El Asesino de Ana Arto

El Gran Salón del Hotel Ritz de Madrid destilaba lujo y opulencia, con sus lámparas de cristal y el aroma a jazmín flotando en el aire. Carlos Alcaraz, el gran tenista español, estaba sentado en un sillón de cuero, masticando con satisfacción cubos de Queso Gruyere. Sus ojos brillaban al admirar la cremosidad del Queso. “Qué delicia este Queso, coño”, dijo en voz alta, mientras acariciaba con la mirada una espada ornamental, una réplica de la Tizona del Cid, que reposaba sobre la mesa como un talismán. A Carlos le encantaban las espadas como esa. El eco de unos tacones irrumpió en el salón. Ana Arto, la modelo de melena azabache y mirada magnética, entró al salón con un vestido rojo que parecía desafiar las leyes de la física. “¡Carlos! ¡Carlos! ¡Carlos!”, exclamó, pronunciando su nombre con una intensidad que resonó en las paredes. “¡Carlos, qué destino encontrarte aquí!”. Sin esperar invitación, se sentó a su lado, su perfume envolviéndolo como una red. “¿Te conozco?”, pr...