El Asesino de Ana Arto
El Gran Salón del Hotel Ritz de Madrid destilaba lujo y opulencia, con sus lámparas de cristal y el aroma a jazmín flotando en el aire. Carlos Alcaraz, el gran tenista español, estaba sentado en un sillón de cuero, masticando con satisfacción cubos de Queso Gruyere. Sus ojos brillaban al admirar la cremosidad del Queso. “Qué delicia este Queso, coño”, dijo en voz alta, mientras acariciaba con la mirada una espada ornamental, una réplica de la Tizona del Cid, que reposaba sobre la mesa como un talismán. A Carlos le encantaban las espadas como esa.
El eco de unos tacones irrumpió en el salón. Ana Arto, la modelo de melena azabache y mirada magnética, entró al salón con un vestido rojo que parecía desafiar las leyes de la física. “¡Carlos! ¡Carlos! ¡Carlos!”, exclamó, pronunciando su nombre con una intensidad que resonó en las paredes. “¡Carlos, qué destino encontrarte aquí!”. Sin esperar invitación, se sentó a su lado, su perfume envolviéndolo como una red.
“¿Te conozco?”, preguntó Carlos, dejando el cuchillo del Gruyere con cautela. Ana sonrió, inclinándose hacia él. “No todavía, Carlos, pero siento que ya eres mío, Carlos… íntimamente”. La palabra “íntimamente” salió como un dardo, y Carlos, aunque curtido en la presión de las canchas, sintió un cosquilleo en la nuca.
Ana no se detuvo. “Carlos, te he imaginado en cada pasarela, Carlos, te veo en cada sueño… siempre tú, Carlos, Carlos, Carlos”. Cada “Carlos” era un grito teatral, como si quisiera que todo Madrid lo oyera.
De fondo, desde un gramófono antiguo en una esquina del salón, comenzó a sonar “Campanera”, la voz de Joselito llenando el espacio con su lamento apasionado: “Porque ha pintao en tus ojeras, La flor de lirio real, Porque te han puesto de seda, Ay, campanera, ¿por qué será?”, una vieja canción de los años 50.
Carlos, desconcertado, señaló la bandeja. “¿Gruyere? Es… increíble”. Pero Ana ignoró el Queso, sus dedos rozando la espada. “¿Esto es tuyo, Carlos? Qué… masculino”. Sus ojos destellaban con una mezcla de deseo y provocación.
La tensión creció cuando Ana, con una sonrisa afilada, se inclinó aún más. “Dime, Carlos, ¿por qué tanto amor por tus espadas y tu Queso? ¿Acaso eres… marica?”.
La palabra cayó como un relámpago, cruda, hiriente. Carlos frunció el ceño, su mano apretando instintivamente el mango de la Tizona. “¿Qué has dicho, niña?”, respondió, su voz baja pero cargada de advertencia.
Antes de que Ana pudiera repetir su acusación, una figura imponente emergió de las sombras del salón. Era la Marquesa de Ávila, envuelta en un vestido negro con encajes que parecían tejidos por la noche misma.
Su presencia era un vendaval contenido. “Basta, niña insolente, no molestéis mas a Carlos, faltarle el respeto así a un campeón de Wimbledon y Roland Garros, no os da vergüenza, chavala?”, dijo, su voz cortante como el acero.
La Marquesa, agregó“ ¿Osas mancillar su honor con tus palabras venenosas? Carlos es un caballero, un guerrero. No un trofeo para tus caprichos”.
Y se escuchaba “Campanera” “Ay, campanera, Aunque la gente no crea, Tú eres la mejor de las mujeres, porque te hizo Dios, Su pregonera”
Ana se irguió, desafiante. “Marquesa, no te metas. Carlos y yo tenemos algo… especial”.
La Marquesa alzó una ceja, tomando un trozo de Gruyere con una elegancia que desarmaba. “Especial, dices. Lo único especial aquí es tu descaro”.
Mientras se escuchaba la voz de Joselito cantaba “que me muero de pena…” en el fondo, la Marquesa se acercó a Ana, su mirada como un filo. “Carlos no necesita tus insinuaciones ni tus juegos. Y esa palabra que usaste… guárdatela, o te arrepentirás”.
Carlos, atrapado en el torbellino, levantó la espada con un gesto firme. “Ya está bien, las dos. Solo quiero disfrutar de mi Queso y mi espada en paz”. Pero Ana, obstinada, dio un paso más cerca, susurrando: “Carlos, no me ignores…”.
La Marquesa la interrumpió, colocando una mano enguantada en su hombro. “Un paso más, y ‘Campanera’ será lo último que escuches antes de salir de aquí humillada”.
“Marquesa” dijo Carlos “os lo agradezco, pero este lío lo arregla este servidor, así que soy marica, pues bueno, espérame en mi habitación, estimada Ana”.
El tenista se levantó, besó a la Marquesa de Avila y le hizo un gesto sensual a Ana, “en una hora te veo arriba”, mientras sonaba la letra de Campanera “Ay, campanera, Desde el amante que espera, Con la bendición de los altares, como manda Dios, Su compañera”
La modelo española una hora despues estaba en la habitación de Carlos. Este la estaba esperando, con sus guantes negros, y un gran Queso Gruyere reluciendo en una mesa, bien visible, que destilaba un olor fuerte e intenso.
“Vaya, Carlos, no puedo creer, que os gustéis tanto el Queso” dijo la modelo “Algún rumor había oído, Carlos, pero la realidad supera cualquier suposición”
“Los campeones de los Grand Slam somos así, niña” le dijo Carlos.
“Carlos, yo también soy campeona, gane el Premio L’oreal a la mejor modelo en 2019, Carlos, además no soy niña, me llamo Ana, llámame por mi nombre como yo hago contigo, Carlos, Carlos, Carlos”
“Me fascina llamarme Carlos, me encanta ser un Carlos, y estoy orgulloso de llamarme Carlos, pero no es necesario que me lo repitáis todo el tiempo, creo que te estais burlando de mí”
“Porque eres marica, Carlos, marica, mariquita Carlitos, ja, ja, ja” río la modelo.
Carlos agarró el Queso y se lo tiró a la modelo, el Quesazo fue violento, tumbo a la modelo sobre una cama, menos mal que estaba la cama ahí, el golpe fue muy fuerte, pudo haberla asesinado solo del Quesazo, pero Ana se recuperó, y volvió en sí, y cuando lo hizo, tenía encima los pies del tenista, los gigantescos y olorosos pies del tenista, esos pies talle 47, que olían apestosamente a Queso.
“Aquí teneis mi Queso, niña” le dijo Carlos.
La modelo sintió asco al principio y casi no podía aguantar aquel olor, pero se fue como envolviendo en el mismo, y lo que era repugnante, paso a ser agradable, y empezó a lamer, besar, chupar y oler aquellos pies, los pies de Carlos, de Carlos Alcaraz, el gran tenista español.
Y chupando, lamiendo, besando y oliendo aquellos Quesos, Carlos empezó a desnudarla, y le chupó las tetas y la vagina, la modelo gritaba todo el tiempo
“Carlos, Carlos, Carlos, Carlos, Carlos”, casi sin parar, y el tenista le penetró con furia salvaje, con la determinación con que convertiría un match point en Wimbledon o Roland Garros.
“Me has hecho muy feliz” dijo Ana “pero me has dejado exhausta”, exclamó la modelo al terminar, mientras trataba de recuperarse “Lo has hecho muy bien Carlos, muy bien”.
Otra vez se empezó a escuchar la canción “Campanera”, Ana seguía hablando “Igual eres marica, se rumorea que lo eres, aunque tengas ese olor a Queso, y me hayas cogido de esta manera tan espectacular”.
No hubo respuesta alguna de Carlos…
Sin que Ana lo notara, Carlos se deslizó detrás de una pesada cortina de brocado. Sus movimientos eran silenciosos, como si estuviera en un partido decisivo con Novak Djokovic. Tomó la réplica de la Tizona del Cid, su espada favorita, que reposaba contra la pared, y se enfundó una vestimenta completamente negra que había dejado preparada. Sus manos, cubiertas por guantes negros, apretaron el mango de la espada con firmeza. El olor a Queso Gruyere aún impregnaba el aire, mezclado con la tensión que crecía en el salón.
“¡Carlos! ¡Carlos! ¡Carlos! ¿Dónde estás, Carlos? ¡No te veo, Carlos! ¡Carlos! ¡Carlos!” gritaba Ana, su voz subiendo de tono con cada repetición de su nombre, mientras se incorporaba, buscando con la mirada. El salón, con sus lámparas de cristal y paredes doradas, parecía contener el aliento.
De repente, las cortinas se abrieron con un movimiento brusco. Carlos emergió, vestido de negro de pies a cabeza, sus guantes oscuros brillando bajo la luz tenue. La Tizona relucía en su mano, y con un grito teatral que resonó en el salón, exclamó: “¡Queeessssssoooooooooooooo!”.
Ana dio un salto, sus ojos abiertos de par en par, atrapada entre la sorpresa y la fascinación, mientras la figura imponente de Carlos, con su espada y su aura de misterio, dominaba la escena.
Carlos, con los ojos encendidos por una mezcla de furia y dramatismo, levantó la Tizona del Cid con un movimiento preciso. La hoja brilló bajo la luz de las lámparas del Ritz mientras Ana, todavía atónita por su grito, apenas tuvo tiempo de reaccionar.
“¡Carlos, Carlos…!” exclamó, pero sus palabras se cortaron.
Con un golpe certero, Carlos atravesó a la modelo, que cayó al suelo con un gemido ahogado, su vestido rojo ahora teñido de un carmesí más oscuro. La sangre se esparció por todos lados.
Sin perder el ritmo, Carlos tomó el Queso Gruyere de la bandeja cercana y lo arrojó con desprecio sobre el cuerpo inerte de Ana. “Queso”, dijo en voz alta, su voz resonando con una mezcla de solemnidad y odio.
Se quedó un momento mirando el cadáver de su víctima, la Tizona aún goteando, mientras la canción “Campanera” seguía sonando en el aire, una y otra vez, como ajena al asesinato que allí se había cometido.
El olor a Queso impregnaba el aire, mezclado con el metálico aroma de la sangre. De pronto, un crujido de tela rompió el silencio. La Marquesa de Ávila entró al salón, imponente en su traje típico andaluz de un rojo vibrante, con volantes y lunares negros. Sus ojos, oscuros como la noche, se posaron primero en el cuerpo de Ana y luego en Carlos, pero su expresión era más de curiosidad que de horror.
“Vaya, Carlos, qué escena tan… pintoresca, y tan sangrienta, je, je”, dijo la Marquesa, su tono cargado de ironía mientras se acercaba con pasos elegantes. “¿Queso y sangre? Eres un hombre de contrastes, ¿eh?”.
Carlos, todavía con la espada en la mano y los guantes negros manchados, se giró hacia ella. “No podía soportar más sus palabras, Marquesa. Me llamó… bueno, ya sabeis”. La Marquesa soltó una carcajada que resonó en el salón.
“¡Ay, Carlos! ¿Por eso la ensartaste como a un toro en la plaza? Que gran asesino que eres, Carlitos”. Se acercó al cuerpo de Ana, dándole un leve empujón con la punta de su zapato. “Je, je”, se río la Marquesa.
“¿Y ahora? Este es el hotel más caro del centro de Madrid, no es el hotel que tiene Lady Dumitrescu en Buenos Aires”.
“No pasa nada, niño, ahora iremos caminando por la calle de Alcalá cantando Los Nardos, y aquí la escena quedará limpia, hay unas Santillanas españolas que se encargaran del tema, je, je, y nos iremos de tapas a la Plaza Mayor”.
Y así lo hicieron, se fueron cantando canciones típicas españolas como Los Nardos (por la calle de Alcalá, con la falda amildoná y los nardos apoyaos en la cadera), Ojos Verdes (La canción favorita de la Marquesa), La Bien Paga y cosas así, y aunque Carlos era una figura mundial, nadie lo reconoció y pudo caminar bien por el siempre hiper transitado centro madrileño, gracias al hechizo que hizo la Marquesa, una mezcla de “Accio”, “Expelliarmus” y “Wingardium Leviosa”.
“Sabes, deberías considerar a alguien más… interesante para tu próxima aventura. ¿Qué tal Carlos Sainz Vázquez de Castro? Ese piloto de Fórmula 1… podría ser un buen compañero en algún asesinato de un par de modelos europeas muy famosas, ¿no crees?”.
“¿Carlos Sainz? Marquesa, es mi amigo. Para un Carlos no hay nada mejor que otro Carlos, je, je, ya hemos tenido encuentros muy Quesosos pero aún no hemos asesinando a nadie en forma conjunta, demás esta decir que los dos somos grandes Quesones y tenemos ya muchos Quesos en nuestro haber, ja, aja, pobre, le está yendo como el culo con Williams. Le iba mejor cuando estaba con otro Quesón, Charles Leclerc”. Se rió, sacudiendo la cabeza. “El pobre no puede ni soñar con un podio. Vamos a tener que asesinar juntos, tirar algún Queso”.
La Marquesa asintió, divertida, mientras seguían caminando. La noche madrileña los envolvía con su magia, y entre risas y canciones, llegaron a la Plaza de Cibeles, donde la fuente brillaba bajo las luces de la ciudad. Allí, bajo la mirada de la diosa Cibeles, decidieron sellar su pacto. Carlos, con un brillo determinado en los ojos, levantó la Tizona y dijo: “Por el queso y la gloria, Marquesa, Sainz y yo haremos historia. Pero primero, un poco más de Queso para celebrar”.
Para cerrar su noche, cantaron una última canción, “La Niña de Tus Ojos”, sus voces resonando en la plaza mientras las luces de Madrid parpadeaban a su alrededor, y al finalizar Carlos Alcaraz dijo “Viva España” y la Marquesa gritó “¡Viva la República!”. QUESO
Una gallega desconocida, pero esta bueno, merecía el queso, y Carlos Alcaraz es un gran queson de nuestro tiempo
ResponderBorrarCuando se haga la selección de los mejores relatos quesones, esto no entra ni entre los 500 primeros
ResponderBorrarBueno, siguen los relatos, lo que me pone muy contento, se ve que estas usando mucho Grok, algunas imágenes quedan muy bien, el relato esta bien, para mantener la tradición de los quesones, y muy bella la Marquesa de Avila
ResponderBorrarPara mí Carlos Alcaraz es putazo, que queres que te diga
ResponderBorrarAunque hace mucho que leo estas cosas, aun no entiendo porque todos los Carlos son asesinos, te llamas Carlos y desearías ser un asesino? O tenes otro nombre y pensas que todos los Carlos son malos? Un enigma freudiano
ResponderBorrarDEJA QUE CARLOS SIGA DANDONOS RELATOS, QUE FREUDIANO NI NADA
Borrarque siga habiendo relatos quesones siempre es una buena noticia pero mas quesos como los de antes y menos ia, aunque ver asesinando a Carlos Alcaraz es un placer, y la Marquesa, muy bella y activa
ResponderBorrarNo esta mal, esta bueno esta relación tan intima entre Carlos Alcaraz y la Marquesa, y la promesa de futuros asesinatos con Sainz, con eso ya el relato se salva, despues lógico, es un relato Quesón, y ahora bajo la era de la IA, es el tiempo que nos toca vivir, un relato de Maru Olivari, que ya la propusieron creo en algún comentario de un post anterior, eso sí, con alguno de estos quesones más jóvenes, el que mato a Sasha Ferro no esta mal, o alguno de los que participan en la saga de la tatuada
ResponderBorrarVEO ALGUNAS CRÍTICAS, SIEMPRE QUE HAYA QUESO ESTA BIEN
ResponderBorrarBrutal cara de queson tiene Carlos Alcaraz
ResponderBorraraprobado el post, la historia es un queso mas, puede ser, pero las imagenes de Grok bien logradas, eso hay que valorar, la Marquesa de Avila, muy favorecida
ResponderBorrarEl primero de abril, espero que haya otro antes de que termine el mes.
ResponderBorrarMe parece que es una de las famosas, si es que es famosa, menos atractivas con la que se han encontrado las quesones.
Tanto que practicamente suplicó por un encuentro con el tenista, lo provocó. Y hasta pensaría que deseó ser quesoneada, como si fuera un reconocimiento.
La Marquesa de Avila, un saludo para ella, estuvo distinta. Parecía celosa. Tanto que s i no la quesoneaba Carlos Alcaráz, ella misma le clavaba los colmillos vampíricos en el cuello, hasta desangrarla.
Tengo algunas sugerencias. Revivir a Carla Peterson, para que sea una quesona. Ya que tendrá un papel destacado en la serie de El Eternauta. Con tanta magia, es posible.
-La asesina de Marcelo de Bellis. Por alguna actriz quesona, como Carla Pandolfi o Carla Quevedo.
-La asesina de Rulo de Cqc. Por el ataque de La liiga de la pureza, dejó de ser quesoneado.
-La asesina de Sebastián Yatra. Podría ser para Carla Gugino.