie Cheeser y su magia aún acechaba, esperando el próximo acto de su justicia retorcida.
Río de Janeiro, Aeropuerto Internacional de Galeão, 2023
El calor del Galeão era sofocante, pero el pasillo de acceso a la terminal estaba extrañamente silencioso. Mariana Lopes, una mujer de cabello negro como ala de cuervo y ojos verdes que destellaban seducción, caminaba con paso firme. Su traición al empresario carioca que era su esposo era un secreto mal guardado. Carlos la había estudiado durante semanas, su magia permitiéndole seguirla sin ser visto, como un espectro que se deslizaba entre los vivos.
De repente, el aire se espesó, como si el tiempo se hubiera detenido. Los sonidos del aeropuerto —el murmullo de los viajeros, el zumbido de las cintas transportadoras— se apagaron. Mariana se detuvo, su corazón latiendo con fuerza. Frente a ella, materializándose como si el aire mismo lo hubiera tejido, apareció Carlos, su rostro curtido y sus ojos fríos como el acero. La magia que lo envolvía era un aura intangible, una distorsión que hacía que las cámaras parpadearan y los transeúntes desviaran la mirada sin saber por qué.
“¿Quién eres?” exclamó Mariana, su bolso cayendo al suelo con un golpe seco.
“Tu juez,” gruñó Carlos, su voz resonando con un eco que parecía venir de otro plano. Con un gesto de su mano, el pasillo se selló en una burbuja invisible; nadie podía entrar, nadie podía ver. Era su magia, un don que doblaba la realidad, convirtiéndolo en un fantasma para el mundo. “Arrodíllate,” ordenó, quitándose una bota talla 49. El hedor era insoportable, como si el mismo infierno hubiera fermentado en sus calcetines.
“¡Estás loco!” gritó Mariana, intentando correr, pero sus piernas estaban atrapadas, como si el suelo la hubiera anclado. La magia de Carlos no solo ocultaba; paralizaba, doblegaba la voluntad. “¡Por favor, no! ¿Qué es esto?” sollozó, mientras el olor la hacía toser.
“Huele,” dijo él, implacable. Ella obedeció, temblando. “¡Pagaré, haré lo que sea!” suplicó.
“Mariana Lopes, traicionaste a tu esposo,” dijo Carlos, levantando el rifle. “Cada mentira fue una deuda. Hoy la pagas.” El disparo resonó, y antes de que el cuerpo tocara el suelo, Carlos invocó su magia una vez más. Con un chasquido, un Queso Gruyère del tamaño de una rueda de tractor apareció desde las sombras, cayendo con un crujido sobre el cadáver. “Queso,” murmuró, y su figura se disolvió en el aire, dejando el pasillo desierto.
Londres, Aeropuerto de Heathrow, 2024
La niebla envolvía el Aeropuerto de Heathrow como un sudario. Victoria Harrow, una aristócrata de cabello rubio y porte altivo, avanzaba por el pasillo de acceso, su maleta Louis Vuitton rodando tras ella. Su affaire con un diplomático francés había humillado a su esposo, un lord menor. No sospechaba que Charlie Cheeser la observaba, su magia tejiendo un velo que lo hacía invisible incluso para las cámaras de seguridad más avanzadas.
El pasillo se oscureció, como si las luces titubearan bajo un hechizo. Victoria se detuvo, un escalofrío recorriéndola. “¿Qué está pasando?” murmuró, girando para encontrar a Carlos frente a ella. Su presencia era opresiva, como si el aire mismo se doblegara ante él. “¡Apártate, plebeyo!” exclamó, su voz temblando a pesar de su arrogancia.
“No soy plebeyo, Victoria. Soy tu verdugo,” dijo Carlos, su voz cortante. Con un movimiento de su mano, el pasillo se convirtió en un escenario privado, aislado por su magia. Los viajeros pasaban sin notar nada, sus mentes nubladas por el hechizo que desviaba su atención. “Arrodíllate,” ordenó, quitándose la bota. El hedor era una fuerza propia, como si su magia amplificara el olor hasta hacerlo insoportable.
“¡Esto es una locura! ¡Ayuda!” gritó Victoria, pero su voz se perdió en el vacío. Intentó moverse, pero la magia de Carlos la mantenía inmóvil, como si hilos invisibles la ataran. “¡Por favor, no me hagas daño!” suplicó, inclinándose ante el pie oloroso, lágrimas corriendo por su rostro.
“Juraste lealtad y la rompiste,” dijo Carlos, levantando el rifle. “El amor es un contrato, y lo traicionaste.” Ella sollozó, intentando arrastrarse. “¡Puedo cambiar, lo juro!” El disparo cortó su súplica, y el Queso Gruyère, convocado por un gesto de Carlos, aplastó su cuerpo con un golpe sordo. “Queso,” susurró, y su magia lo desvaneció en la niebla.
Nueva York, Aeropuerto JFK, 2024
El caos del JFK era el lienzo perfecto para Charlie Cheeser. Lauren Baxter, una modelo de belleza cegadora, caminaba por el pasillo de acceso, ignorante de que su affaire con un fotógrafo había sellado su destino. Carlos la seguía, su magia envolviéndolo como un manto, haciendo que las multitudes lo ignoraran y las cámaras grabaran solo estática.
El pasillo se volvió silencioso, el bullicio apagado por el hechizo de Carlos. Lauren se detuvo, su instinto alertándola. “¿Qué…?” murmuró, girando para encontrar a Carlos, su rifle brillando bajo las luces. “¡Dios mío, quién eres!” chilló, retrocediendo contra la pared.“
Charlie Cheeser,” dijo, su voz como un cuchillo. Con un chasquido, selló el pasillo en una burbuja de irrealidad, donde solo existían él y su víctima. “Arrodíllate.” La magia la forzó al suelo, sus piernas temblando. Él se quitó la bota, y el olor la hizo gritar. “¡No, esto es una pesadilla!” sollozó, cubriéndose la nariz.
“Huele,” ordenó. Ella obedeció, gimiendo. “¿Por qué yo? ¡No he hecho nada!” mintió, su voz quebrándose.
“No mientas, Lauren,” dijo Carlos, ajustando el rifle. “Traicionaste a tu esposo por un fotógrafo. La belleza no excusa la traición.” Ella intentó gatear, suplicando: “¡Te daré dinero, lo que quieras!” Pero el disparo fue implacable, y el Queso Gruyère, invocado desde el éter, aplastó su cuerpo. “Queso,” dijo, y se desvaneció.
Dubái, Aeropuerto Internacional, 2024
El lujo del Aeropuerto Internacional de Dubái no detuvo a Charlie Cheeser. Aisha Al-Mansoori, una empresaria de belleza deslumbrante, caminaba por el pasillo, su traición a un jeque oculta tras su sonrisa perfecta. Carlos la esperaba, su magia distorsionando el espacio a su alrededor, haciendo que los guardias miraran hacia otro lado.
El pasillo se oscureció, las luces parpadeando bajo el peso de su hechizo. Aisha se detuvo, su bolso Hermès cayendo. “¡Quién eres tú!” exclamó, enfrentándose a Carlos. “¡Seguridad!”
“Nadie te oye,” dijo él, su rifle en mano. Con un gesto, el pasillo se convirtió en un escenario aislado, su magia bloqueando el mundo exterior. “Arrodíllate.” Ella intentó resistir, pero la fuerza invisible la obligó a obedecer. Él se quitó la bota, y el hedor la hizo gritar. “¡Esto es inhumano! ¡Para!”
“Huele,” ordenó. Ella, llorando, obedeció. “¡Pagaré lo que sea!” suplicó.
“Traicionaste a tu esposo, Aisha,” dijo Carlos. “El desierto no perdona, y yo tampoco.” El disparo resonó, y el Queso Gruyère rodó, aplastándola. “Queso,” murmuró, y se desvaneció.
Sydney, Aeropuerto Internacional de Kingsford Smith, 2025
Emily Carter, una actriz australiana, caminaba por el pasillo de acceso, su affaire con un productor destrozando a su esposo político. Carlos la interceptó, su magia apagando el bullicio del aeropuerto. El pasillo se volvió un túnel de silencio, y Emily giró, horrorizada al verlo. “¡No te acerques!” gritó.
“Es demasiado tarde,” dijo Carlos, su voz resonando con poder. Con un chasquido, aisló el pasillo, su magia doblegando la realidad. “Arrodíllate.” Ella cayó al suelo, atrapada por el hechizo. Él se quitó la bota, y el olor la hizo gritar. “¡Por Dios, no! ¡Ayúdeme!”
“Traicionaste a tu esposo, Emily,” dijo, levantando el rifle. “La traición es un veneno, y yo soy la cura.” Ella sollozó, suplicando: “¡Dame una oportunidad!” El disparo cortó su voz, y el Queso cayó. “Queso,” susurró Carlos, y desapareció.
La leyenda de Charlie Cheeser se extendió como un incendio. Su magia, un misterio que desafiaba la lógica, lo convertía en un espectro imparable. Los aeropuertos se llenaron de miedo, las mujeres hermosas evitaban los pasillos, temiendo el hedor y el Queso. Las autoridades, ciegas ante su poder, no hallaban rastro. ¿Era un hombre, un demonio, un dios vengador? Nadie lo sabía. Pero en algún aeropuerto, Carlos Quesote aguardaba, su magia lista para envolver a su próxima víctima, su rifle preparado, y su palabra final resonando: “Queso”
El final quedó abierto, como los pasillos de los aeropuertos, donde el eco de Charlie Cheeser y su magia aún acechaba, esperando el próximo acto de su justicia retorcida.
una colección de Relatos Quesones y Narraciones Quesonas (no fan fics), a través del tiempo y del espacio, con narraciones y leyendas del Mundo Quesón y de la Mitología Quesona, con galeria de imágenes generadas por CICI AI
enlaces a CUENTOS QUESONES y NARRACIONES QUESONAS
la magia la habrá otorgado Dumitrescu?
ResponderBorrarademás de mago hay que ser millonario para ir de aeropuerto en aeropuerto y no me refiero a ser hincha de River claro (como el autor del blog)
ResponderBorrarun queson de los trenes, ahora uno de los aeropuertos, y el de los barcos? debería sumarse el Cuento del Marinero Quesón
ResponderBorrares un poco repetitivo pero los asesinos seriales repiten conductas, o sea que por ese lado está bien, lo que no está claro (o a mí no me queda claro) es si mata por dinero o por placer
ResponderBorrarUn tanto conservador este Carlos pero cuando no tienen motivos, los inventan.
ResponderBorrarLástima que no les tocó ni un pelo.
un Charlie Reich aeroportuario
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