El Cuento Quesón de la Ciudad Submarina #QUESO
En las profundidades insondables del océano Atlántico, donde la luz del sol se desvanecía en un crepúsculo eterno, se alzaba la Nueva Atlantis, una ciudad submarina de cúpulas de cristal reforzado que brillaban como joyas bajo el peso del agua. Torres de coral sintético se elevaban entre jardines de anémonas pulsantes y bosques de algas que ondeaban al ritmo de corrientes caprichosas. Bancos de peces iridiscentes, con escamas que destellaban como prismas, nadaban en patrones hipnóticos, mientras medusas de tentáculos luminosos flotaban como fantasmas. Tiburones de seis branquias, con ojos como perlas negras, patrullaban los alrededores, y en los cañones abisales acechaban calamares gigantes, sus ojos del tamaño de escudos brillando en la oscuridad, y anguilas eléctricas que lanzaban descargas que iluminaban el limo del fondo marino. La ciudad, un prodigio de ingeniería, dependía de la Llave de la Ciudad, un orbe cuántico pulsante que regulaba las cúpulas, el oxígeno y las barreras contra la presión aplastante del océano. Pero bajo su esplendor, la Nueva Atlantis era un polvorín, vigilada por los espíritus del abismo, entidades etéreas que flotaban como velos de plancton bioluminiscente. Sus rostros difusos, con ojos como perlas rotas, emitían susurros que resonaban como el eco de conchas marinas, advirtiendo sobre el caos que se avecinaba.
En el corazón de la ciudad, la Universidad de la Nueva Atlantis era un hervidero de disidencia. Las hermanas Tuna y Fala, líderes de las asociaciones subversivas universitarias, avivaban la rebelión. Tuna, de cabello azul como el océano profundo y ojos fieros como los de un tiburón, era una oradora incendiaria, capaz de inflamar auditorios con discursos que denunciaban al Senado como una élite opresora. Fala, de piel pálida como el coral blanqueado y voz hipnótica, era la mente táctica, orquestando sabotajes en las sombras de los laboratorios submarinos. Las hermanas organizaban protestas violentas: destrozaban equipos de investigación genética, pirateaban los sistemas de comunicación para transmitir manifiestos revolucionarios y pintaban consignas en las cúpulas con tinta de calamar robada, exigiendo la caída del Senado y el control de la Llave. Su acto más audaz ocurrió en una noche sin luna, cuando irrumpieron en el Sanctum, la cámara blindada de la Llave. Con explosivos caseros y un virus informático, desactivaron los láseres de seguridad, dejando guardias inconscientes en un rastro de caos. Tuna arrancó la Llave, un orbe azul que palpitaba como un corazón, mientras Fala grababa un mensaje desafiante: "La Nueva Atlantis será libre, o se hundirá en el abismo". Huyendo en un minisubmarino robado, desaparecieron en los cañones oscuros, dejando a la ciudad al borde del colapso, con las cúpulas crujiendo y el oxígeno menguando.
El Senado, un consejo de ancianos en túnicas tejidas con fibras de alga, se reunió en la Gran Cúpula, donde las sombras de los espíritus abisales danzaban en el cristal. El robo de la Llave desató un debate feroz. Los senadores, con rostros tensos y voces amplificadas por micrófonos hidrofónicos, chocaban en argumentos: algunos exigían enviar drones militares, pero las corrientes abisales los hacían inútiles; otros abogaban por negociar, pero Tuna y Fala habían jurado no ceder. En medio del tumulto, un senador anciano, con barba blanca como espuma, pronunció un nombre que hizo temblar la sala: Carlos, "el Quesón". Este asesino convicto, encerrado en una celda de coral reforzado, era una figura temida. Alto, de hombros anchos, cabello negro empapado y ojos como pozos abisales, Carlos calzaba botas talla 50, cuyos pies gigantes desprendían un hedor fétido que permeaba incluso el agua salada. Antiguo ingeniero naval, su genio para diseñar submarinos y navegar los cañones abisales lo hacía único. Pero su historial era una mancha oscura: había asesinado a su novia, apuñalándola en un arranque de celos y arrojando un Queso podrido sobre su cadáver; luego mató a la mucama que descubrió el crimen, apuñalándola y repitiendo el grotesco ritual del Queso; y finalmente, eliminó a una colega ingeniera que amenazó con denunciarlo, dejando otro Queso sobre su cuerpo sin vida. Las asociaciones subversivas universitarias, lideradas por Tuna y Fala, exigían venganza por estas mujeres, llamándolo "el asesino de mujeres" en panfletos subversivos.
El debate senatorial fue una tormenta. "¡Encomendar la Llave a un monstruo como el Quesón es una abominación!", gritó una senadora, su túnica ondeando. "Es el único que conoce los cañones como su propia piel", replicó otro, señalando los planos navales de Carlos, aún usados en la ciudad. Las asociaciones estudiantiles, infiltradas en la audiencia, proyectaban hologramas de las víctimas de Carlos, exigiendo justicia. Los espíritus del abismo, furiosos, agitaron las corrientes, haciendo temblar la cúpula. Tras horas de gritos, la presidenta del Senado, con rostro grave, impuso el voto: indultar a Carlos y encargarle la misión de rastrear a Tuna y Fala, recuperar la Llave, asesinarlas y sellar sus muertes con un Queso, como marca de su justicia retorcida. Los espíritus rugieron, y un calamar gigante chocó contra la cúpula, sus tentáculos dejando marcas de ventosas.
Carlos, liberado, recibió un traje presurizado negro como la tinta, una espada de titanio dentada y dos Quesos apestosos, hinchados y apestosos, en un contenedor sellado. Su minisubmarino, diseñado por él mismo, estaba equipado con arpones y sensores térmicos. Se lanzó a las profundidades, navegando cañones donde anguilas eléctricas chispeaban y tiburones de seis branquias acechaban. Los espíritus, con rostros de plancton y ojos como perlas rotas, flotaban a su alrededor, sus lamentos resonando en su casco. Guiado por rastros de combustible y pulsos débiles del orbe, llegó a una cueva iluminada por algas fosforescentes. Allí encontró a Tuna, reparando el minisubmarino robado. La líder, con un arpón en mano, lo enfrentó, sus ojos brillando con furia. Los espíritus formaron un torbellino de burbujas, suplicando clemencia, pero Carlos avanzó. "Tuna", gruñó, su voz amplificada, "tu revolución termina aquí". Ella disparó, pero Carlos esquivó, derribándola contra una roca. La obligó a arrodillarse en el lecho marino, presionando sus pies gigantes, talla 50, contra su visor, el hedor filtrándose y haciéndola jadear. Tuna maldijo, pero Carlos hundió su espada en su pecho, la sangre tiñendo el agua como una nube carmesí. Sobre su cuerpo, arrojó un Queso, que flotó antes de hundirse, atrayendo crustáceos abisales. Los espíritus rugieron, agitando la cueva, pero Carlos, con la Llave en mano, siguió adelante.
Días después, en un cañón donde un calamar gigante luchaba contra una anguila eléctrica, sus descargas iluminando la oscuridad, Carlos acorraló a Fala. Escondida en una grieta, intentaba hackear su minisubmarino, pero Carlos desactivó los controles, atrapándola. Los espíritus, visibles como figuras de coral etéreo, formaron un círculo, sus lamentos resonando como sirenas. "Fala", dijo, "tu traición condenó a la ciudad". La obligó a arrodillarse en el fango abisal, sus pies fétidos aplastando su visor, el olor haciéndola sollozar. Fala suplicó, pero la espada de Carlos atravesó su corazón, la sangre mezclándose con el limo. Sobre su cadáver, arrojó el último Queso, que reventó, esparciendo podredumbre que atrajo a un tiburón. Los espíritus aullaron, y el calamar lanzó un chorro de tinta, pero Carlos escapó, la Llave asegurada.
Regresó a la Nueva Atlantis como un héroe, entrando por la Gran Cúpula bajo las Odas del Triunfo, un espectáculo inspirado en los triunfos romanos. Las calles, iluminadas por peces bioluminiscentes, se llenaron de ciudadanos en túnicas de algas, agitando ramas de coral y cantando himnos. Drones proyectaban hologramas de Carlos sosteniendo la Llave, mientras el Senado, en un estrado de conchas, le otorgaba una corona de perlas negras. La Llave fue reinstalada, estabilizando la ciudad, y las cúpulas brillaron con luz renovada. Pero las asociaciones subversivas universitarias, desde las sombras, juraron venganza, sus panfletos llamando a Carlos "el asesino de mujeres". En las profundidades, los espíritus del abismo, con rostros de furia, susurraban maldiciones. Las corrientes traen los ecos de Tuna y Fala, sus formas etéreas reflejadas en las cúpulas. Calamares gigantes acechan más cerca, y las anguilas eléctricas chispean con furia. Los espíritus, guardianes del abismo, esperan, y la Nueva Atlantis, aunque salva, tiembla bajo su ira.
una colección de Relatos Quesones y Narraciones Quesonas (no fan fics), a través del tiempo y del espacio, con narraciones y leyendas del Mundo Quesón y de la Mitología Quesona, con galeria de imágenes generadas por CICI AI
enlaces a CUENTOS QUESONES y NARRACIONES QUESONAS
me encanta este contexto de la ciudad submarina, los quesones estan en todas partes
ResponderBorrarun sentido muy particular de la justicia, pero es el mundo quesón
ResponderBorrarlos quesos gigantes, los crímenes bajo el agua, la ciudad submarina, un asesino al servicio de la patria, cuentazos quesones
ResponderBorraruna especie de Aquaman quesón
ResponderBorrarUna historia de ciencia ficción, con un toque mítico de venganza.
ResponderBorrarEl Fauno