La Asesina de los Carlos 01: Carlos Grosso


Aquel día era un viernes. Carlos Grosso estaba en su contaduría, como cualquier otro día, cuando pensaba ocuparse de la empresa Barclays & Mason, uno de sus clientes más importantes y recientes. Grosso, un hombre de unos cuarenta y pico de años, le dijo a su secretario y asistente personal:
-         Puede retirarse Matías, ya es tarde, yo me ocupo del tema.
-         Muy bien, señor Grosso.
-         ¿Durante mi ausencia hubo alguna novedad?
-         Sí, mandaron este paquete.
Carlos se acercó al paquete, lo abrió  y para su sorpresa, se trataba de un Queso. Era un Queso pategras, con cáscara roja.
-         ¿Quién envió esto?
-         No lo sé, no tiene remitente, pero se lo envían a usted, fíjese, dice “Sr. Carlos Grosso”. Quizás sea una atención de Barclays & Mason, ellos comercian alimentos.
-         Puede ser, sí, puede ser – contestó Grosso, que de todas formas continuaba intrigado ante el Queso que había recibido.
Matías, el asistente, se retiró de la ofician, y pasaron un par de horas. Era invierno, cuando las noches son más largas, y Carlos seguía trabajando aún cuando el resto del edificio estaba ya casi vacío. Faltaba poco para terminar y empezaba a guardar las cosas para retirarse, cuando en forma sorpresiva sonó el timbre. Carlos se sorprendió, pues no esperaba a nadie, y se acercó a la puerta para preguntar quien era.
-         ¿Quién es? – preguntó Grosso.
-         ¿El señor Carlos Grosso? – fue la respuesta, era una voz de mujer.
-         Sí, soy yo.
-         Por favor, soy la señorita Carla Quesada, de la empresa Barclays & Mason, es un tema urgente, muy importante.
Barclays & Mason era una de los clientes más importantes y a la vez recientes que tenía Grosso en su contaduría. El contador abrió la puerta y al hacerlo, vio que se trataba de una mujer joven y rubia, muy bien vestida, con dos guantes negros que le enfundaban las manos.
-         Buenas noches, señor Grosso, espero poder hablar con usted. Es algo muy importante y urgente.
-         No esperaba su visita, señorita. ¿No podría venir el lunes? ¿Se trata de algo tan urgente? – le dijo Grosso.
-         No. Esto debe resolverse hoy, señor Carlos Grosso – contestó la chica – podemos hablar por las buenas, o podemos hablar por las malas.
No terminaba de decir esto, cuando la chica abrió la cartera, sacó un revolver con calibre 45 largo con silenciador y apuntó hacia el hombre, que asustado dijo:
-         ¿Qué significa esto?
-         ¿No me conocés, Carlos? No me conoces. Yo te mande hoy ese Queso. Soy la señorita Carla Quesada, la hija de Ana María Quesada, ¿Te acordás? La mujer que investigó los negocios turbios que vos tenías en la Provincia. Como te molesto, la mandaste a matar. Los asesinos que contratastes no solo mataron a mi madre, también a mi tía, a mi hermana y a la mucama. Los asesinos me violaron y sí sobreviví, fue porque creyeron que estaba muerta. Pero aca estoy, Carlos Grosso, vine a hacer justicia.
Carlos Grosso estaba sorprendido, parecía no tener escapatoria, aterrorizado ante la chica que lo apuntaba con un arma, preso del pánico, llegó a decir en voz alta:
-         ¡No tuve nada que ver con ese crimen!
-         Mentira – dijo la chica – sobornaron a los jueces, pero ahora voy a hacer justicia.
La chica entonces disparó el revolver en ocho ocasiones. Los balazos cayeron en todo el cuerpo de Carlos Grosso, que se tumbó de bruces sobre el suelo, cayendo muerto, totalmente ensangrentado. La asesina esbozó una sonrisa de satisfacción ante el crimen que había cometido.
La asesina tomó el Queso que ella misma había enviado y que se encontraba sobre la mesa y lo tiró sobre el cadáver de su víctima. Mientras hacía esto, dijo en voz alta:
-         Carlos Alfredo Grosso. QUESO.
Y se fue del lugar del crimen en forma tan misteriosa como había llegado. 



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