El Cuento Quesón del Asesino Psicodélico #QUESO
En una ciudad donde los edificios sangraban colores y el aire vibraba con un zumbido psicodélico, vivía Carlos, el Quesón Psicodélico, un coloso de más de dos metros con pies gigantescos que despedían un hedor a Queso rancio, como si sus botas fueran cuevas de fermentación. Su cabello, teñido en tonos neón que cambiaban con la luz, parecía un halo de locura. Sus ojos, rojos y giratorios como caleidoscopios, reflejaban un fervor religioso: Carlos no solo era adicto al Queso Gruyère, con sus grandes y voluminosos agujeros que él veía como portales divinos; también veneraba su propio nombre, “Carlos”, como un mantra sagrado. Cada vez que lo pronunciaba, su voz temblaba de éxtasis: “¡Carlos, el elegido del Queso!”
Su obsesión comenzó tras encontrar un cómic psicodélico, El Evangelio del Gruyère, en un puesto clandestino. La historia narraba a un asesino llamado Carlos que ofrecía mujeres al dios del Queso, apuñalándolas y dejando un Gruyère como ofrenda. Carlos, al leerlo, sintió que su nombre era una señal divina. “¡Carlos! ¡El Queso me llama!” exclamó, lamiendo los agujeros del Gruyère que siempre llevaba consigo. Desde entonces, su vida tuvo un propósito: sacrificar a mujeres con nombres rimados —Lara, Mara, Fara, Tara, Nara, Jara— en altares psicodélicos, para honrar al Queso y a su sagrado nombre.
Armado con un cuchillo de 30 centímetros, tan afilado que parecía cortar la realidad misma, y un bloque de Queso Gruyère con agujeros que parecían ojos vigilantes, Carlos acechaba. Sus víctimas eran llevadas a habitaciones ocultas en la ciudad psicodélica, espacios donde las paredes palpitaban con colores imposibles y el aire olía a incienso y fermentación.
Lara: El Altar de los Neones
Lara, una DJ que mezclaba ritmos trance bajo luces estroboscópicas, fue la primera. Carlos la siguió hasta un club donde los bajos hacían temblar el suelo. Sus pies olorosos dejaron un rastro húmedo en el pavimento. La atrajo con promesas de un “viaje cósmico” y la llevó a una habitación secreta tras el club, un cubo de espejos con luces neón que giraban como galaxias. Las paredes palpitaban en rojo y violeta, y el aire estaba cargado de humo psicodélico. “¡Carlos te consagra!” rugió, apuñalándola en el pecho. El cuchillo entró con un crujido, y la sangre brotó como un géiser carmesí, reflejándose en los espejos. Lara gritó, pero el sonido se ahogó en la música. Carlos giró el cuchillo, fascinado por los patrones que la sangre formaba en el suelo, como un mandala sagrado. Sacó su Queso Gruyère, sus agujeros brillando bajo las luces, y lo colocó sobre el cuerpo de Lara, susurrando: “Los agujeros ven todo.” Luego, lamió la sangre del cuchillo y salió, cantando “¡Carlos! ¡Carlos!” como un himno.
Mara: El Templo de las Sombras
Mara, una poeta callejera, recitaba versos en un mercado nocturno cuando Carlos la vio. Sus ojos giratorios captaron el destello de su aura, y supo que era la siguiente. La secuestró, llevándola a una habitación subterránea donde las paredes estaban cubiertas de hongos fluorescentes que emitían un brillo verdoso. El aire olía a Queso y a podredumbre. “¡Carlos te ofrece al Gruyère!” proclamó, alzando su cuchillo. Apuñaló a Mara en el estómago, lentamente, disfrutando el sonido de la carne al rasgarse. La sangre salpicó los hongos, que parecieron encenderse con un fulgor profano. Mara intentó arrastrarse, pero Carlos la inmovilizó y le clavó el cuchillo en el corazón, cantando su propio nombre como una oración. Colocó el Queso Gruyère sobre su pecho, sus agujeros como ventanas a un abismo. “El Queso te acepta”, dijo, antes de inhalar el aroma del Gruyère y desaparecer en los túneles.
Fara: La Cripta Estroboscópica
Fara, una pintora abstracta, trabajaba en un lienzo en un parque iluminado por farolas que parpadeaban como pulsos. Carlos, drogado con vapores de Queso Gruyère que calentaba en un hornillo improvisado, la observó desde las sombras, sus pies apestosos crujiendo en la grava. La llevó a una habitación abandonada en un almacén, donde luces estroboscópicas hacían que las paredes parecieran derretirse. “¡Carlos es la luz!” gritó, apuñalándola en el cuello. La sangre salió a chorros, salpicando las paredes en patrones que Carlos vio como constelaciones. Fara se desplomó, y él danzó alrededor de su cuerpo, apuñalándola una y otra vez, cada corte un acto de devoción. Colocó el Queso Gruyère en su rostro, sus agujeros alineados con sus ojos abiertos, como si el Queso la mirara. “El Gruyère te ve”, susurró, antes de salir, dejando tras de sí un rastro de olor a pies.
Tara: El Santuario de los Espejos
Tara, una bailarina exótica, actuaba en un club psicodélico cuando Carlos la eligió. La sedujo con palabras de culto, prometiéndole un “ritual divino”. La llevó a una habitación circular con paredes de espejos fractales que multiplicaban su imagen hasta el infinito. El suelo vibraba con un zumbido grave, y el aire estaba cargado de incienso. “¡Carlos te eleva!” exclamó, clavándole el cuchillo en la espalda. La sangre corrió por los espejos, creando reflejos carmesí que parecían infinitos. Tara intentó huir, pero los espejos la confundieron, y Carlos la apuñaló en el pecho, riendo mientras los colores de su mente explotaban. Colocó el Queso Gruyère sobre su cuerpo, sus agujeros como un portal que absorbía su alma. “El Queso es eterno”, dijo, lamiendo el cuchillo antes de esfumarse.
Nara: La Cueva de los Colores
Nara, una escultora, trabajaba en un taller al aire libre cuando Carlos la raptó. La llevó a una cueva urbana, un espacio donde las paredes estaban pintadas con colores que parecían moverse y respirar. Luces ultravioletas hacían brillar el suelo, cubierto de polvo fluorescente. “¡Carlos te sacrifica!” rugió, apuñalándola en el corazón. La sangre formó un charco que reflejaba las luces, creando un lago de arcoíris sangrientos. Nara jadeó, pero Carlos la silenció con otro corte en la garganta, hipnotizado por los agujeros del Gruyère que llevaba en la mano. Colocó el Queso sobre su pecho, sus agujeros como ojos de un dios furioso. “El Gruyère te reclama”, murmuró, antes de salir, su risa resonando en la cueva.
Jara: El Trono del Caos
Jara, una fotógrafa de lo macabro, capturaba imágenes en un edificio en ruinas cuando Carlos la encontró. La llevó a una habitación en la cima del edificio, un espacio cubierto de grafitis psicodélicos que parecían cobrar vida. El viento ululaba, y las luces de la ciudad parpadeaban a lo lejos. “¡Carlos es el fin!” gritó, apuñalándola en el abdomen. La sangre salpicó los grafitis, mezclándose con los colores hasta formar un mural grotesco. Jara intentó gritar, pero Carlos le cortó la garganta, fascinado por el contraste de la sangre con los tonos neón. Colocó el Queso Gruyère sobre su cuerpo, sus agujeros alineados con las estrellas visibles a través de un agujero en el tejado. “El Queso te corona”, dijo, antes de tomar una foto con la cámara de Jara y huir.
La Fuga Divina
La policía, desconcertada por los crímenes, lo llamó “El Quesón Psicodélico”. Los titulares hablaban de un culto al Queso, pero Carlos era un fantasma. Usando los túneles de la ciudad psicodélica, alimentándose de Gruyère robado y guiado por visiones de agujeros infinitos, escapó. Cruzó la frontera en un tren cargado de lácteos ilegales y llegó a un país aún más extraño, donde los edificios parecían hechos de caramelo líquido y el cielo pulsaba con colores imposibles.
En su nuevo hogar, un sótano lleno de Quesos Gruyère apilados como altares, Carlos afiló su cuchillo. Encontró un nuevo cómic, El Trono del Gruyère, y sus ojos brillaron. “¡Carlos reinará de nuevo!” prometió, planeando una nueva serie de sacrificios psicodélicos, con el Queso como su dios y su nombre como su evangelio.
una colección de Relatos Quesones y Narraciones Quesonas (no fan fics), a través del tiempo y del espacio, con narraciones y leyendas del Mundo Quesón y de la Mitología Quesona, con galeria de imágenes generadas por CICI AI
enlaces a CUENTOS QUESONES y NARRACIONES QUESONAS
flor de asesino este Carlos psicodélico
ResponderBorrarsi bien la regla general de estos cuentos es la falta de sexo a este asesino psicodélico le hubiera venido bien, igual es un buen relato, una narración quesona
ResponderBorrarhay quesones cyberpunk, psicodelico, egipcio, babilonico, cual falta?
ResponderBorraresto llevado al cine sería un peliculón mezcla de slasher y ciencia ficción, la tendría que haber dirigido Wes Craven
ResponderBorrarEstos quesones de la IA son incompletos, no cumplen con parte del ritual, que es el sexo.
ResponderBorrarPor lo que permanecerán anónimos.
El Fauno