El Cuento Quesón del Jardín #QUESO
En las afueras de un pueblo olvidado en las Sierras,
donde los vientos silbaban entre riscos afilados y los pinos susurraban bajo un
cielo plomizo, se erguía una mansión decrépita, envuelta por un jardín
siniestro. La mansión, con muros de piedra erosionada, gárgolas desgastadas y
ventanas opacas como ojos ciegos, parecía respirar un aire de desolación. El
jardín era un laberinto de rosales espinosos, cuyas flores rojas parecían
manchadas de sangre, enredaderas que se retorcían como dedos huesudos y estatuas
de ángeles rotos, cubiertas de musgo y telarañas. Un estanque de aguas negras,
cubierto de nenúfares apestosos, exhalaba un hedor fétido, y los árboles
centenarios, con ramas que crujían como lamentos, proyectaban sombras que
parecían danzar solas. Los espíritus del jardín, entidades etéreas con rostros
desdibujados y ojos como brasas apagadas, flotaban entre los arbustos, sus
susurros resonando como hojas secas arrastradas por el viento. Eran guardianes
de una maldición antigua, testigos de horrores que impregnaban la tierra.
Tres muchachas, Valeriana, Robertiana y Sebastiana, alquilaron la mansión para un verano de descanso. Valeriana, de cabello rubio como el trigo y ojos inquietos, era una pintora obsesionada con capturar sombras; Robertiana, de piel morena y risa fácil, escribía cuentos góticos que le valían pesadillas; Sebastiana, de mirada afilada y cabello negro azabache, era una botánica fascinada por plantas venenosas. Los lugareños, un grupo de rostros curtidos y ojos desconfiados, las recibieron con advertencias en la taberna del pueblo, un tugurio de madera oscura iluminado por lámparas de queroseno. Don Ruperto, el tabernero, un hombre encorvado con dedos nudosos, las miró por encima de su jarra. "Esa mansión está maldita, señoritas", gruñó. "Bellotas como ustedes no duran ahí". Doña Filistaura, una anciana envuelta en un chal raído, añadió con voz temblorosa: "Los Carlos siempre vuelven. Apuñalan, matan y tiran un Queso podrido sobre sus víctimas. Los llaman Quesones". Un joven leñador, Matías, con cicatrices en los brazos, escupió al suelo. "Mi tía fue una de ellas, en el ’78. Un Carlos la destripó en el jardín. El Queso olía a muerte". Las chicas, entre risas nerviosas, desestimaron las historias, pero al cruzar el portón oxidado de la mansión, un frío inexplicable les erizó la piel.
La primera semana transcurrió entre risas y exploraciones, aunque el jardín parecía susurrar por las noches. Los espíritus, apenas visibles como niebla entre los rosales, vigilaban, sus lamentos mezclándose con el ulular del viento. Pero la tensión estalló una noche tormentosa, cuando las chicas jugaron naipes en el comedor, bajo un candelabro que goteaba cera. La partida comenzó con bromas, pero pronto se agriaron. "¡Valeriana, deja de mirar mis cartas!", espetó Robertiana, golpeando la mesa. "¡No seas paranoica, Robbie!", replicó Valeriana, tirando un naipe. Sebastiana, con una sonrisa tensa, intervino: "Bajen la voz, este lugar me pone los nervios de punta". La discusión escaló, y Robertiana arrojó sus cartas al suelo. "¡Estoy harta de tus trampas, Vale!", gritó. Un trueno sacudió la casa, las luces parpadearon, y un golpe seco resonó en la puerta principal. El silencio que siguió fue más aterrador que el ruido. "¿Qué fue eso?", susurró Sebastiana, su rostro pálido. Los pasos pesados en el porche crujieron como huesos rotos. La puerta se abrió con un gemido, y una figura emergió de la penumbra: un hombre alto, envuelto en una capa negra que goteaba lluvia, con guantes de cuero oscuro y un cuchillo gigante de hoja dentada que brillaba bajo un relámpago. Sus botas, talla 52, dejaron charcos fétidos, y su hedor invadió la sala como una plaga. En su mano izquierda, sostenía tres Quesos Gruyere, hinchados y apestosos. Su rostro, oculto bajo una capucha, solo mostraba ojos vacíos. "Soy Carlos", gruñó, su voz como un eco de tumba, "y el jardín reclama su sangre".
Las chicas, con el corazón en la garganta, huyeron hacia el jardín, sus gritos ahogados por la tormenta. "¡Corran, no miren atrás!", chilló Valeriana, tropezando con una raíz. "¡Esto no puede ser real!", sollozó Robertiana, mientras Sebastiana, jadeando, murmuró: "Los lugareños tenían razón". Los espíritus, ahora visibles como siluetas de niebla con rostros angustiados, intentaron guiarlas, pero el pánico las cegó. Valeriana, la primera en correr, se adentró en el laberinto de rosales, las espinas rasgando su vestido. El aire estaba cargado del hedor nauseabundo de los pies de Carlos, como si la tierra misma lo exhalara. Los espíritus formaron un círculo de niebla, susurrando súplicas, pero Carlos la alcanzó junto a una estatua decapitada, su capa ondeando como un sudario. "Valeriana", dijo, su voz lenta y grave, "tus sombras no te salvarán de mis pies". La derribó, obligándola a arrodillarse en la tierra húmeda. Presionó sus pies gigantes, talla 52, envueltos en botas apestosas, contra su rostro, el olor fétido haciéndola toser y suplicar. "¡Por favor, no!", gimió, pero Carlos alzó el cuchillo. "El jardín te reclama", susurró, hundiendo la hoja en su pecho. La sangre salpicó los pétalos de un rosal, y sobre su cuerpo arrojó un Queso Gruyere, que reventó con un sonido húmedo, esparciendo podredumbre que atrajo escarabajos negros. Los espíritus aullaron, y las enredaderas parecieron apretarse, pero Carlos, con pasos pesados, siguió adelante.
Robertiana, jadeando, buscó refugio en el estanque, escondiéndose entre los nenúfares. El agua reflejaba los relámpagos, pero también los ojos de los espíritus, que flotaban como espectros llorosos. El hedor de los pies de Carlos, como un miasma, la alcanzó antes que su sombra. "¡No me toques, monstruo!", gritó, pero Carlos emergió del agua, su cuchillo brillando. "Robertiana", gruñó, "tus cuentos no detendrán mis botas". La arrastró al césped, obligándola a arrodillarse. Presionó sus pies fétidos, talla 52, contra su rostro, el olor nauseabundo haciéndola sollozar. "¡Maldito seas!", escupió, pero Carlos, con una risa gutural, dijo: "El jardín saborea tu miedo". El cuchillo atravesó su corazón, la sangre tiñendo el estanque de carmesí. Sobre su cadáver, arrojó otro Queso Gruyere, que flotó brevemente antes de hundirse, atrayendo peces ciegos que surgieron del fondo. Los espíritus rugieron, y el viento agitó los árboles, haciendo caer hojas como lágrimas, pero Carlos avanzó, implacable.
Sebastiana, la última, corrió hacia el límite del jardín, donde un roble centenario se alzaba como un guardián. Sus manos, manchadas con savia venenosa, temblaban. Los espíritus, ahora figuras de niebla con rostros de furia, formaron un torbellino, sus lamentos resonando como un réquiem. El hedor de los pies de Carlos, como una nube tóxica, la envolvió antes que su sombra. "Sebastiana", dijo, su voz un susurro mortal, "tus venenos no igualan el olor de mis pies". La derribó contra las raíces del roble, obligándola a arrodillarse. Presionó sus botas apestosas, talla 52, contra su rostro, el olor haciéndola convulsionar. "¡El jardín te maldiga!", susurró Sebastiana, pero Carlos, alzando el cuchillo, dijo: "El jardín me obedece". La hoja se hundió en su pecho, su sangre empapando la tierra. Sobre su cuerpo, arrojó el último Queso Gruyere, que reventó, esparciendo un hedor que atrajo un enjambre de insectos. Los espíritus gritaron, y el roble crujió como si estuviera vivo, pero Carlos, con una risa que heló el aire, se desvaneció en la tormenta, su capa fundiéndose con la noche.
Al amanecer, los lugareños, liderados por Don Ruperto y Doña Filistaura, llegaron a la mansión, alertados por el silencio. Encontraron el jardín cubierto de niebla, los cuerpos de Valeriana, Robertiana y Sebastiana yaciendo en el césped, cada uno con un Queso podrido a su lado. "Otro Quesón", murmuró Matías, escupiendo al suelo, su rostro pálido. Doña Filistaura, temblando, rezó una plegaria: "Que los espíritus los castiguen". Los espíritus, ahora mudos, flotaban sobre el estanque, sus rostros reflejando una furia eterna. Nadie entró a la mansión ese día, pero las sombras de los árboles parecían más largas, y el viento llevaba un hedor fétido que nadie explicaba. El jardín, maldito y vivo, esperaba su próxima víctima, y los espíritus, guardianes de sus secretos, juraban venganza.
una colección de Relatos Quesones y Narraciones Quesonas (no fan fics), a través del tiempo y del espacio, con narraciones y leyendas del Mundo Quesón y de la Mitología Quesona, con galeria de imágenes generadas por CICI AI
enlaces a CUENTOS QUESONES y NARRACIONES QUESONAS
la historia esta buena: los Quesones estan en todas partes con sus leyendas, pero las ropas que usan en las imágenes son más victorianas y el relato parece en tiempo presente
ResponderBorraruna película de Vincent Price o de la Hammer, googleen si no saben
ResponderBorraresta historia da para mas desarrollo y aparición de todos los quesones
ResponderBorrarNi los espíritus pudieron protegerlas.
ResponderBorrarLe faltó sexo, suele haberlo en las películas de la Hammer. O alguna motivación para el asesino.
El Fauno