El Cuento Quesón de la Era del Hielo #QUESO
En los vastos y desolados campos de la Era del Hielo, donde el viento cortaba como cuchillos de pedernal y la nieve se apilaba en dunas interminables, los Quesones imponían su reinado de terror. Esta tribu de salvajes, envueltos en pieles de lobo apelmazadas por el hielo y con rostros tatuados con cenizas negras, adoraba el Queso podrido como un dios grotesco y la sangre como su ofrenda suprema. Entre ellos, Carlos era una sombra temida: un asesino de mujeres, un hombre de hombros anchos, cabello enredado como raíces congeladas y ojos vacíos como cavernas de hielo. Su espada de obsidiana, dentada y manchada de sangre seca, parecía susurrar con cada movimiento, y su risa era un eco gutural que hacía temblar a los vivos. Sus botas, enormes y apestosas, dejaban un hedor que incluso el viento helado no podía borrar. Carlos no mataba por supervivencia, sino por un placer enfermizo, un deleite en el crujir de los huesos y el último aliento de sus víctimas.
En una aldea lejana, los Hijos de la Nieve protegían a la Princesa Xana, una joven de belleza frágil, con cabellos plateados que brillaban como escarcha bajo la luna y ojos que atrapaban el fulgor de las auroras boreales. Pero Xana era una figura trágica, marcada por la torpeza. Creyendo entender los susurros de los espíritus del hielo, había desatado guerras entre tribus y condenado aldeas al hambre, sus errores nacidos de ignorancia más que de malicia. Los espíritus, entidades etéreas que danzaban en las ventiscas y se reflejaban en los lagos congelados, eran antiguos guardianes de la tundra. Se manifestaban como siluetas translúcidas, con rostros de contornos difusos y voces que resonaban como el crujido del hielo al romperse. Sus susurros, cargados de presagios, guiaban a los sabios, pero Xana, en su inocencia, los había malinterpretado, desencadenando la ira de los Quesones. Junto a ella, sus doncellas, Coxa y Tuxa, la seguían con devoción: Coxa, de piel bronceada, cabello trenzado y mirada feroz como un lince; Tuxa, menuda, con voz suave pero manos hábiles para tejer trampas. Ambas creían en los espíritus, pero temían su furia.
Carlos, con su espada al cinto y un odio que le quemaba el pecho, juró erradicar a Xana y sus doncellas. "Que los espíritus del hielo se ahoguen en su propia nieve", gruñó, mientras los Quesones golpeaban tambores de piel de mamut, sus cánticos resonando como un lamento fúnebre. En su cinto, llevaba tres Quesos apestosos, hinchados como cadáveres y apestando a podredumbre, listos para sellar cada muerte. Los espíritus, al sentir su intención, agitaron las ventiscas, haciendo que la nieve girara en remolinos furiosos, como si intentaran advertir a Xana. La persecución comenzó al alba, cuando el sol era una herida pálida en el horizonte. Xana, alertada por un sueño donde los espíritus le mostraban un charco de sangre sobre el hielo, huyó con Coxa y Tuxa, sus pasos dejando huellas frágiles que el viento intentaba borrar.
Carlos rastreó su rastro con una paciencia inhumana, sus botas crujiendo en la nieve endurecida. Los espíritus del hielo, furiosos, intentaron detenerlo: el viento le azotaba el rostro, formando rostros etéreos que gritaban su nombre, y el hielo bajo sus pies crujía como si estuviera vivo. Pero Carlos, ciego a sus advertencias, seguía adelante. El primer encuentro ocurrió en un desfiladero angosto, flanqueado por paredes de hielo que brillaban como espejos rotos. Coxa, separada de las otras, intentó emboscarlo, su lanza tallada en hueso de mamut temblando en sus manos. Los espíritus se arremolinaron a su alrededor, sus formas translúcidas destellando en la nieve, susurrándole que huyera. Pero Carlos apareció, su silueta oscura recortada contra el cielo gris. "Coxa", dijo, su voz como el rugido de un glaciar, "los espíritus no te salvarán". Ella cargó con un grito, pero Carlos la derribó con un golpe brutal, haciéndola caer de rodillas. Con una sonrisa torcida, plantó sus pies gigantes y olorosos sobre el rostro de Coxa, el hedor fétido de sus botas haciéndola jadear de asco. Los espíritus aullaron, formando un torbellino de nieve que cegó el desfiladero, pero Carlos alzó su espada y la hundió en el pecho de Coxa, su sangre salpicando el hielo como pétalos rojos. Con desprecio, arrojó un Queso podrido sobre su cadáver, que rodó hasta una grieta, donde los espíritus lo envolvieron en un lamento que resonó como un trueno lejano.
Días después, en una llanura azotada por ventiscas, Carlos alcanzó a Tuxa. La doncella, agotada tras proteger a Xana, tropezó en una duna de nieve, su capa rasgada por las espinas de hielo. Los espíritus del hielo, ahora más furiosos, formaron figuras danzantes en la tormenta, sus rostros etéreos mostrando colmillos de escarcha y ojos que brillaban como brasas azules. Susurraron a Tuxa que corriera, pero Carlos fue más rápido, atrapándola junto a un arroyo congelado, donde el hielo reflejaba su rostro aterrorizado. "Tuxa", gruñó, "tu fe en los espíritus es inútil". La obligó a arrodillarse, presionando sus pies fétidos contra su rostro, el olor nauseabundo haciéndola toser y suplicar. Los espíritus rugieron, haciendo temblar el hielo, pero Carlos alzó su espada y la atravesó con un tajo limpio, su sangre formando un charco que se filtró en el arroyo congelado. Sobre el cadáver, lanzó otro Queso, que rebotó con un sonido húmedo antes de hundirse en la nieve. Los espíritus, enfurecidos, formaron un remolino que arrancó mechones de cabello de Carlos, pero él se limitó a reír, desafiándolos.
Xana, ahora sola, corrió hasta que sus fuerzas se desvanecieron. En un claro rodeado de colinas heladas, junto a un lago congelado que brillaba como un espejo roto, Carlos la acorraló. La princesa, demacrada, con los labios agrietados y la piel pálida como la muerte, cayó de rodillas, su aliento formando nubes en el aire gélido. Los espíritus del hielo se alzaron a su alrededor, sus formas ahora más nítidas, con rostros angulosos y dedos largos como carámbanos. Sus voces, un coro de lamentos, resonaban en el claro, suplicando por la vida de Xana. Carlos se alzó sobre ella, sus botas crujiendo en la nieve. "Xana", dijo, su voz cargada de desprecio, "tu ignorancia mató a muchos. Ahora, el hielo beberá tu sangre". La obligó a hundir el rostro en la nieve, sus pies gigantes y apestosos aplastándola con humillación. Xana alzó la vista, sus ojos brillando con un desafío roto. "El hielo no olvida, asesino", susurró, mientras los espíritus formaban un círculo a su alrededor, sus siluetas destellando como relámpagos en la tormenta.
Con un rugido salvaje, Carlos desenvainó su espada y la hundió en el pecho de Xana, el crujido de sus costillas resonando como un trueno. La princesa se desplomó, su sangre formando un charco escarlata que se filtró en el hielo, tiñéndolo de un rojo profundo. Los espíritus gritaron, un sonido que hizo temblar las colinas, y el lago crujió como si estuviera a punto de romperse. Carlos, imperturbable, tomó el último Queso, hinchado y apestoso, y lo arrojó con fuerza sobre el cadáver de Xana, donde reventó con un sonido grotesco, esparciendo su podredumbre. El viento se alzó en un torbellino furioso, y los espíritus, ahora visibles como figuras de hielo con rostros de furia, intentaron alcanzarlo, sus dedos etéreos rozando su piel. Pero Carlos, riendo, se alejó, desafiando su ira.
Regresó a la tribu de los Quesones como un héroe, su espada goteando sangre y sus botas dejando un rastro de hedor. Los tambores retumbaron, y los Quesos fueron elevados en un altar de huesos, mientras los cánticos celebraban la masacre. Desde entonces, cada año, a la misma hora, un hombre llamado Carlos debe repetir el ritual: asesinar a una mujer, someterla bajo sus pies fétidos, apuñalarla con una espada y arrojar un Queso podrido sobre su cuerpo, en honor a la senda sangrienta del primer Carlos. La tribu danza bajo la luna, ofreciendo Quesos apestosos a los espíritus, creyendo que así los apaciguan. Pero en las noches más frías, los Hijos de la Nieve juran que los espíritus de Xana, Coxa y Tuxa vagan por la tundra, sus formas etéreas brillando en la nieve, sus voces susurrando venganza. A veces, en los lagos congelados, se ven sus rostros reflejados, y el hielo cruje como si estuviera vivo, esperando el momento de reclamar a los Quesones.
Y los espíritus del hielo, guardianes eternos de la tundra, nunca olvidan.
una colección de Relatos Quesones y Narraciones Quesonas (no fan fics), a través del tiempo y del espacio, con narraciones y leyendas del Mundo Quesón y de la Mitología Quesona, con galeria de imágenes generadas por CICI AI
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me encantan estos cuentos, aunque no tienen sexo, pero sí mucho queso, y este rubio grandote y patón aparece en todos lados, ja, ja, modelo de quesón
ResponderBorrarsería como una saga de cuentos quesones para niños estos relatos no?
ResponderBorrarCHE EL QUESON ES HE-MAN
ResponderBorraren la era del hielo los quesos aguantaban bien las temperaturas, siempre los tenían frescos, por eso los quesones ya existían ahí
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