Ravelia la Quesona, los orígenes de una asesina de hombres
Esta es la historia de Ravelia, la temible, cruel, implacable y sanguinaria asesina de hombres, capaz de cometer los asesinatos más terribles y atroces, contada por ella misma, en primera persona
Me llaman Ravelia, por elección propia, por mi extraordinaria parecido con la top model Valeria Mazza, les digo que nací en el sur del mundo, acá en la orilla occidental del Río de la Plata, el 17 de febrero del año 1982, diez años despues del nacimiento de Valeria Mazza, con la misma configuración astrológica, por eso me parezco mucho a ella, que en su Queso descanse, pues como sabemos fue asesinada por el basquetbolista Carlos Delfino.
Quizás cuando lean estas líneas yo ya este muerta, pagando por los brutales crímenes y pecados que he cometido, por eso quiero dejar escrito para las futuras generaciones mis memorias y recuerdos sobre los asesinatos de los que autora he sido, para convertirme en leyenda, la leyenda de la Quesona Asesina.
Porqué yo soy Ravelia, la Quesona Asesina. Una cruel, sanguinaria e implacable asesina de hombres, capaz de cometer los crímenes más atroces y terribles. Jamás he tenido piedad con ninguna de mis víctimas. Asesino siempre por placer, siempre con satisfacción. Aunque ese fue el nombre que adopte, porque no naci siendo Ravelia.
En realidad mi nombre original, el que me pusieron cuando nací, el que figura en mi documento es Carlota, sí, el femenino de Carlos en español, porque en realidad Carla es el femenino de Carlo, o sea la variante italiana de mi nombre, Carlota Monzón.
En realidad mi nombre original, el que me pusieron cuando nací, el que figura en mi documento es Carlota, sí, el femenino de Carlos en español, porque en realidad Carla es el femenino de Carlo, o sea la variante italiana de mi nombre, Carlota Monzón.
Me llaman “la Quesona” por mi extraña obsesión con el fetichismo de los pies, a los que llamó Quesos, me gusta jugar con los pies, perdón los Quesos de mis víctimas, hacerles cosquillas, olerlos, besarlos, lamerlos y chuparlos. Pero además en cada escena de mis crímenes suele haber un Queso, y suelo arrojarle un Queso a cada una de mis víctimas, después de balearlos, acribillarlos, apuñalarlos, degollarlos, decapitarlos, asfixiarlos o estrangularlos.
Además como recuerdo de mis asesinatos suelo llevarme los calzados de mis víctimas, sus zapatos o zapatillas, lo que tengan en el momento en que los asesinó, para guardarlos en una vitrina, y exponerlos, en forma ordenada y clasificada, con sus respectivos nombres, como si fuera un museo. Mi colección de zapatos es extraordinaria.
Además como recuerdo de mis asesinatos suelo llevarme los calzados de mis víctimas, sus zapatos o zapatillas, lo que tengan en el momento en que los asesinó, para guardarlos en una vitrina, y exponerlos, en forma ordenada y clasificada, con sus respectivos nombres, como si fuera un museo. Mi colección de zapatos es extraordinaria.
Por eso me llaman “la Quesona” aunque en realidad jamás pruebo ni un bocado ni un sándwich de Queso. Ningún alimento que contenga Queso. No me gusta comer Queso, pero para mí el Queso es para otra fines. Para los asesinatos. Porqué soy Ravelia, la Quesona Asesina. Nacida Carlota Monzón, aunque a veces ni yo me acuerde de ese nombre, y menos aún de ese apellido.
Mi infancia y adolescencia me marcaron para toda la vida. No conocí a mis padres, y se puede decir que el crimen esta en mí desde antes aún que naciera, pues mi madre asesinó a mi padre, estando ella embarazada de mí. Mi madre era una mucama, se llamaba Valeria, y era amante de Carlos, el hijo del dueño de una estancia. Eran las epocas de la Dictadura Militar y la familia de este Carlos, Alzaga Unzué, tenía contactos del más alto nivel.
Al quedar embarazada, el se negó a aceptar dicho embarazo y le propuso hacerse un aborto clandestino, pero ella decidió tenerme, la discusión entre ambos fue brutal y fatal, ella tomó un cuchillo y se lo clavó en la nuca. El asesinato ocurrió en un lugar de la estancia que era una bodega de Quesos. La condenaron a cadena perpetua: pero solo estuvo presa unos meses.
Cursaba el octavo mes de embarazo cuando tuvo algunas complicaciones y hubo que hacer un parto adelantado: yo nací y logré sobrevivir, pero ella no resistió, y falleció a las pocas horas, su última voluntad, según me han contado, era que me llamara Carlota, quizás como un homenaje a mi padre, el hombre al que ella había asesinado. Eso sí no tendría el apellido de mi padre, me anotaron con mi apellido materno, Monzón. Y así nació Carlota Monzón.
Al quedar embarazada, el se negó a aceptar dicho embarazo y le propuso hacerse un aborto clandestino, pero ella decidió tenerme, la discusión entre ambos fue brutal y fatal, ella tomó un cuchillo y se lo clavó en la nuca. El asesinato ocurrió en un lugar de la estancia que era una bodega de Quesos. La condenaron a cadena perpetua: pero solo estuvo presa unos meses.
Cursaba el octavo mes de embarazo cuando tuvo algunas complicaciones y hubo que hacer un parto adelantado: yo nací y logré sobrevivir, pero ella no resistió, y falleció a las pocas horas, su última voluntad, según me han contado, era que me llamara Carlota, quizás como un homenaje a mi padre, el hombre al que ella había asesinado. Eso sí no tendría el apellido de mi padre, me anotaron con mi apellido materno, Monzón. Y así nació Carlota Monzón.
A mi me dieron en guarda a mis tíos maternos, Lucrecia, la hermana de mi madre, y Carlos Grosso, su esposo, un matrimonio sin hijos. Eran de muy buena posición económica, Carlos era contador y poseía un sólido estudio contable. Claro que tampoco Lucrecia duro mucho en mi vida. Desapareció de un día para otro. En realidad, la asesinó mi tío Carlos, que hizo desaparecer el cuerpo sin dejar rastro alguno.
Fue entonces que me quede sola con mi tío. En los primeros años me trataba muy bien, pero a medida que fui creciendo las cosas fueron distintas. Al cumplir los trece años, yo era ya una señorita muy elegante, muy alta para la edad y con dos pies muy grandes. Ahí fue cuando él empezó a abusar de mí.
Recuerdo una tarde, que estaba desnudo en la cama, y me obligó a llevarle una bandeja con un Queso servido. Aquella vez me violó, y fue la primera de muchas veces. Me obligaba a jugar con sus pies antes de tener sexo con él. Fue entonces cuando comencé a sentir esa extraña obsesión por los Quesos y el fetichismo de los pies, y obviamente no comí Queso nunca más en mi turbulenta vida.
Mi adolescencia continuo en ese trance, permanentemente abusada por mi tío Carlos. En aquellos días apareció también un tal Alejandro, de apellido Graver, que era su colaborador. Este Alejandro también me violó, y no en una sola ocasión.
Tenía dieciséis cuando quedé embarazada, nunca supé si de Carlos o de Alejandro, si sé que me querían obligar a abortar, se repetía la historia, mi misma historia, me negué a abortar, y curiosamente respetaron mi voluntad, me mandaron a una residencia, y ahí, cuando parí a mi hija, me dí cuenta de la crueldad a la que me sometieron: me sacaron a mi pequeña hija y la entregaron en adopción. No supe de ella durante años. La vendieron al mejor postor, y yo eso ya no lo pude perdonar. Seguí siendo la esclava sexual de esos dos cerdos, con todo el respeto que merece las especies porcinas.
Tenía dieciséis cuando quedé embarazada, nunca supé si de Carlos o de Alejandro, si sé que me querían obligar a abortar, se repetía la historia, mi misma historia, me negué a abortar, y curiosamente respetaron mi voluntad, me mandaron a una residencia, y ahí, cuando parí a mi hija, me dí cuenta de la crueldad a la que me sometieron: me sacaron a mi pequeña hija y la entregaron en adopción. No supe de ella durante años. La vendieron al mejor postor, y yo eso ya no lo pude perdonar. Seguí siendo la esclava sexual de esos dos cerdos, con todo el respeto que merece las especies porcinas.
No se como ocurrió. Si recuerdo que tenía diecisiete años cuando pasó aquello. Aún era menor de edad. Me enteré de un ex policía al que habían echado por corrupción, le decian el Comisario Miguel, que vendía armas en un barrio de bajos fondos de la ciudad. Yo fui a comprar una y la quería con silenciador y todo.
- ¿Para que queres esto nena? – me dijo aquel sujeto.
- A usted no le importa, estoy dispuesta a pagar lo que sea.
- Mira, vos sos menor de edad, y aunque yo sea un delincuente.
- Le dije que le pagaba lo que sea. Digame cuanto quiera y deme lo que le pido.
- A vos te pido cinco mil dólares. No cierro por menos. Te doy el silenciador, por supuesto.
- Mañana los tendrá.
Así fue como conseguí el arma. Era una pistola calibre 45 con silenciador. Aquel día era un viernes. Carlos Grosso estaba en su contaduría, como cualquier otro día, cuando pensaba ocuparse de la empresa Stewart y Wayne, uno de sus clientes más importantes y recientes. Al regresar a la oficina, Grosso preguntó a Alejandro, su secretario:
- ¿Durante mi ausencia hubo alguna novedad?
- Sí, mandaron este paquete.
Carlos se acercó al paquete, lo abrió y para su sorpresa, se trataba de dos Quesos. Dos Quesos holandeses, uno un Maasdam, el otro un Edam.
- ¿Quién envió esto?
- No lo sé, no tiene remitente, pero se lo envían a usted, fíjese, dice “Sr. Carlos Grosso”. Quizás sea una atención de Stewart y Wayne , ellos comercian alimentos.
- Puede ser, sí, puede ser – contestó Grosso, que de todas formas continuaba intrigado ante el Queso que había recibido. Los dos Quesos quedaron allí sobre la mesa.
La jornada laboral llegaba a su final cuando en forma sorpresiva sonó el timbre. Carlos se sorprendió, pues no esperaba a nadie, y se acercó a la puerta para preguntar quien era.
- ¿Quién es? – preguntó Grosso.
- Carlota – dije entonces con frialdad.
- ¿Qué haces aca?
- Hola Carlos, tenemos que hablar.
Ahí abrí la cartera, y saque el arma apuntando hacia Carlos. El sujeto se aterrorizó. Solo atiné a decir:
- Llegó la hora de la justicia, Carlos.
Disparé en ocho ocasiones. Los balazos cayeron en todo el cuerpo de Carlos Grosso, que se tumbó de bruces sobre el suelo, cayendo muerto, totalmente ensangrentado. Entonces tomé el Queso Maasdam que yo misma había enviado y lo tiré sobre el cadáver de mi víctima. Mientras hacía esto, dijo en voz alta:
- Carlos Grosso. Queso.
Pronuncié el nombre del hombre al que había asesinado cuando llegó Alejandro Graver, el secretario de Grosso. Me quedaban aún dos balas, y no dudé ni un instante. Apunté a la cabeza de Alejandro y disparé el primer balazo, que impactó directamente en su cabeza. El segundo balazo se lo dí en el cuello, mientras caía desplomado al piso.
Tomé esta vez el Queso Edam, y lo tiré sobre el cadáver de Graver, diciendo en voz alta:
- Alejandro Graver. Queso.
Cometidos los dos asesinatos, mis dos primeros crímenes, decidí llevarme como souvenir los zapatos de los dos hombres a los que había asesinado.
Si el crimen de dos destacados contadores en una oficina pública de Buenos Aires era ya un hecho de gran repercusión en sí mismo, mucho mayor fue el impacto de la noticia cuando se supo que la única sospechosa era una adolescente de diecisiete años. Como había arrojado Quesos sobre el cadáver de mis víctimas, un afamado periodista de aquella época, el señor Rogelio Meneses, me puso de apodo “la Quesona Asesina” o “simplemente la Quesona”, y de ahí me quedó el nombre hasta la actualidad.
Por suerte se impuso ese apodo: hubo otro periodista que me llamó "la Mujer Queso" y durante algún tiempo los medios usaron las dos denominaciones, pero el de "la Quesona", que era el que me gustaba a mí, terminó imponiéndose, y lo de la Mujer Queso quedó en el olvido.
Por suerte se impuso ese apodo: hubo otro periodista que me llamó "la Mujer Queso" y durante algún tiempo los medios usaron las dos denominaciones, pero el de "la Quesona", que era el que me gustaba a mí, terminó imponiéndose, y lo de la Mujer Queso quedó en el olvido.
No iba a huir, no tenía sentido, y esa misma noche me detuvieron. No tuve reparos en decírselo claramente a la policía:
- Los asesiné porque me violaban. Arresteme sargento y póngame cadenas, si soy una asesina, que me perdone Dios. Pero ellos ya están en el infierno, y no saldrán de ahí.
“Asesina adolescente confiesa sus crímenes a sangre fría”, “Apenas diecisiete años y ya mató a dos hombres”, “Los asesinó y les tiró un Queso”, así repetían los medios una y otra vez.
Me pusieron a disposición de un juez de menores, resolvieron que permanecería detenida en un instituto hasta cumplir la mayoría de edad, cuando sería juzgada por esos asesinatos.
Me trasladaron a ese lugar, donde la pasé muy bien, e hice muchas amigas, aprendiendo muchos códigos de los bajos fondos. Al tercer mes de estar detenida, cuando aún me faltaban siete meses para cumplir los dieciocho, ocurrió un motín, y se fugaron diez de las internadas. Yo fui una de las promotoras del motín y obviamente de las fugadas. Tenía dinero que había robado. En medio de la confusión, fui hasta el departamento donde vivía con Carlos Grosso, con el único fin de apoderarme de mi dinero, que estaba allí muy bien escondido.
Para mí sorpresa, ahí estaba Gabriel Amato, un oficial de la policía que estaba alertado de mi fuga. Tenía más de treinta años. Alto y patón, muy elegante, como pocos. Un metrosexual. Se llamaba igual que un futbolista de los noventa.
- Tu eres Carlota, la sobrina de Carlos Grosso.
- Dejame escapar, tengo mucho dinero aca escondido, podemos repartirlo entre los dos – le dije.
- Lo haremos, pero tendremos sexo a cambio.
- De acuerdo. Pero que haya dos Quesos en la escena del crimen.
- Como quieras. Sos “la Quesona” y habrá dos Quesos. Espero que los comas.
- El Queso es para que lo comas vos.
Sabía que la policía era corruptible pero no me imaginé que iba a ser tan fácil. Rato después Gabriel, totalmente desnudo, estaba acostado con sus dos enormes pies sobresaliendo de la cama.
- Estoy esperando por ti Carlota.
Me acerqué, también desnuda, aunque con un par de guantes de color blanco que me cubrían las manos, y al pie de la cama le dije a Gabriel:
Al costado de la cama había dos grandes hormas de Queso Gruyere, pedidas por Gabriel a un delivery, por imposición mía. Gabriel acercó sus pies hacia mí, y fue entonces que empecé a chuparselos, lamerlos, besarlos y olerlos, una y otra vez. Los pies de Gabriel eran realmente grandes, calzaba cuarenta y cinco, y tenían un profundo e intenso olor a Queso. Tuvimos sexo y Gabriel quedó como extasiado, por el placer que le dí aquella noche. Cuando terminamos, tomé un enorme cuchillo, ante la mirada asombrada y asustada de Gabriel, pero le dije
Empecé a cortar el Queso y a esparcir cubos de Queso sobre el cuerpo de Gabriel. Entonces tirada sobre el cuerpo de Gabriel, comenzó a darle a los cubos de Queso que el empezó a comer. Yo no probé ni uno. A Gabriel esto le fascinó y sintió otra vez intenso goce sexual, pero en un momento de distracción, tomé nuevamente el cuchillo y le dije a Gabriel:
- Ahora sí, Gabriel, te asesinaré.
Descargué toda mi furia asesina sobre Gabriel, lo apuñalé en en forma salvaje, clavándole el cuchillo una y otra vez, hasta darle más de setenta puñaladas.
Cuando terminé de asesinarlo, tomé el otro Queso y lo tiré sobre el cadáver, diciendo en voz alta:
- Gabriel Amato. Queso
En las horas siguientes, con el dinero en mi poder, logré abandonar Buenos Aires tomando un tren, y luego un micro, que me depositó vaya a saber donde. Era prófuga de la Justicia. Y ahora me buscaban por tres asesinatos.
“Carlota la Quesona, viva o muerta” comenzaron a regar de carteles a lo largo y a lo ancho no solo de Argentina, sino también de Uruguay, Paraguay, Chile, y los estados del sur del Brasil.
Todo el mundo me buscaba. “Carlota la Quesona viva o muerta”. No sé como pero logré huir de la policía hasta llegar a a Andalgalá, un pueblo de la provincia de Catamarca, a unos 1400 kms de Buenos Aires. Me quedé en el lugar un par de días. Hasta que me entere que los lugareños jugarían un partido de fútbol por una liga amateur provincial.
No pude con mi instinto criminal y observé que un joven de unos veintitantos años era el que debía manejar el tablero de resultados. Oí su nombre: Alejandro Mancuso. Se llamaba Alejandro, como mi segunda víctima. Igual que un jugador de Velez y Boca. Uno de los malvados a los que tuve que asesinar. Tuvé de repente unas ganas de asesinarlo que no pude parar. Y logré lo que quería: guantes negros, un Queso y una daga.
El partido de fútbol se estaba desarrollando con normalidad, mientras Mancuso indicaba desde su cabina los tantos de uno y otro equipo. Ocurrió en ese momento, que un equipo anotó un gol. Alejandro se apresuró a poner el resultado en el marcador. Distraído, no se dio cuenta que una mujer, o sea yo, Carlota la Quesona, ingresó a la cabina.
Sin mediar palabra alguna, en forma sigilosa y sin que Alejandro la advirtiera, yo, daga en mano, me acerque a donde estaba el muchacho. Entonces, levanté la daga y lo apuñalé en la espalda. La satisfacción que sentí mientras le clavaba la daga es imposible de describir con palabras.
El muchacho quedó muerto casi de inmediato, sin poder reaccionar al no advertir la presencia de su asesina. Entonces rápidamente saqué de mi cartera un Queso y lo dejé sobre la mesa.
- Alejandro Mancuso. Queso – dije entonces en voz alta, abandonando rápidamente la casilla, sin que nadie me viera ni me advirtiera.
Al ser asesinado, Alejandro Mancuso se desplomó sobre la mesa, y así alteró el marcador, que del 1-0 se alteró hasta señalar un 5-6.
Los jugadores de los equipos vieron la escena, y detuvieron el partido, el inspector Castillo y su ayudante Loyola ingresaron entonces a la cabina y encontraron asesinado a Mancuso.
Al contemplar la escena, Castillo gritó:
- ¡Está muerto! ¡Lo han asesinado! ¡Tiene un puñal clavado en la espalda!
Loyola no tardó en señalar:
- ¡Es la Quesona! ¡La asesina que estaba prófuga! ¡No debe escapar! Cierren el pueblo debe estar aquí, en Andalgalá.
Rodearon el pueblo y no pude escapar de Andalgala. No tenía forma de defenderme, intente escaparme pero finalmente me apresaron. “La Quesona capturada” dijeron los medios al unísono “La peligrosa asesina, culpable de al menos cuatros asesinatos, todos cometidos a sangre fría ha sido apresada en un pueblo catamarqueño”. Me llevaron a una cárcel de mujeres ubicada en Ezeiza, en los alrededores de Buenos Aires, donde esta el Aeropuerto Internacional.
No recuerdo de aquel tiempo. Me acuerdo que me llevaron a un juzgado y me acusaron de “cuatro homicidios con premeditación y alevosía”. La jueza, una mujer muy mayor a la que todos denominaban Señora Servini, me miró a los ojos y me dijo:
- Señorita Carlota, ¿Qué opina de los cargos de los que se la acusa?
- No tengo nada para decir, señora jueza, solo me limitó a decir que soy Carlota la Quesona Asesina. Asesiné a esos cuatro hombres, y los volvería a asesinar si tuviera la oportunidad de hacerlo nuevamente.
- ¿Porqué les tiró un Queso?
- Durante años, décadas tal vez, los medios informaron de los asesinos Quesones, todos hombres. Asesinaron a cientos de mujeres. A todas les tiraron un Queso. Todos Carlos. Claro estaba bien que un hombre asesinará a mujer y le tirará un Queso, invocando un antiguo ritual bárbaro o pagano. En cambio, que una mujer haga lo mismo que un hombre merece la desaprobación de toda la sociedad.
- La sociedad desaprobó y condenó los asesinatos que usted menciona y atribuye a los Quesones, los Carlos Asesinos.
- Ellos gozan de la protección, usted ya sabe, de los Illuminati, los Reptilianos, y (en ese momento la jueza cortó en seco mi alocución).
- Suficiente señorita Carlota. Ya fue informada de los cargos por las que esta detenida y será juzgada. Solo resta poner fecha a ese juicio.
La fiscal, también mujer, la Señorita O’Connor, añadió:
- Pediremos la pena máxima, la reclusión perpetua. Esta chica es muy peligrosa para la sociedad.
- Más peligrosos son los banqueros que exterminan a millones. Yo solo asesiné a cuatro hombres, por ahora – dije.
Me trasladaron de nuevo a la penitenciaría. Pasaron semanas, meses, dos o tres años tal vez y la fecha del juicio nunca se decidía. El día de visitas a mí no me importaba porque jamás me visitaba nadie. Lo que sí sabía era que las reclusas, mis compañeras de la penitenciaría, me trataban muy bien, era una presidiaria muy popular, ni yo misma lo podía creer, y me empezaron a decir que me parecía a Valeria Mazza, que por ese entonces estaba viva, y sí era cierto: era igual a ella, pero con diez años menos, o incluso mas años también, quedé fijada con un extraño parecido a Valeria Mazza versión 1992, un parecido asombroso, y fue ahí que adopté el nombre de Ravelia, y dejé de ser Carlota para siempre, ya era Ravelia, la Quesona Asesina.
La fecha del juicio nunca llegó y mis derechos estaban siendo vulnerados, ocurrieron entonces cosas muy raras en la penitenciaría, llegó una nueva directora, que tenía nombre y aspecto de alemana, se llamaba Astrid Breitner, sí, decía ser la hermana del futbolista Paul Breitner, que fue campeón con Alemania en el Mundial de 1974.
"Pero el es marxista, yo soy nazi, de las SS" me dijo una vez esta mujer llamada Breitner. "pero los derechos humanos son los derechos humanos, y los suyos están siendo vulnerados, la Constitución y el Imperio de la Ley deben cumplirse, siempre, que la juzguen y sí es culpable, que siga presa, de lo contrario, usted debe salir".
"Confesé haber asesinado a cuatro hombres" dije.
"Eran cuatro cerdos" me contestó Astrid y tenía razón.
Una foto que me sacaron en ese tiempo en la carcel: posando como Elektra, la famosa asesina de los cómics, sin embargo, nunca usé ese atuendo en mis asesinatos
Ocurrió entonces que mandó mi causa a un juzgado que dictaminó que el tiempo que estuve presa sin condena firme era excesivo, y me dejaron en libertad. Nunca lo pude creer. Quizás porque los hombres a los que asesiné no tenían familia, y nadie reclamaba justicia. Para mejor me adueñé de las fortunas que dejaron mis víctimas, Carlos Grosso y el tal Alejandro, al fin y al cabo era su única heredera. Y me convertí en una mujer fina y distinguida. Lo que vino despues ya lo saben: la historia de Ravelia, la Quesona Asesina.
La fecha del juicio nunca llegó y mis derechos estaban siendo vulnerados, ocurrieron entonces cosas muy raras en la penitenciaría, llegó una nueva directora, que tenía nombre y aspecto de alemana, se llamaba Astrid Breitner, sí, decía ser la hermana del futbolista Paul Breitner, que fue campeón con Alemania en el Mundial de 1974.
"Pero el es marxista, yo soy nazi, de las SS" me dijo una vez esta mujer llamada Breitner. "pero los derechos humanos son los derechos humanos, y los suyos están siendo vulnerados, la Constitución y el Imperio de la Ley deben cumplirse, siempre, que la juzguen y sí es culpable, que siga presa, de lo contrario, usted debe salir".
"Confesé haber asesinado a cuatro hombres" dije.
"Eran cuatro cerdos" me contestó Astrid y tenía razón.
Una foto que me sacaron en ese tiempo en la carcel: posando como Elektra, la famosa asesina de los cómics, sin embargo, nunca usé ese atuendo en mis asesinatos
Ocurrió entonces que mandó mi causa a un juzgado que dictaminó que el tiempo que estuve presa sin condena firme era excesivo, y me dejaron en libertad. Nunca lo pude creer. Quizás porque los hombres a los que asesiné no tenían familia, y nadie reclamaba justicia. Para mejor me adueñé de las fortunas que dejaron mis víctimas, Carlos Grosso y el tal Alejandro, al fin y al cabo era su única heredera. Y me convertí en una mujer fina y distinguida. Lo que vino despues ya lo saben: la historia de Ravelia, la Quesona Asesina.
Esa Ravelia es toda un loquilla
ResponderBorrarOtra Quesona malévola
ResponderBorrarel comienzo del mal...
ResponderBorrarAlejandro y Carlos labraron su suerte
Muy bien contada la historia.
ResponderBorrarSeguramente, tenían la perversión de violar a una Valeria Mazza adolescente.
Y ella conoció a Astrid Breitner, que aprobó sus métodos.
Uno de los mejores relatos de Ravelia.
Un detalle es que ella afirma que Carlota, su verdadero nombre, es una versión femenina de Carlos. O sea que entra en el pacto Carlos-Carlas. No podrá ser asesinada por un Carlos. Ni asesinar a un Carlos. Lo mismo para la hija, la Ravelia tatuada.
No podrán matar a un Carlos pero hay otros que sí.
Podría ser una candidata para la Mención de Honor. Como Lady Dumitrescu.