
Un caluroso día de inicios de primavera llegó a su fin. Se trataba de una jornada con una temperatura muy elevada para el mes de septiembre. En un lugar como Buenos Aires, una auténtica ciudad de la furia, la temperatura se sentía aún más fuerte. Quizás por eso, Norma Pérez, ni bien abandonó el negocio de deportes donde trabajaba en un centro comercial del Conurbano, ya tenía pensado darse una ducha ni bien llegara a su casa.
Era curioso pero no podía olvidarse de un
cliente que había atendido aquel día. Era un hombre joven, muy alto, bien
vestido. El muchacho se había acercado a la chica y le preguntó:
-
Buenas tardes, ando buscando zapatillas para
mí...
Norma observó las zapatillas del joven y le
llamó la atención el tamaño de los pies, debería calzar como cincuenta o algo
así. La chica, entonces, le preguntó:
-
Discúlpeme, señor...
-
Carlos – le dijo el cliente – Me llamo Carlos.
Carlos Bossio.
-
Discúlpeme, señor Carlos, pero, ¿Cuánto calza?
-
Cincuenta. Tengo pies muy grandes – y Carlos le
señaló sus dos enormes pies.
-
Para su talle tengo tres pares de aquel modelo
– la chica se los señaló – cual quiere, ¿El azul, el rojo o el negro?
-
El negro, corresponden a mi estilo.
-
Me las llevó – dijo por fin Carlos.
-
Muy bien, ¿Las paga en efectivo o con tarjeta?
-
En efectivo – y entonces Carlos sacó de su
billetera el dinero y agregó en forma seductora – recuerda mi nombre, Carlos
Bossio, sos una excelente vendedora, ya nos volveremos a ver. Carlos Bossio, no
lo olvides.
Mientras regresaba a su casa, en el ómnibus, la
chica recordaba una y otra vez a aquel cliente. Por fin llegó a su
departamento, y tal como lo tenía pensado, se desvistió y se metió debajo de la
ducha. Cuando se estaba duchando, de repente, una enorme figura entró al baño.
A Norma le pareció que un hombre muy alto y patón, estaba dentro del baño, y
muy asustada, aterrorizada, corrió la cortina. Frente a ella estaba Carlos
Bossio, el cliente de aquel día, vestido totalmente de negro, y sosteniendo con
dos enormes guantes de aquel color, un gigantesco cuchillo.
La apuñaló al mejor estilo Psicosis. No cabe
duda que Carlos había visto en varias ocasiones aquella famosa escena del
recordado fin de Hitchcock. Le dio como treinta o cuarenta cuchillazos, cuando
por fin hubo terminado, Carlos tomó un Queso y lo tiró sobre su víctima. Era un
Queso Gruyere.
-
Queso – dijo en voz alta.
Un día despues, Carlos
Bossio, el asesino, veía todas las noticias de la vendedora apuñalada bajo la
ducha a la cual le habían tirado un Queso. Mientras lo hacía, comía un Queso,
lo que más le gustaba en este mundo, después de asesinar, por supuesto.
Nunca pense que Chiquito Bossio fuera un gran admirador de Hitchcock
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