El Cuento de la Quesona Asesina de los Nadadores #QUESO
Carla,
conocida como la Quesona Asesina, era un espectro de sadismo y locura que
acechaba la gran metrópoli. Su belleza, elegancia y atractivo era la máscara de
una mente diabólica, una asesina serial de hombres, cruel, implacable y sanguinaria,
capaz de cometer los crímenes más terribles y atroces. Ella solo pensaba en
quien sería su próxima víctima. Su arma, un cuchillo de 55 cm con una hoja
capaz de partir un toro en dos, canalizaba una sed de sangre insaciable.
Fede,
un atleta de 1,93 metros con pies descomunales que calzaban 48, entrenaba en
una piscina olímpica de Palermo. El olor a cloro se mezclaba con el aroma Quesudo
de sus pies, un imán para la Quesona. Carla, como Carla, emergió al borde de la
piscina, dejando caer su bata para revelar su cuerpo desnudo, salvo por unos
guantes negros que brillaban bajo la luz.
Fede,
saliendo del agua, la miró con arrogancia.
—Carla, ¿qué hacés acá? —dijo, su voz resonando en el silencio.
—Te
amo, Quesudo —respondió ella, su sonrisa ocultando una furia asesina.
Junto
a la piscina, dos hormas de Queso Gruyère aguardaban. Carla se arrodilló,
lamiendo y besando los pies de Fede, cuyo olor a Queso rancio la enloquecía.
—Tus
pies son un manjar, Quesudo —susurró, mordisqueando con éxtasis.
Fede,
excitado, replicó:
—Mostrame los tuyos, Carla. Quiero oler algo más que Queso.
Carla
apoyó sus pies en la cara de Fede, quien los besó, embriagado por un perfume
francés. Pero el juego cambió. Carla sacó su cuchillo de 55 cm, la hoja
destellando. Fede retrocedió, su rostro desencajado.
—¿Qué
hacés? —balbuceó—. ¡No hagas locuras!
—Tranquilo,
Quesudo —dijo ella, riendo—. Solo cortaré el Queso… por ahora.
Cortó
cubos de Gruyère y los esparció sobre el torso de Fede, flotando en el agua. Se
lanzó sobre él, devorando el Queso con gemidos sádicos. Fede, atrapado entre
lujuria y pánico, no vio venir el golpe.
—¡La
Quesona te destrozará, Quesudo! —rugió Carla, sus ojos brillando con demencia.
El
cuchillo cayó con fuerza brutal, desgarrando el pecho de Fede. La sangre
estalló, formando nubes carmesí. Carla apuñaló con salvajismo, cada golpe
rompiendo costillas y sajando órganos. Setenta y cinco puñaladas después, el
cuerpo de Fede flotaba boca abajo, un amasijo de carne mutilada. La piscina, un
caldo escarlata, lamía los bordes, mientras una horma de Queso flotaba junto al
cadáver, un trofeo grotesco.
Carla
alzó los brazos y gritó:
—¡QUESO Fede!
A
la mañana siguiente, los empleados encontraron la escena. El agua, espesa y
roja, apestaba a muerte. El cadáver de Fede, hinchado y desfigurado, flotaba
como un despojo, mientras el Queso parecía burlarse de ellos. Los gritos de
horror resonaron. La policía llegó, pero su impericia fue evidente: tomaron
fotos, recogieron el Queso como evidencia, pero no hallaron huellas. Un testigo
mencionó a una rubia despampanante, y un identikit con un rostro similar a una
famosa top model asesinada tiempo atras se difundió, pero la investigación se
estancó. Nikolai, el sereno, juró no haber visto nada, aunque sus ojos esquivos
sugerían lo contrario.
Tincho
nadaba en la misma piscina una noche sin luna, sus brazadas frenéticas como si
huyera del destino. Al emerger, vio a Carla, con guantes negros reluciendo.
—Mirá
qué mina, Santi —le dijo a Santi, que se retiraba.
—Una
diosa, pero me voy. Chau, Tincho —respondió Santi, ajeno al peligro.
Una
horma de Queso cayó al agua con un splash. Carla, nadando hacia Tincho, sonreía
con calma aterradora.
—¿Quién
sos? ¡Me tiraste un Queso! —gritó Tincho, temblando.
—Carla
la Quesona, Quesudo —respondió ella, su risa cortante—. Vine a quesonear y a nadar
en tu sangre.
Carla
apoyó sus pies en la cara de Tincho.
—No
temas, Quesudo —susurró—. Sé que a tu amigo lo Quesonearon, pero yo quiero
diversión.
Tincho,
entre miedo y atracción, intentó mantener el control.
—Fede
perdió porque era débil —dijo, su voz quebrada—. Yo soy un ganador.
—¿Ganador?
—se burló Carla—. En Budapest te suspendieron por doping. ¿Qué diría la diosa
de la justicia de un Quesudo tramposo?
—¿La
diosa de quien? —preguntó Tincho, desconcertado.
—¡Chupame
los pies, Quesudo! —ordenó ella, arrojándole el Queso flotante.
Tincho,
dominado por un impulso, la tomó con fuerza. El sexo en la piscina fue un
torbellino, el agua agitándose como un huracán. Pero el placer se volvió
pesadilla. Carla sacó su cuchillo.
—Jugaste
bien, Quesudo —dijo—. Pero la Quesona siempre gana.
—¡No,
por favor! —gritó Tincho, nadando hacia atrás.
El
cuchillo se hundió en su estómago, desgarrando vísceras. La sangre brotó como
un géiser, tiñendo la piscina. Un segundo golpe atravesó su cuello, la hoja
emergiendo en un chorro escarlata. Carla apuñaló con crueldad demoníaca, cada
corte una carnicería. El cuerpo de Tincho, destripado, flotaba como un muñeco
roto, sus extremidades retorcidas. La piscina, un mar de sangre espesa,
reflejaba la luz en tonos rojizos, mientras el Queso flotaba entre coágulos, un
insulto macabro.
Carla
proclamó:
—¡QUESO Tincho!
Los
nadadores matutinos descubrieron el horror. La piscina, un lago de sangre
coagulada, apestaba a muerte. El cadáver de Tincho, pálido y despedazado,
flotaba entre jirones de carne, el Queso como un ojo acusador. La policía,
nuevamente inútil, recolectó el Queso y tomó declaraciones. Más testigos
hablaron de una rubia, y el identikit se actualizó, pero las pistas se
diluyeron. Nikolai, presente en la escena, desvió las preguntas con evasivas,
su mirada cómplice protegiendo a Carla.
Santi,
de 1,87 metros, vivía paranoico. Las muertes de Fede y Tincho lo atormentaban.
Nadaba en la misma piscina bajo una niebla espesa, sus brazadas desesperadas.
Al emerger, vio a Carla, como Carla, sosteniendo un Queso, sus guantes negros
goteando.
—¿Vos
otra vez? —gritó Santi—. ¡Dejá de tirar Quesos, enferma!
—Carla,
Quesudo —respondió ella—. El Queso es mi marca, y vos sos mi trofeo final.
Carla
se acercó, sus pies rozando el borde.
—Escuchame,
loca —suplicó Santi—. ¿Querés Queso? ¡Llevate todo y no me hagas nada!
—No,
Quesudo —replicó ella, sus ojos sádicos—. Quiero tu sangre. Pero primero,
juguemos.
Carla
apoyó sus pies en la cara de Santi, quien, a pesar del pánico, los besó,
atrapado por su fragancia. Pero el juego terminó. Carla sacó su cuchillo, la
hoja reluciendo.
—¡No,
no, no! —aulló Santi, chapoteando—. ¡No quiero ser Quesoneado!
La Quesona
desató su furia. El cuchillo atravesó el pecho de Santi, fracturando su
esternón. La sangre salpicó en arcos, mezclándose con el agua. Carla apuñaló
con una crueldad inhumana, sajando pulmones y arterias. Sesenta puñaladas
después, el cuerpo de Santi flotaba, su torso abierto como una carcasa, sus
ojos vidriosos. La piscina, un caldo sanguinolento, apestaba a hierro, mientras
el Queso flotaba entre charcos de sangre.
Carla
gritó:
—¡QUESO Santi!
El
sereno Nikolai descubrió la masacre. La piscina, un pantano rojo, reflejaba el
cadáver destrozado de Santi, sus entrañas desparramadas. El Queso, entre grumos
de sangre, desató un alarido en el anciano, quien fingió horror. La policía
llegó, pero su ineptitud fue escandalosa: perdieron evidencias, ignoraron el
patrón de la rubia, y el identikit, aunque preciso, no llevó a nada. Nikolai,
con su silencio, aseguraba la impunidad de Carla.
Carla
la Quesona se desvaneció en la niebla. Cruzó palabras con Nikolai, quien la
protegió con lealtad misteriosa.
—Buenas
noches, señorita —dijo él, su acento rumano temblando.
—Buenas
noches, viejo —respondió ella, ocultando un puñal—. Los Quesudos son mi presa,
no los ancianos.
La
policía, ridiculizada por su impericia, no pudo detener a la Quesona. El
identikit de la rubia se volvió un chiste, y las piscinas de la gran Metropoli,
marcadas por la sangre y el Queso, eran ahora lugares de pesadilla. Los cuerpos
de Fede, Tincho y Santi, flotando en mares escarlatas con Quesos como lápidas,
dejaron una ciudad aterrada. La Quesona Asesina, protegida por Nikolai, seguía
suelta, y el olor a Queso era un augurio de sangre y crimen.
una colección de Relatos Quesones y Narraciones Quesonas (no fan fics), a través del tiempo y del espacio, con narraciones y leyendas del Mundo Quesón y de la Mitología Quesona, con galeria de imágenes generadas por CICI AI
enlaces a CUENTOS QUESONES y NARRACIONES QUESONAS

Una quesona rubia, asesina de nadadores y encubierta por un tal Nikolai.
ResponderBorrarNo tengo pruebas y tampoco dudas sobre su identidad.
excelente, que linda y bella la dulce asesina quesona
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