El Asesino de Barbara Lombardo

En nuestro universo, Griselda Siciliani fue asesinada y quesoneada por Carlos Eisler, durante la filmación de “la Marca C de Carlos”, por lo tanto jamás pudo haber protagonizado la serie “Envidiosa” de Netflix.
Por lo tanto, el rol protagónico de dicha serie le tocó en suerte a Barbara Lombardo. Esta actriz, ha trabajado en numerosos programas de TV Resistiré (2003), Los Roldán (2004), El puntero (2011) y Envidiosa (2024), donde su papel como Melina ha sido aclamado. En cine, destacó en Diarios de motocicleta (2004), Cautiva (2005) Señora Influencer (2023) y la premiada Manuela, que le valió el galardón a Mejor Actriz en los Next Generation Indie Film Awards.
Con experiencia internacional, vivió en México, participando en series como Soy tu fan (2011), y trabajó en proyectos en Estados Unidos. En teatro, brilla en obras como Imagen Velada (2025), que también coproduce. Activa en redes sociales, con más de 226,000 seguidores en Facebook, ha apoyado causas como el aborto legal y la lucha contra el cambio climático.
Tras el éxito de las dos primeras temporadas de “Envidiosa”, Lombardo, una tarde estaba boludeando en Instagram, cuando vio el perfil del modelo paraguayo Carlos Machado Mattesich, muy guapo, atractivo y elegante, con pies talle 48, que reinaba en las pasarelas europeas. Lombardo quedo fascinada al ver este perfil y tuvo una idea: convocarlo para participar en una tercera temporada de la serie.
“Que fuerte que esta este tipo, se llama Carlos, nombre bien masculino, y hasta parece un vampiro para tener un sexo fuerte y violento, ¡Lo quiero en Envidiosa!” opinó Lombardo al verlo.
Carlos recibió con sorpresa la invitación y aunque la actuación no era lo suyo, hizo lugar en su intensa agenda para hacer un viaje exprés a Buenos Aires.
Soltó una risa que sonó como un aullido de lobo y respondió al mail: “¡Acepto, mortales! El Quesón, patón y vampiro, llevará su arte sangriento a su pantalla. Preparen los Quesos y afilen los talones, que el gran Carlos Machado va a quesonear Buenos Aires, ja, ja”. Con un guiño al espejo, metió una daga ceremonial en su valija Louis Vuitton y voló hacia Argentina, listo para dejar su huella… y tal vez un gran Queso Gruyere.
Tras aterrizar en Buenos Aires como un huracán gótico, con la arrogancia de un vampiro Quesón de telenovela, llegó a los estudios de Palermo listo para imponer su visión.
En la reunión, frente a guionistas boquiabiertos y Bárbara Lombardo, la estrella de la serie, Carlos soltó su propuesta con un brillo maniaco en los ojos, sobre el personaje que quería interpretar: “¡Un asesino serial vampiresco, fetichista de los pies, un Quesón! Seduzco mujeres, les ofrezco mis pies grandes y olorosos, les doy un sexo violento, las apuñalo y tiro un Queso como mi firma, despues bebo la sangre como un vampiro, ja, ja, un Vampiro Quesón. ¡Es grotesco, es arte, es yo!”, exclamó, subiendo sus gran y oloroso pie derecho a la mesa.
Los guionistas (siempre sirvientes de la cultura woke y adoradores de lo políticamente correcto) se sorprendieron al ver ese pie, alguno sintió asco, otro algún atractivo, uno de ellos balbuceó objeciones —“Esto es Envidiosa, no American Horror Story”—, pero Bárbara, con una risa que mezclaba fascinación y desafío, aplaudió. “¡Es demencial, me encanta! Mi Melina contra un Quesón… ¡es un bombazo!”. Los guionistas, intimidados por su mirada, pidieron otra reunión, era una propuesta que cambiaba todos los planes. Carlos le lanzó un guiño a Bárbara, sus colmillos falsos reluciendo bajo la luz.
“Desde que ví tus fotos en Instagram, solo pienso en tener sexo con vos, en realidad por eso te convoque, quiero que eso que propusiste lo llevemos a la realidad, Carlos, si no aceptas participar en la serie, no importa, quiero sexo, sexo Quesón y vampiresco” dijo Lombardo, finalizada la reunión.
“Mañana vuelvo a Europa, esta noche te espero en la suite Charles Cheese del Dumitrescu Six Star, la mega torre hotel de Puerto Madero” le contestó Carlos Machado, la misma suite donde había asesinado y quesoneado a Romina Uhrig.
Esa noche, la suite Charles Cheese del Hotel Dumitrescu Six Star, estaba ambientada como una antigua mansión de Transilvania, un mausoleo de terciopelo y candelabros en Puerto Madero, sonaba una banda sonora compuesta de antiguas danzas de Europa Oriental.
Ella, con un vestido que gritaba peligro y tacos que resaltaban sus pies, sabía que jugaba con fuego, pero quería jugar y disfrutar del juego. Él, descalzo, le ofreció una copa de un “vino” espeso que olía a óxido. “Por los pies que inspiran y la sangre que fluye”, brindó, sus ojos fijos en los de ella. La charla fluyó entre risas y anécdotas exageradas de Carlos, donde el Quesón habló de su Paraguay natal, y de su paso por Buenos Aires antes de recalar en Europa, Lombardo pudo hablar de su trayectoria artística, pero se limitó a algunos monosílabos y gestos, no más que eso.
Las danzas húngaras, rumanas, serbias y búlgaras continuaron sonando, empezaron a bailar, en ese momento, el puso sus dientes sobre su cuello y simuló morderla como un vampiro, Lombardo se sintió fascinada por aquello, fue como un rito de iniciación, para avanzar a lo que vino despues…
“¡Ja, ja, te vampiricé, che sy!”, gruñó en guaraní, sus ojos brillando como brasas. Bárbara, estremecida, sintió un cosquilleo eléctrico. “Îmi place, vampirul meu… mușcă-mă din nou!” (Me gusta, mi vampiro… ¡muérdeme otra vez!), susurró en rumano, su voz temblando de fascinación. Aquel mordisco fingido fue un rito, un umbral hacia lo prohibido. Había aprendido rumano de golpe.
“Yo te mordí el cuello, te chupe la sangre, ja, ja, ahora mis pies son tuyos, Lombardo”, Carlos extendió sus enormes pies sobre el rostro de la actriz, pies talle 48 que olían a Queso en forma apestosa e intensa, cualquiera hubiera sentido asco, pero el extasis en que estaba la actriz tras haber sido “vampirizada” era tal, que sintió placer, gozo y satisfacción, mientras chupaba, olía, lamía y besaba los pies de Carlos, una y otra vez….
“Ești un zeu, Carlos… picioarele tale sunt un templu!” (Eres un dios, Carlos… ¡tus pies son un templo!), gemía en rumano, perdida en el delirium del extasis.
Carlos, con una risa grave, la alzó y la llevó a la cama, un altar de sábanas negras donde la música seguía rugiendo. Sus cuerpos se entrelazaron como enredaderas en un bosque maldito, cada movimiento una estrofa de un poema grotesco. “Che memby, ndéve amopotî… ko’ápe rovy’á!” (Mi criatura, contigo purifico… ¡aquí nos elevamos!), susurró Carlos en guaraní, su voz un cántico mientras sus manos recorrían la piel de Bárbara como un escultor moldeando arcilla. Ella, arqueándose bajo él, respondió en rumano: “Carne de foc, sânge de stele… iubește-mă, monstrul meu!” (Carne de fuego, sangre de estrellas… ¡ámame, mi monstruo!).
El acto sexual fue una danza de sombras, un ballet de gemidos y susurros en lenguas antiguas. Los candelabros goteaban cera, la música alcanzaba un crescendo febril, y el aroma a Queso se mezclaba con el sudor y la pasión. Bárbara, poseída por el frenesí, rozó sus uñas en la espalda de Carlos, mientras él, con un rugido, sellaba el momento con un grito en guaraní: “Nde raihu, che syry… ko’ápe romba’apó!” (Tu amor, mi corriente… ¡aquí culminamos!).
Exhaustos, colapsaron entre las sábanas, el eco de las danzas desvaneciéndose. Bárbara, aún temblando, miró a Carlos con una sonrisa torcida. “Ești nebun… dar îmi place nebunia ta” (Estás loco… pero amo tu locura), murmuró. Carlos, acariciando un mechón de su cabello, respondió: “Che sy, ko’ápe nde ry’ái… pero che pynandi ndeve” (Mi reina, aquí vibraste… pero mis pies te poseen). En la penumbra, un Queso Gruyere rodó silenciosamente desde la mesa, como si el mismísimo Quesón aprobara el ritual.
Bárbara Lombardo, sumida en un éxtasis post sexo, yacía entre sábanas negras, sus ojos brillando como si hubiera tocado el borde de lo divino. Carlos Machado Mattesich, con su rostro de vampiro paraguayo ahora endurecido, se levantó lentamente. De su chaqueta de cuero, con dedos enfundados en guantes negros, extrajo la daga ceremonial que había guardado en París, reluciente bajo la luz de los candelabros.
“Che sy, nde ry’ái… ko’ápe romba’apó final” (Mi reina, tu vibración… aquí termina), susurró en guaraní, su voz un cántico fúnebre. Bárbara, aún perdida en su trance, apenas alcanzó a murmurar en rumano: “Ce faci, dragostea mea?” (¿Qué haces, mi amor?).
Sin responder, Carlos alzó la daga y, con un movimiento preciso, la hundió en su pecho. La sangre brotó como un río carmesí, manchando las sábanas. Bárbara dejó escapar un grito ahogado, “Nu… sângele meu!” (No… ¡mi sangre!), antes de que sus ojos se apagaran, su cuerpo desplomándose en un silencio mortal.
Si bien con esa herida era suficiente para provocar la muerte, Carlos la apuñaló hasta nueve veces con la daga, y finalmente, con una sonrisa grotesca, se arrodilló junto al cadáver. Tras eso, agarró el Queso Gruyere, con sus agujeros múltiples y voluminosos, y lo tiró sobre el cadáver de Lombardo.
“¡QUESO!” rugió en castellano, su voz resonando como un trueno. “¡KESSO!” exclamó en guaraní, golpeando el suelo con su pie talla 48. “¡BRÂNZĂ!” gritó en rumano, alzando los brazos como un sacerdote pagano.
Luego, inclinándose, acercó sus labios al cuello de Bárbara y chupó la sangre aún tibia, un sorbo lento y ritualístico. “Nde raihu, che sy… nde sangre che vy’a” (Tu amor, mi reina… tu sangre me alegra), murmuró, lamiéndose los labios.
Se puso de pie, imperturbable, y caminó hacia un escritorio antiguo. Con una pluma de cuervo, escribió una carta en papel pergamino:
“Lady Dumitrescu, madre de las sombras, benefactora de los Quesones: esta ofrenda es para ti. Que la sangre de Lombardo alimente tu gloria eterna. Con veneración, tu siervo, Carlos, El Quesón Vampiro y Paraguayo.”
Dejó la carta junto al Queso, un tributo a la mítica dama rumana que protegía a los asesinos fetichistas. Sin mirar atrás, Carlos abandonó la suite, sus pasos resonando en el pasillo. La seguridad del hotel, distraída por un corte de luz misteriosamente oportuno, no vio al paraguayo deslizarse hacia un Uber que lo llevó directo a Ezeiza.
En Buenos Aires, la mucama encontró el cuerpo de Bárbara al amanecer, el Queso y la carta desatando el pánico. El Comisario Miguel, un tipo con bigote y cinismo de sobra, enfrentó a la prensa con una mueca: “La locura que provoca la militancia por el feminismo y el cambio climático, y esa serie Envidiosa, caso cerrado, je, je”.
Pero Carlos, en su loft parisino, ya acariciaba un nuevo Queso, su mirada fija en un mapa del Viejo Continente, listo para teñirlo de sangre y Gouda, y llenar Europa de Quesoneadas, de Lisboa a Estambul y de Glasgow a Moscú, mientras subía una storie críptica a Instagram: “Próxima parada, sangre nueva. #QuesónEterno”.
Una buena víctima, con estilo.
ResponderBorrarY era para Machado, el modelo seductor con todo esto de ser vampiro. O actuar como uno.
Barbara Lombardo no quedó hecha una piltrafa, a diferencias de otras famosas.
Me gusta lo poético de la descripción del encuentro sexual.
Y el comisario Miguel con su estilo. Estaría bien que se describa un encuentro con su Marquesa de Avila.
¿Qué víctimas futuras tiene en mente Machado?
Gran asesino este Carlos, siempre comete buenos asesinatos, muy sanguinario, la víctima, merecía el queso, lo raro es que no se lo hayan tirado antes
ResponderBorrarTodo el elenco de Envidiosa debe pasar por el queso, encima el personaje de Lamothe se llama Matías, podría ser objetivo de una tal Carla
ResponderBorrarSí, de una especial Carla.
BorrarY Pilar Gamboa podría ser para un quesón.
que Carlos propones? yo digo Carlos Eisler o el pibe que quesoneo a Sasha Ferro
BorrarPilar Gamboa es una actriz talentosa.
BorrarPor eso, tiene que ser Eisler, que es actor.
Un dato historico curioso, teniendo en cuenta que hay destacadas vampiras en el mundo quesón, como la admirada Lady Dumitrescu. Por lo que Dracula es un referente.
ResponderBorrarVlad III, rey de Valaquia, el inspirador del vampiro, tuvo una alianza inestable con un rey de Hungría. Que se llamaba...Matías.
¿Puede ser tanta casualidad?
para el autor del blog es un sacrilegio, pero para mí los Matías deberían ser incorporados como asesinos
BorrarBueno, parece que tenemos dos o tres relatos cada mes, buen promedio, este es uno de los Carlos clásicos, lo que hace abrigar la esperanza que vuelven Sandes o Delfino
ResponderBorrar¿La verdad? Me encanto, siempre esto mantiene su buen nivel, es increíble, siempre le encontras la vuelta y nos das a comer un buen queso ja ja
ResponderBorrarHay que explorar más esto del vampirismo, le sienta muy bien a este Machado
ResponderBorrarya tengo ganas de oler los pies de Machado, ¿eso es bueno o malo? y que cogida le pegaría a Lombardo
ResponderBorrarYa que en otros relatos vi lo de la casalarga, y desde ese perspectiva Netflix tiene contenidos muy casalargueados, Lombardo merecía ser quesoneada
ResponderBorrarEn otro tiempo, en la época de los pañuelos verdes, esta actriz era candidata para Carlos Eisler, pero se ve que estaba muy ocupado con Siciliani, Azcurra y las demas, además alguna tenía que sobrevivir para que actuara en Envidiosa, muy buen cuento, el queso, el crimen, el sexo, y la presencia, siempre importante, de Lady Dumitrescu
ResponderBorrarXjjjjjjjjjj siempre garpan estos delirios quesones
ResponderBorrarNetflix ahora te provee muchos personajes para quesonear
ResponderBorrarEste Carlos es gay en la vida real, pero bueno estas son ficciones, ¿son ficciones?
ResponderBorrarahora que Rosario Central quedó afuera seguro que esta noche Carlos Quintana sale a quesonear a una mina en Rosario, Queso
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