Maldita Quesona (Te asesinaré Quesona)





Fue un lunes por la tarde, y todo indicaba que sería un triste, gris y aburrido lunes más en la vida de Valeria. La chica no estaba atravesando su mejor momento: tres meses antes se había separado de su novio, y aún era un tema que le costaba superar. Su único motivo de alegría en aquellos anodinos días había sido haber encontrado unas amistades en twitter con quienes intercambiaba fotos y chateaba durante largos ratos.

Iba caminando por la calle, esas calles por donde parece no haber nadie. Pero Valeria empezó a advertir como si alguien la estaba observando y hasta siguiendo. Se dio vuelta, miró hacia atrás, luego otra vez hacia adelante, a la izquierda, a la derecha, otra vez para atrás. No vio nada. Siguió adelante entonces, tratando de no darle mayor importancia al asunto.





Transcurrieron un par de minutos, y Valeria parecía totalmente absorbida en sus pensamientos. De repente, como salida de la nada, una enorme figura vestida totalmente de negro apareció detrás de ella. Valeria solo vio como una mano, envuelta en un guante negro, se pudo delante de ella y le puso un pañuelo sobre su nariz. La chica amagó defenderse pero el pañuelo contenía un narcótico y se quedó dormida de inmediato.
Cuando despertó, Valeria intentó moverse, pero nada pudo hacer. Estaba atada, de pies y de manos, intentó otra vez moverse, pero se quedó allí, inmóvil, observó a su alrededor. Se encontraba en una cama de dos plazas, estaba exactamente en el medio, en una habitación que era una especie de bodega de Quesos. Había toda clase de Quesos a su alrededor, y lo que más le llamó la atención a la chica fue observar una mesa enfrente suyo.




En la mesa, había tres enormes y gigantescas hormas de Queso Emmenthal, cortadas por la mitad, que sobresalían por sus grandes y voluminosos agujeros.
- ¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Ayudenme! ¡Saquenme de aca! – empezó a gritar desesperada Valeria.
- No grites, Quesona, maldita Quesona, ja, ja  – respondió una voz masculina – nadie te escuchará… ja ja ja… nadie vendrá a ayudarte… ja ja ja… 
Valeria se estremeció al escuchar esa voz masculina. Pero mayor fue el estrecimiento cuando escuchó las risotadas que emitía esa voz y sobre todo al escuchar que el sujeto la había llamado “Quesona”, solo algunos la conocían por ese apodo.





Y aún mayor fue el estrecimiento cuando una figura masculina, ingresó a la habitación. Era un hombre muy alto, barbudo, con chaqueta de cuero, guantes y botas, todo de color negro. Debajo de la chaqueta estaba desnudo, con solo un bóxer como prenda, obviamente también de color negro. Lo único que no tenía negro eran los calcetines que llevaba debajo de las botas, que eran de color blanco, pero Valeria aún no los veía.
La sola presencia de ese hombre ya impresionó e intimidó a Valeria, que quedó presa del terror, pero lo que más le llamó la atención fueron las dos enormes y gigantescas botas, propias de un hombre que tiene pies muy grandes.




El barbudo se colocó delante de la cama donde estaba atada la chica. Mientras se acercaba, llevaba un cuchillo muy largo en sus manos, y entonces, mezclando palabras y risotadas, con un tono y una mirada que solo un cruel y sanguinario asesino pueden tener, le dijo:
- Buenas noches Quesona ¡Ja, ja, ja! Soy Carlos, Carlos el Quesón, ja ja ja, Carlos, el que tiene los huevos largos y los Quesos grandes…
- ¿Quesona? ¿De donde me conocés? Ah, claro, ya sé vos sos el de twitter, claro, sos vos…




Valeria lo reconoció era una amistad que había conseguido en twitter, claro, era el, a Valeria le habían gustado esos pies grandes, esas fotos que le mandaba con guantes negros y cuchillos. Valeria ya no sentía temor, ahora estaba excitada y deseaba tener sexo con Carlos.

- Por supuesto Quesona, maldita Quesona, soy yo, ja, ja, Carlos, el de twitter.
- ¿Para que me trajiste saca?
- Ja ja ja, te voy a partir como un Queso, ja, ja, te asesinaré ja, ja, te tiraré un Queso. 
- Bueno, Carlos, entonces, tírame un Queso – contestó desafiante Valeria – quiero tener sexo con vos, como lo estuvimos charlando en twitter, pero desatame.
- No, de ninguna manera. Sos mi prisionera, ja ja, ahora te digo que te asesinaré, ja, ja, pero si te portas bien, quizás puedas salvarte, ja, ja, ja.




Mientras decía esas cosas Carlos frotaba el cuchillo primero sobre los pies de Valeria, luego sobre todo el cuerpo, poniéndose encima de ella, y finalmente sobre el cuello. Con el cuchillo, le desgarró la ropa a Valeria. A cualquiera esa escena lo hubiera aterrorizado, pero en Valeria provocaba el efecto contrario: le encantaba y su deseo sexual iba en aumento. Carlos pasó dos veces el cuchillo sobre el cuerpo y el cuello de Valeria, y le dijo:
- Podría asesinarte ahora, maldita Quesona, pero primero vamos a jugar, ja ja, date vuelta… ponete boca abajo y que tu culo quede boca arriba.
- Yo… Carlos… escúchame, quiero oler tus Quesos – dijo Valeria.
- Ya lo vas a hacer, Quesona, maldita Quesona, Estás atada de pies y manos, pero podes darte vuelta, ja, ja, date vuelta!!!!
La chica cumplió entonces la orden de Carlos y se dio vuelta, quedando su culo boca arriba. Carlos le pasó el cuchillo en el culo a la chica, que sintió el frío del filo. Y tras hacerlo, se incorporó y con las botas puestas, comenzó a pegarle patadas en el culo a Valeria.
Los golpes fueron de una enorme violencia, pero a Valeria le gustaba, y le gustaba mucho, lo que para cualquier otro hubiera sido sufrimiento, en ella era placer y gozo.  




- ¿Te gustó Quesona? – le preguntó Carlos.

- Quiero más, y después quiero oler tus Quesos – fue la respuesta de la chica.
Carlos le dio entonces más patadas a la chica, que siguió teniendo un gozo y un placer imposibles de describir con palabras. Cuando terminó, Carlos le dijo:
- Date vuelta Quesona, maldita Quesona, ahora vas a oler mis Quesos…
- Eso es lo que quiero Carlos, oler tus Quesos…
Valeria se dio vuelta y quedó otra vez boca arriba, Carlos se sacó las botas y las puso encima de la chica. El olor a Queso que tenían las botas, las medias y los pies de Carlos era impresionante, más que fuerte e intenso. Un olor a Queso de alguien que transpira los pies sin parar todo el tiempo y que lleva días, tal vez semanas, en no lavárselos.



Carlos primero pasó las botas sobre la nariz y la boca de Valeria, que las chupó, las lamió, las besó y las olió. Luego, Carlos puso los pies encima de la chica, sin sacarse las medias, primero el izquierdo, luego el derecho. Valeria lamió, besó, chupó y olió los pies envueltos con las medias. Luego repitió otra vez el fetiche de los pies, ahora descalzos, sin medias, otra vez el gozo era indescriptible.





Mientras hacían todo esto, Carlos repetía sin parar:

- Queso, Queso, Queso, Queso, Queso, serás mía, maldita Quesona, te asesinaré Quesona, te voy a partir como un Queso, Queso, Queso, Queso, te voy a tirar un Queso, Queso, Queso…
Cuando terminaron, el asesino le dijo a Valeria:
- Date vuelta otra vez.
- Me daré vuelta pero sí me desatas.




La chica se dio vuelta, en ese momento, y Carlos la cogió por el culo. Así de simple, luego tuvieron sexo, por adelante y por atrás, una y otra vez, sin parar, en una especie de orgía que no tenía fin, algo imposible de describir con palabras. Se escuchaban gritos, la cogió por el culo, la concha, le chupó las tetas, los pies, una y otra vez, por un tiempo más que considerable.
Cuando terminaron, Valeria le dijo a Carlos:
- Nunca un hombre me había hecho gozar tanto.
- Lo sé, y no habrá otro hombre que te haga gozar tanto.
Carlos se levantó y tomó uno de los Quesos que estaba sobre la mesa, y lo tiró sobre la chica, mientras gritaba:
- ¡Quesooooo! ¡Quesooooo! ¡Quesooooo! 




Entonces agarró el cuchillo, el más largo de todos los que estaban allí, y se tiró sobre la chica, dándole una feroz puñalada sobre el pecho, luego sobre las tetas, le cortó el cuello, otro corte en el estómago, otros en los brazos, en el abdomen, en el pie, así una y otra vez, hasta darle más de cien cuchilladas.
Cuando el asesino terminó, el cuerpo de Valeria estaba totalmente ensangrentado sobre la cama. Carlos otra vez agarró el Queso y lo tiró sobre el cadáver de su víctima diciendo en voz fuerte:
- Queso.





Pero Carlos no terminó ahí, aunque Valeria ya estaba muerta, apuñalada por todos lados, con más agujeros que cientos de Quesos, el asesino agarró una katana que tenía por ahí, y le cortó la cabeza a la mujer, luego los pies.
Agarró primero la cabeza y la guardó en una especie de bola de cristal para quedársela para toda la eternidad, luego hizo lo mismo con los pies. Los guardó entonces en una vitrina.
Con el resto del cuerpo el asesino no fue tan cuidadoso. Lo cortó en varios pedazos y lo guardó en varias bolsas de dormir, mezclado con Quesos de todas las clases y especies. Rato después guardó las bolsas en un auto, agarró el auto, y llegó al río. Ahí fue tirando las bolsas, una por una, siempre con guantes negros, mientras decía en voz alta:
- Queso.
Y mientras contemplaba como las bolsas se dirigían río abajo, el asesino volvió a decir en voz fuerte:
- Maldita Quesona.
Y antes de irse del lugar, gritó:
- ¡Queeeeesssssooooooo!




Comentarios

  1. Cuando suqueses el queso; digo, cuando superes el queso, quesó puedas escribir; digo, quizá puedas escribir buenas quesonas; digo, buenas historias

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  2. alto fetichista el Capitan Garfio

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  3. el gordo patón de la óptica un asesino serial!!!

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  4. Que letal, con un detallada descripción de los cuchillazos. sanguinario hasta después de muerta.
    Todo un detalle el de las patadas. Si un quesón patea en las nalgas a Kim Kardassian, ¿que prevalece?

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  5. hagan una nueva historia con este Quesón al que podríamos llamar el Capitán Garfio

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