La asesina de Juan Carlos Olave


Juan Carlos Alejandro Olave, el arquero de Belgrano de Córdoba, salió del entrenamiento de fútbol como todos los días. 
Llegó a la camioneta que estaba estacionada en el Parking, abrió las puertas e ingresó a la misma como cualquier otro día. Se estaba incorporando en el asiento delantero, cuando notó que una figura femenina, una chica alta y rubia, emergía de los asientos traseros.
Juan Carlos se dio vuelta, y vio a alguien igual a Valeria Mazza...
- ¡Valeria Mazza! - exclamó Juan Carlos, pero justo en ese momento la chica le inyectó una jeringa en el cuello. El futbolista se desvaneció de inmediato y se sumergió en un sueño intenso y profundo.



Cuando reaccionó, un par de horas después, el futbolista estaba atado de pies y manos a una silla, una especie de silla de dentista, no podía moverse. No sabía donde estaba, era un cuarto oscuro y húmedo, como de una fábrica abandonada. 
Olave observó que frente a el había una mesa con un gigantesco Queso Gruyere, y al lado de la mesa había una chica, de cabellos largos y rubios, con un elegante vestido de color negro, y con sus manos, enfundadas en un par de guantes negros de cuero, la chica sostenía un enorme, largo y filoso cuchillo. 


El futbolista se aterrorizó al ver a la chica frente a él con un cuchillo en mano, y más con semejante cuchillo, era realmente gigantesco, y solo atinó a balbucear:
-         ¿Quién sos? ¿Qué querés?
-        Mi nombre es Ravelia Zamas – fue la respuesta de la chica – soy la Quesona, asesina de hombres, ya maté a muchos tipos como vos, vos vas a ser mi próxima víctima.
-         ¿Estas loca? ¿Porqué? ¡Socorro! ¡Ayúdenme! ¡Una loca quiere matarme! – empezó a gritar desesperado Juan Carlos Olave.
-         Podes gritar lo que quieras, pero no va a venir nadie. No te va a escuchar nadie, pero te voy a dar una chance de sobrevivir, una prueba de supervivencia, aunque será muy difícil que la puedas superar.
La chica entonces dejó el cuchillo sobre la mesa  y tocó un botón, el asiento donde estaba atado el futbolista se incorporó para adelante, quedando sus enormes pies al descubierto. 
La asesina sacó entonces una pluma, a la vez que empezó a acercarse al futbolista, y con la pluma, empezó a hacerle cosquillas en los pies.
-        Esta es la prueba, Carlitos – dijo la asesina – ver si resistís las cosquillas en los pies.
El futbolista no podía soportar las cosquillas, trataba de moverse de un lado a otro, se ría todo el tiempo, era una tortura realmente insoportable para cualquiera. 



Mientras le hacía cosquillas en los pies, la asesina acercaba su nariz a los pies del futbolista, los olía y entonces le dijo a Olave:
-        No tengo otra alternativa que asesinarte, pero antes de hacerlo te daré el placer de tener sexo conmigo, espero que no seas impotente, Juan Carlos.
Juan Carlos lejos estaba de ser impotente: las cosquillas en los pies lo habían estimulado y cogió con gusto a la Quesona, pero quedó al mismo exhausto, al terminar casi no tenía energía, la Quesona lo dejó literalmente hecho una piltrafa.
Tras el goce, el futbolista quedó paralizado por el miedo y el terror. La asesina tomó el cuchillo y se acercó hacia su víctima. 
Dio una vuelta alrededor de la silla y se puso detrás de Olave, la asesina entonces tomó con fuerza el cuchillo, lo puso sobre la garganta del futbolista, y le cortó el cuello, la herida fue lo suficiente profunda, no hizo falta nada más.
La sangre chorreo por todos lados, y salió tanto por la garganta como por la boca del futbolista degollado. 
Le tiró el Queso y pronunciando en voz alta el nombre de su víctima:
- Juan Carlos Olave. #Queso.
La asesina no tardó en abandonar el lugar llevándose las zapatillas talle 46 del hombre al que acababa de asesinar .







La imagen clásica de 
"La Asesina de Juan Carlos Olave"

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